Читать книгу La ruta del afecto - Gabriel Gobelli - Страница 13

Оглавление

Mi mamá trabajaba hasta media tarde y lo hizo durante dos años más luego de terminada la casa. Dejaba preparada la comida y se iba antes de mediodía. En épocas de colegio, después de almorzar íbamos al Club Centro Empleados donde Tito, mi papá, jugaba a las cartas y mi hermano y yo alternábamos entre tirar al aro en la cancha de básquet y los flippers. Durante las dos horas que aproximadamente pasábamos allí, anotábamos en la cuenta de papá algunas gaseosas y las fichas para jugar al flipper. Los hijos del cantinero y de algún otro de los parroquianos que se encontraban jugando a las cartas formaban parte del grupo diario. Cuando papá se cruzaba a la panadería poco antes de las 4 de la tarde para abrir el negocio, íbamos al potrero ubicado en Entre Ríos casi Mitre a pasar horas jugando al fútbol. Terminábamos a oscuras ya adivinando la trayectoria de la pelota. Religiosamente alrededor de las 5 todos volvíamos a merendar y bajo un acuerdo tácito, en poco menos de una hora estábamos de vuelta. Mi papá traía las facturas de rigor en su intervalo vespertino para tomar el café con leche con nosotros.

“El ratero”, así habíamos bautizado al potrero donde jugábamos a la pelota, nos convocaba cada inicio de año lectivo para limpiarlo y cortar las cañas que crecían sobre uno de sus costados. A principios de marzo un grupo de amigos dentro de un radio de 5 a 6 cuadras nos juntábamos a limpiar el terreno para dejar inaugurado el año futbolero. La pelota de cuero empezaba a rodar y no paraba hasta entrado noviembre. La composición del grupo no venía dada a través de la escuela, aunque entre nosotros hubiera compañeros de curso, sino por la proximidad barrial.

A mediados de la secundaria la cita vespertina era en el Club Español con compañeros de colegio y amigos. Algunos jugaban al ajedrez y otros, como en mi caso, nos inclinábamos por el billar o el casín. Celebrábamos largos duelos con Luichi, uno de mis amigos. Cada uno tenía una taquera fija donde dejaba el taco. Dentro de una casi absoluta paridad, ya que los dos lo hacíamos bastante bien, él solía ganar más que yo. A la tardecita, generalmente iba a buscar a mi papá cuando cerraba la panadería. Bajábamos la cortina de enrollar y volvíamos caminando por la Mitre rumbo a la casa de la calle Río Uruguay. Esa casa, que un día detuvo su tiempo.

Día 3

Está acostumbrado al dolor. Se le aparece en algunas oportunidades como una contraforma seductora donde se termina ubicando naturalmente, como lo hacen esas esferas cuando se apoyan en una superficie cóncava y se bambolean buscando el centro. El correr de la pluma erosiona el malestar, lo raja, lo parte, como ocurre con la superficie de esos lagos congelados a los que le llega la indetenible primavera.

Ha comenzado a conectarse con aquellos días de cuarenta años atrás. Tiene el convencimiento pleno de tener que plantarse frente a la sinusoide anímica que fue campeando de la manera que pudo a lo largo de varias décadas. La escritura fluye. La pluma es una válvula que alivia. Corre, corre y corre. No se detiene.

La ruta del afecto

Подняться наверх