Читать книгу Historia del trabajo y la lucha político-sindical en chile - Gabriel Salazar Vergara - Страница 16
7. Las «colleras»
ОглавлениеEn su larga historia presindical y prepartidaria, los mestizos desplegaron formas asociativas articuladas bajo el sentimiento de hermandad, propio y casi exclusivo del «bajo pueblo» (no debe confundirse con «hermandad de clase», porque ésta presupone vivir y trabajar integrado en una «sociedad estructurada en clases»).
Los hombres –que vagaban por cerros, valles y pasos cordilleranos– descubrieron que «andar la tierra» en solitario daba entereza, resistencia y poder sobre la naturaleza (era el caso del temible «lacho guapetón»), pero para robar y lucrar con lo robado, lo mismo que para defenderse de las patrullas enviadas para apresarlos, era mejor vagar «de a dos». Y montados sobre sendos caballos, ideal… La compañía de ‘otro’ duplicaba el poder de pillaje, de autoprotección, el calor nocturno al dormir juntos a la intemperie («encamarse», de donde deriva «camarada») y la posibilidad de planificar mejor los «golpes de suerte».
Para el mestizo –comúnmente «huacho»– el camarada era el «hermanito» que no se tuvo, o el padre que jamás se vio. De ahí la tendencia instintiva a deambular «acollerados» (en parejas). La hermandad –o «camaradería masculina»– fue, para ellos, una condición de supervivencia en un país excesivamente largo y ajeno.
Tal hermandad reemplazó a la familia que no existió o que se perdió. Para la pareja «acollerada» significaba, por ejemplo, dormir juntos al borde del desfiladero, en la huella del arriero, en el bosque andino, en descampado. O despresar juntos el vacuno que robaban o comían. O asaltar la hacienda de un «borrego gordo». O robar en los trapiches mineros («cangalla»). O emborracharse en la cantina de la placilla o la chingana del suburbio. O trabajar en sociedad el yacimiento minero que descubrían. O el taller artesanal en la ciudad. Y si eran arrastrados a la guerra, podían atacar ‘de a dos’ o protegerse el uno al otro. Y si uno de ellos era encarcelado y torturado, jamás el apresado soltaría el nombre de su «collera» libre. En los pueblos, la collera era temible en las riñas de cantina, no sólo porque manejaban con maestría el cuchillo de matanza ganadera o el corvo minero, sino también porque el que peleaba tenía siempre a su espalda la collera protectora.
Pero la hermandad del roto, temible en descampado y en suburbio, y en el robo y en la guerra, perdía prestancia en el poblado, particularmente en presencia de la mujer, a quien no sabía ni pudo tratar nunca con ‘urbanidad’. En la zona minera, donde no había «amancebamientos» ni «familias» mestizas, sólo existían mujeres en la pulpería de la «placilla» (por lo común, argentinas inmigradas de la otra banda). Las que, en realidad, eran prostitutas conchabadas por el pulpero. Los mineros, que trabajaban en soledad durante meses en los cerros, al bajar a la placilla a recibir el pago por sus «pastas», lo gastaban en la pulpería, donde se emborrachaban y enamoraban de alguna de las «sirvientes». Al volver a los cerros, aumentaba su enamoramiento. Pero al volver de nuevo a la placilla, descubrían que ellas eran… «infieles». Frustrados, se enardecían y agredían a la mujer. A menudo, marcándola con su corvo. Estallaban grandes riñas. El pulpero llamaba a la patrulla militar del poblado… El machismo minero fue, sin duda, el más primitivo de todos… Vicuña Mackenna –que conoció esa ‘sociedad’– escribió que la poesía minera era «poesía macha»: maldecía a la mujeres y cantaba, con amargura, su soledad. La hermandad masculina fue la punta de lanza en la conquista minera del norte. Muchos pueblos del desierto, por eso, fueron, durante largo tiempo, pueblos de «hombres solos» (Benjamín Subercaseaux).
Esa hermandad, en zonas rurales, fue menos protagónica, pues en los valles existían «familias» campesinas… Allí, día tras día, el hombre trabajaba (de sol a sol) en potreros, cerros, acequias, arreando animales... De ahí su lenguaje tosco, sus modales bruscos, secos, autoritarios. Sus mujeres, en cambio, desde el rancho, realizando múltiples labores, socializaban con la familia, los patrones, los clérigos, los comerciantes, los diezmeros, los jueces, los transeúntes… Si él se ‘trancó’ en su parquedad huraña, ella sacó, frente a todos, la voz de él, de la familia, de los pobres… Su liderazgo social fue permanente.
La Patria, desde lo alto y para sí misma, glorificó ‘sus’ triunfos militares y ‘sus’ exportaciones de trigo, cobre, plata, salitre, ignorando y aun repeliendo el esfuerzo anónimo de la hermandad mestiza… que había logrado todo eso…