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1. El peonaje (1600-1930)

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Los peones eran jóvenes («mocetones») entre 15 y 24 años, la mayoría mestizos de padre ausente y madre sobreocupada («huachos»). Trabajaban en tareas ocasionales en el campo, en la ciudad, en las minas. Según los censos de 1865 y 1875, de todos los «trabajadores con profesión», el peonaje era el más numeroso: 61,2 % de los casos. Y siendo mestizos y vagabundos, no eran sujetos de ‘derecho’. Por eso podían circular sólo si portaban una papeleta donde figurara la rúbrica de su «amo». De no llevarla, eran acusados de ser «vagamundos sin Dios ni Ley», por lo que eran encarcelados y condenados a trabajo forzado, sin salario… o a «servir» en el Ejército, «a ración». Siendo, pues, sujetos sin derechos, podían ser abusados, azotados y encepados por sus «amos», o por alguaciles, o por sargentos… Y de rebelarse, baleados por la policía o el ejército. Y porque no eran sujetos de ‘derecho’, sus victimarios, al maltratarlos, no cometían delito alguno.

Trabajaban de «sol a sol» (12 horas). Su salario (jornal) equivalía al precio de «la comida diaria» de los presos. A comienzos del siglo XIX, el jornal fluctuaba entre 1 y 2 «reales» diarios (un peso se descomponía en 8 reales). Pero, a mediados de la década de 1820, ese valor bajó a la mitad… Los peones se utilizaron en faenas agrícolas, como «afuerinos»; en faenas mineras, como «apires»; en construcción de caminos o tendido de líneas férreas, como «jornaleros»; en trabajos artesanales, como «aprendices», y en el comercio urbano, como «regatones», etc. Sin embargo, dado que el salario era insuficiente para subsistir (y menos para ‘proveer’ familia), la mayoría optó por la soltería y «andar al monte», esto es: asociado a grupos de bandidos y salteadores («vandalaje»), ya que por un simple ‘asalto’ obtenían un botín equivalente a 4 o 5 meses de trabajo asalariado. Por eso, para sobrevivir, la mayoría de ellos combinó el «conchabamiento» (de mala gana) con el «vandalaje» (por vocación). Y todo condimentado con violencia y alcoholismo.

Esa combinación convirtió al peón en un temible «roto alzado»: eludía el trabajo asalariado («flojos, borrachos»), pero practicaba, vivamente, el robo y el saqueo («desde su nacimiento»). La oligarquía dominante, por tanto, lo trató como «enemigo interno». De modo que, acechados por ‘el sistema’, muchos peones escapaban de un lugar a otro, «parando» sólo en los «ranchos de mujeres abandonadas» que encontraban en su camino. Por eso rehuyó el matrimonio, la familia formal, pero sembró niños huachos, iguales a él, a lo largo de su ‘fuga’ sin fin. Así, pobló el país entero con su figura harapienta y su identidad rebelde hasta formar ese grueso estrato social que se llamó, primero, «bajo pueblo» (no vivían en ‘pueblos’), y después, «plebe» o «rotaje» (rural y urbano), individuos en movimiento perpetuo, sin apellidos (pero con sobrenombres), sin domicilio (pero omnipresentes), libres, pero atrevidos y peligrosos… Pero ese mismo ‘rotaje’ ganó, para sus ‘amos’, todas las guerras externas e internas a las que fue arrastrado por la fuerza («levas»). Y el mismo que, con sus manos, produjo, desde 1600 hasta 1930, todos los productos de exportación del país: sebo, cueros, cobre, plata, trigo, salitre, etc. De modo que, lo mismo que los «embrutecía» a ellos (el conchabamiento), convertía a los mercaderes de Santiago en la «aristocracia castellano-vasca» que gobernó el país, autoritariamente, desde 1830 a 1925.

Desde 1860, hastiado, el peonaje intentó irse del país: a Australia (por trabajo agrícola), a Perú (por ferrocarriles), a California (en busca de oro), a Argentina (huyendo de la «pacificación» de la Araucanía), etc. Entre 1860 y 1890, más de 200.000 peones (10% de la población) emigraron fuera del núcleo central de Chile (la región agrícola y comercial)… Pero mientras muchos escapaban del país, otros –en mayor proporción aun– «emigraban del campo a la ciudad»… Así, en un siglo (1880-1980), la capital de Chile fue ocupada y cercada, progresivamente, por el pueblo mestizo. Y allí surgieron, desde 1880 hasta 1930, conglomerados de rancheríos y conventillos, salpicados de bazares, baratillos, bares, cantinas, barrios rojos, timbas, boliches, regatones, burdeles y chiribitiles… mientras en sus calles, según un memorialista inglés (W.H. Russel), tirados de a tres o cuatro por cuadra, dormían su borrachera hombres y mujeres de pueblo.

Fue el origen «bárbaro» del que sería, un siglo después, el revolucionario movimiento de pobladores.


Historia del trabajo y la lucha político-sindical en chile

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