Читать книгу La ruta del afecto - Gabriel Gobelli - Страница 20

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Mi prima Ali se fue a dormir no muy tarde esa noche. Solía sentarse en el banco de cemento de la vereda a disfrutar del fresco cuando ya el pueblo comenzaba a dormir y la fragancia de los árboles hacía su aparición en las noches de verano. Su mamá le había armado la cama que se desmontaba de la parte inferior de un mueble cuya mitad superior estaba ocupada por una biblioteca.

Se sintió dentro de un sueño cuando ante las primeras luces de la mañana que se filtraban por la ventana, un zamarreo inusual la despertó. Susana, quien colaboraba con las tareas de la casa, y a esa altura ya miembro de la familia, hablaba a los gritos tratando de explicar algo que la tenía en estado de shock. Se levantó, se vistió como pudo con lo que pudo y eligió el camino de la calle para trasladarse a la panadería. Su casa se comunicaba a través de los patios internos con el negocio, pero producto del estupor y de la cercanía de su habitación con la calle salió por el zaguán y caminó esos treinta metros recostada sobre ese muro largo y sin ventanas que tenía la panadería sobre la calle lateral. Ingresó por la entrada de servicio y recorrió con un temblequeo que desafiaba sus jóvenes dieciséis años el trayecto que la llevaba al lugar donde observó una escena que no olvidará mientras viva. Sobre el centro de la cuadra, la fábrica del pan, vio a mi papá y a mi tío, su padre, confundidos en un abrazo que reducía el volumen de ambos a su mínima expresión. El llanto invadido por gritos entrecortados que parecían extinguir su propio sonido quedó grabado a fuego en sus oídos y retinas. Tanto como las manos colgando de mi papá manchadas de harina. Completaban el cuadro los empleados que miraban consternados el sufrimiento de sus patrones que se ubicaban en el centro del local. Algunos empleados de mayor edad habían visto crecer a mi papá y a mi tío cuando mi abuelo administraba el negocio. La amasadora y la sobadora habían sido apagadas. No tenían razón alguna esa mañana para permanecer encendidas.

Día 8

Trata de pensar luego de tanto años cuáles eran las ideas que pasaban por su cabeza en el breve lapso que medió entre el momento en que lo despertó su padre, ya conocedor de la noticia y el instante en que se enfrentó con su rostro en la puerta del hospital de Bragado. Los dos, ninguno, su madre, su hermano?

El sedante que alguien consideró importante que tomara en ese momento acaso haya funcionado en él como un elemento simbólico de una implosión silenciosa, lenta, asintomática, cuya manifestación externa aparecería diez años más tarde con una virulencia incomprensible cuando se encontraba transitando en un contexto diferente.

La ruta del afecto

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