Читать книгу Historia del trabajo y la lucha político-sindical en chile - Gabriel Salazar Vergara - Страница 9
2. El inquilinaje (1750-1965)
ОглавлениеEl «inquilinaje» fue el conchabamiento de un trabajador (mestizo) con un dueño de hacienda que permitía al trabajador arrendar una «tenencia» de tierra dentro de la propiedad patronal, para producir trigo, hortalizas y subsistir con su familia. El acuerdo le obligaba a pagar al hacendado un canon de arriendo en dinero efectivo o en fanegas del trigo que cosechara. A su vez, permitía al hacendado recolectar de sus arrendatarios una cantidad importante de fanegas que después él mismo, en condición de «mercader», exportaba al Virreinato del Perú (a fines del siglo XVIII Chile exportaba 170.000 quintales métricos al año). El inquilino, si se esforzaba, podía pagar el arriendo en trigo y, además, exportar el excedente que produjera. Eso le permitía formar familia y manejar una respetable ‘acumulación campesina’. Tal posibilidad atrajo a muchos mestizos, por lo que el «inquilinaje» se masificó rápidamente.
El problema fue que los hacendados nunca pudieron imponer precios monopólicos al mercado peruano –siendo los únicos que lo abastecían de trigo– porque los «navieros limeños» bajaban a Valparaíso a comprar trigo sólo cuando les convenía, pues los hacendados chilenos no tenían barcos. Eso hizo posible que el precio del trigo lo impusieran los navieros compradores en Valparaíso y no los hacendados vendedores en Lima… Los reclamos ante el Virrey del Perú no dieron resultados… Fue el origen del conflicto histórico entre Chile y Perú… Incomodados, y a efecto de redondear una tasa de ganancia superior, los hacendados bajaron drásticamente el costo de producción del trigo. Y esto sólo era posible subiendo el canon de arriendo a los inquilinos. Y lo subieron tanto, que los inquilinos, sobre todo a comienzos del siglo XIX, no pudieron pagarlo, ni en efectivo ni en trigo… Entonces los hacendados exigieron que el pago fuera en horas de trabajo en las tierras del patrón. Esto convirtió a papá-inquilino, a sus hijos mayores e incluso a su mujer, en «peones obligados». Obligados a trabajar para el patrón, sin salario y con «ración», a cambio de quedarse en la «tenencia» un tiempo más.
Tal situación empeoró cuando los hacendados, desde 1838, comenzaron a importar maquinaria. Las trilladoras y segadoras obligaron a ensanchar los potreros patronales y a reducir el tamaño de las tenencias inquilinas… Sin embargo, pese al aumento de la opresión, el inquilino no se fue ni se rebeló: tenía mujer y un promedio de siete hijos: se sometió… Fue cuando Claudio Gay y otros cronistas descubrieron la miseria del campo chileno: Hacia 1880, el inquilinaje, como institución, estaba degradado, porque, además de la opresión, los hijos mayores del inquilino se negaron a ser «peones obligados» por el resto de su vida… Culparon al padre por eso, y por no haberse rebelado contra el patrón. Muchos «hijos mayores» abandonaron, entonces, a la familia y se fueron «al monte». El bandidaje de «los montes» –que hacia 1876 era un actor nacional reconocido– reclutaba, sin esfuerzo, a todos los marginados… mientras otros hijos (incluyendo las hijas mayores) emigraban a Santiago, donde triplicaron el número de «peones-gañanes» y «sirvientes domésticas» .
Con todo, en la segunda década del siglo XX las haciendas se hundieron en una crisis económica terminal. El precio mundial del trigo cayó 45 %, mientras en Chile, entre 1880 y 1895, subía 100 %... Por eso, la hacienda, entre 1922 y 1930, dejó de exportar trigo al Perú y a otros países. Chile se convirtió en importador de cereal… No obstante, intuitivamente, desde 1874, los hacendados fueron convirtiendo sus fundos en un agresivo poder electoral (Comuna Autónoma), para arrebatar al Presidente de la República el control de las elecciones. Para ese fin, aprobaron el sufragio universal, que dio derecho a voto a sus inquilinos. Por eso, pese a la crisis económica, repoblaron sus haciendas con centenares de «nuevos» inquilinos y se convirtieron de exportadores de trigo, en compradores de votos y vendedores de diputaciones y senadurías. Así tomaron control del Congreso Nacional. Luego, de los ministerios. Y finalmente, del tesoro fiscal... Tal arremetida concluyó en 1922, con la bancarrota de la Hacienda Pública.
En resumen, la expoliación económica del campesino en «tierra ajena» fue siendo transformada en expoliación política del inquilino-ciudadano y, a través del cohecho, también del peonaje urbano… todo lo cual hizo imprescindible, en la década de 1960, realizar, casi simultáneamente, la Reforma Agraria y la Electoral.