Читать книгу Historia del trabajo y la lucha político-sindical en chile - Gabriel Salazar Vergara - Страница 12
5. La servidumbre (1700-1931)
ОглавлениеEl 95 % de los ‘conquistadores’ provenía de las masas marginales de la Península Ibérica. Sin embargo, en América, se sintieron «señores» y se rodearon de numerosa servidumbre: mujeres, niños y mocetones extraídos, al principio, de los pueblos indígenas, y después, del pueblo mestizo… El trabajo indígena fue reglamentado en detalle por la Corona, incluso la servidumbre. Pero el uso servil de los mestizos no: ni por el Rey, ni por el Estado chileno… Por eso, en lo ‘servil’, el conchabamiento sin control se practicó en formas extremas: compra, captura, crianza e, incluso, regalo (obsequio) de los niños, mujeres y hombres que debían servir.
La élite necesitaba probarse a sí misma que era aristocrática y no otra cosa… y su probanza favorita fue teniendo, bajo su mando, una masa de sirvientes, la mayoría de los cuales no eran ‘sujetos de derecho’ (los mestizos), aunque había niños y mujeres mapuche y criollos pobres que sí lo eran…. La oligarquía (admiradora de Portales) exigía sirvientes sumisos, laboriosos, honestos. Por eso prefería ‘conchabar’ niñas y niños para formarlos y disciplinarlos en la obediencia irreflexiva a sus ‘amos’. La obediencia irreflexiva fue el principio educativo que, entre 1750 y 1925, se aplicó al «bajo pueblo»: educación era servir bien. Tal ‘principio’ (hermanado con el «orden público»), en el siglo XIX, se enseñó en las casas patronales («casas de honor»), en la Casa de Huérfanos, en algunos conventos de monjas y en las «escuelas filantrópicas» creadas durante la dictadura de Diego Portales. En esa red institucional se organizó la «toma», «compra», «trato» y «educación» de los sirvientes en edad infantil; de preferencia, para los atrapados por el Ejército de la Frontera al sur del Bío Bío, llamados «chinitos y chinitas de Arauco» También se adoptaban «las huachas y huachos» de la Casa de Huérfanos, donde las madres que no podían criarlos los dejaban «expuestos» en una ventanilla giratoria: eran los «niños expósitos» (en esta Casa, la mortalidad infantil era mayor que en la calle).
El reclutamiento de sirvientes fue, pues, una red institucional nacional, que integraban el Estado, el Ejército de la Frontera y también la Iglesia Católica. La misma red actuaba sobre las «mujeres abandonadas» (huachas) que vivían arranchadas en los «ejidos de Cabildo» (suburbios de la ciudad). Ellas solían ser denunciadas por la Iglesia debido a su vida escandalosa (tener «encierros de hombres», o «vivir amancebadas»). Los alguaciles las apresaban, las enviaban a La Frontera, a «servir a ración y sin salario» en casas de los militares. Sus ranchos, incendiados. Sus niños, encerrados en la Casa de Huérfanos… Y eso duró cien años.
Así se formó el estrato laboral de sirvientes domésticos que trabajó para la oligarquía chilena en ese siglo (totalizando 20 % del ‘peonaje’)… El conchabamiento servil era, al principio, «a ración y sin salario», y los amos se permitían castigarlos (azotes). Pero lo servil, en la mentalidad patronal, estaba ‘purificado’ por lo educativo. Porque servir en «casa de honor» era –según ellos– aprender a ‘trabajar’, disciplinarse, respetar, obedecer, tener «buenas costumbres». El patrón no era, pues, abusivo, sino civilizador y evangelizador, ya que ‘ellos’ eran cristianos y los sirvientes, «bárbaros». Bajo esa acomodaticia cobertura ideológica, sin embargo, sobrevivieron resabios abusivos de la «conquista»:
a) La ausencia de salario efectivo, pues, en muchos casos, no hubo ‘trato’ original, sino –como se dijo– ‘crianza casera’ de niños. La «ración» la entendían como «darles de vivir». Y el producto educativo era una enclaustrada identidad servil; b) El ‘sistema’ era regido por un autoritario patriarcado mercantil, que hizo sentir su poder sobre sus propias hijas mujeres (matrimonio) y sobre la servidumbre femenina (castigos, violación), de donde surgió el problema de los «hijos ilegítimos» (los ‘nuevos’ niños huachos: de tinte europeo y cobrizo-blanqueados); c) Ese patriarcado, aureolado con la práctica de la «caridad cristiana» (extendida a todo el país por las «fundaciones de beneficencia» de las damas de clase alta), permitió que la servidumbre fuera una costumbre generalizada y valiosa, empezando por las relaciones personales entre amos y «criados»; d) Al punto de que esa ‘caridad’ devino en símbolo de distinción: sólo el aristócrata verdadero podía financiar la ‘crianza’ del pueblo; e) Por eso, sólo en el siglo XX, después del fracaso de la caridad ante el estallido de la pobreza (1915), se desarrolló una legislación reguladora de la servidumbre. Así llegó el Código del Trabajo, en 1931, que puso fin, en apariencia, a los ‘conchabamientos’.