Читать книгу La ruta del afecto - Gabriel Gobelli - Страница 15

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José María nació en el Instituto del Diagnóstico de la Ciudad de Buenos Aires. El 1 de mayo del año 1966 llegué a la habitación con un ramo de flores que alguna de mis tías me había comprado. La cara de mamá, el bebé en algún lugar de la habitación y ese niño que yo era con el ramo de flores parado al lado de la cama. Guardo en mi retina la mirada comprensiva de mi madre, que duró un segundo. De esa ventana que la memoria abre parcialmente hasta los tres años, sólo recuerdo otra visión fugaz que se relaciona de alguna manera con el nacimiento de mi hermano: un encuentro con mi abuelo que moriría a los pocos días del nacimiento de José.

La panadería tenía sobre la calle Mitre el negocio de atención al público, una entrada de servicio y un local al que se denominaba escritorio. Allí se desarrollaban algunas actividades contables, se hacían pagos, se guardaban documentos y en un momento fue sede de las meriendas que se les preparaban a los empleados de “Los Inglesitos”, el negocio de ramos generales ubicado a escasos cincuenta metros. El mueble grande de bellísimos cajones y puertas corredizas que se deslizaban suavemente era mi preferido. El conjunto lo completaban un escritorio tradicional, la caja fuerte y una especie de pupitre alto que consistía en un plano de trabajo inclinado. En la parte superior tenía un quiebre que generaba un plano horizontal y servía de apoyo de útiles varios con espacio para tintero incluido.

Una de mis actividades preferidas cuando iba a la panadería era sentarme en la banqueta de ese mueble y desplegar la sección de deportes de Clarín que Alegre repartía todas las mañanas. Si era lunes, mejor; si había ganado Boca, mejor aún.

La caja fuerte tenía una manija que al accionarse emitía un fuerte ruido metálico. Abriendo la caja y mirándome con una sonrisa recuerdo por única vez al abuelo José. Son casi nulos los recuerdos que tengo de él; fui recomponiendo su historia a través de algunos recuerdos que mi papá me ha contado. Según su memoria, mi abuelo me decía el ¨toro salvaje de las pampas¨, epíteto del viejo boxeador argentino de los inicios del siglo XX, Luis Ángel Firpo.

Mi hermano tomó el nombre completo del abuelo al nacer: José María. El abuelo acababa de fallecer y mi hermano llegaba al mundo: uno llegaba y el otro partía.

Día 4

Durante mucho tiempo sintió que transmitir el dolor se transformaba en un hecho vergonzante. Como si estuviera incompleto. Como si por el hecho de mostrarlo se expusiera a verse sin un brazo o una pierna. Repartió escritos con discreción, recostándose en la espera silenciosa y ávida que experimentaron por años quienes los recibieron. Está convencido de que la pluma es su principal antídoto para mitigar las eventuales dudas que puedan aparecer luego de haberle abierto la jaula a pájaros largamente encerrados. Encerrados en jaulas estancas, oscuras, húmedas. Esa herida profunda que lo constituye y forma parte indivisible de su existencia presiona por aparecer en la epidermis. En la frontera del cuerpo, para cerrarse de otra manera, para ser aceptada como una marca que, lejos de avergonzarlo, denote la resiliencia que lo fue forjando.

Es domingo por la mañana en Buenos Aires, hay sol y no hace mucho frío. Acaba de comerse una tostada junto al café con leche que lleva al microondas una y otra vez para volver a templarlo, acción que repite varias veces los domingos por la mañana entre lectura de diarios y escritura. Su primo, desde San Francisco, luego de leer algunos borradores iniciales, le envía un mensaje de whatsapp: “The pen flows (la pluma fluye)”.

La ruta del afecto

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