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A las siete de la tarde Auhl ya tenía cocinados los tallarines en una olla y la salsa boloñesa en otra. Preparó dos cuencos con esa mezcla, llamó a Bec y se llevó su cena a la salita, donde comió con el plato sobre su regazo mientras veía las noticias de la ABC con Cynthia enroscada a su lado. Bec bajó finalmente, le dio un beso en la coronilla y se quedó de pie detrás de su sillón, atraída por el movimiento de la pantalla.

—¿Dónde está Pia?

—Se ha ido con su padre.

—¿Y Neve?

—Sigue trabajando.

—¿Mamá bien cuando se fue?

—Sí —respondió Auhl.

Bec le dio una palmadita en el hombro, un acto que había repetido innumerables veces desde la ruptura de sus padres con el que expresaba toda la pena del mundo, incluida la suya. Pero esa palmadita también significaba: yo estoy bien, tú estás bien, no pasa nada. Auhl se reunió con ella en la cocina para charlar y ver cómo se recalentaba la pasta en el microondas, se servía un vaso con agua, ponía un poco de lechuga en un cuenco y la regaba con aceite de oliva y vinagre balsámico.

—¿Ves, papá? ¿Verduras? ¿Fibra?

—Impresionante.

Tenía el pelo rubio cobrizo y un rostro anguloso de rasgos afilados. Esbelta, pero no frágil, capaz de airear opiniones desaforadas o con un humor estridente, aunque por lo general se mostraba centrada y estable. Mallas negras y camiseta blanca holgada, los pies descalzos, plata por aquí y por allá: en los dedos, las orejas, en una aleta de la nariz.

No tardó en volver a subir a su cuarto con un andar cansino. Ese era el patrón por el que se regía la vida de Auhl. Amor indolente, estabilidad moderada y algún que otro secreto.

No cabía esperar mejor resultado de sus errores y su desidia.

Auhl, sin ganas de ver telebasura, se acurrucó en un sillón y leyó una novela exquisitamente escrita en la que no pasaba nada. Estaba a punto de arrojarla al otro lado de la habitación cuando oyó que abrían la puerta de la calle y la cerraban suavemente. Neve Fanning apareció por el pasillo.

—Ah, Alan —dijo, sonando como siempre: vacilante, azorada y sorprendida de verlo.

—Neve —contestó Auhl—. ¿Tienes hambre? Ha sobrado pasta.

Neve Fanning, una mujer de treinta y dos años, delgada, tensa y cascada, bajó la cabeza con timidez.

—No, gracias. —Y tras una pausa—: ¿Ha dicho algo Pia?

—No. ¿Tendría que haber dicho algo?

Neve, en un alarde de expiación y dependencia emocional, permaneció en suspenso hasta que desapareció en el interior de Doss Down. Auhl estaba seguro de que no volvería a salir. No quería ser una carga, eso dijo el día que se mudaron allí.

Su presencia apenas dejaba huella. Usaba una lavandería automática de Lygon Street, jamás se daba una ducha larga, nunca dejaba las luces encendidas. Trabajaba en la universidad, de limpiadora. Turnos irregulares, fue lo único que pudo conseguir cuando se trasladó a la ciudad. Ella insistió en pagar el alquiler, mientras que Auhl insistía en que no era necesario, con lo cual, el «Fondo de Emergencias de Neve y Pia Fanning» contaba ahora con mil quinientos dólares.

Había tardado semanas en confiar en él. Conocía parte de la historia de Neve a través de su mujer. Durante la época en la que su matrimonio se iba al garete, Liz, una administrativa del Ministerio de Vivienda, pidió el traslado a Geelong, donde ayudó a montar HomeSafe, una agencia de alojamiento de bienestar social para víctimas de violencia familiar en la región sureste del estado. El día que Neve y Pia pidieron alojamiento de urgencia, todos los inmuebles de HomeSafe estaban ocupados. ¿Por qué no te trasladas a Melbourne? Sugirió Liz. Lejos del cerdo de tu marido. Allí hay más oferta de trabajo.

Chateau Auhl, con su pequeño apartamento trasero.

Tras varias semanas de residencia, Neve Fanning empezó a confiar tímidamente en Auhl.

—Nadie sabe de verdad lo que sucede de puertas adentro —dijo ella una noche.

Quería que fuera él quien le tirase de la lengua. Auhl cumplió, empleando su destreza profesional en las técnicas de persuasión e interrogatorio.

Neve Fanning, Pia Fanning, Lloyd Fanning. Lloyd trabajaba de contable, Neve era «ama de casa». Pia estudiaba primaria y la pequeña familia parecía vivir una vida de ensueño en una espaciosa casa de Manifold Heights, uno de los mejores barrios residenciales de Geelong.

—Todo el mundo pensaba que tenía mucha suerte —dijo Neve—. Casada con un tipo genial, culto, el alma de la fiesta, con contactos en todas partes. —Se encogió de hombros—. Una bonita casa aquí, otra en Bali.

Pero no.

Lloyd Fanning tenía mal genio. Le gustaba darle puñetazos y patadas, empujarla contra las paredes, sobre las mesas y las sillas, ponerle un cuchillo en el cuello, en cierta ocasión en presencia de su hija Pia. Por no hablar del menosprecio y el control.

—Un año, vino a por mí cuando estábamos celebrando una comida de Navidad con las otras madres del colegio. Me sacó de allí a rastras, diciendo que no me podía fiar de esas zorras, que solo podíamos confiar el uno en el otro.

No le permitía tener un empleo, hacer nuevos amigos ni ver a su familia. No tenía dinero propio y revisaba sus correos, llamadas y mensajes de texto del móvil, siempre con la necesidad de saber con quién había estado en contacto. Si no estaba con él, la llamaba y le enviaba mensajes, hasta cincuenta veces al día.

Al final, Neve consiguió reunir el valor necesario para pedir una orden de alejamiento de un año. Dejó a Lloyd y se llevó a Pia con sus ancianos padres a Corio. Según aquella orden de alejamiento de la madre, el tiempo que pasara Lloyd Fanning con su hija sería supervisado estrictamente.

Pero cuando venció la orden, Neve no solicitó otra. Bajó la cabeza mientras se lo contaba a Auhl, como si esperase una reprimenda, y dijo:

—Lloyd estaba intentando hacer todo lo que podía, y es importante que Pia siga teniendo una relación con su padre.

—¿Volviste con él?

Negó con la cabeza.

—Me lo planteé y Dios sabe cuánta coba me dio él para que lo hiciera, pero al final no lo hice.

De modo que Lloyd se cobró su venganza, por medio de su hija. Rompía los pactos, cancelaba planes en el último momento, llegaba tarde, la devolvía a casa cuando ya tenía que estar en la cama. En cierta ocasión se la llevó a Bali durante las vacaciones, contrató a una niñera y la dejó con ella, sin hacerle el menor caso durante diez días.

—Y la forma en la que me hablaba a mí y a mis pobres padres cuando le tocaba recogerla. Con amenazas. Arrogancia. O se quedaba sentado en el coche y pitaba para que saliera. La pobre Pia volvía en tal estado —añadió Neve, negando con la cabeza— que empezó a hacerse pis en la cama.

Neve, sus padres, su hija, estaban todos aterrados, así que solicitó un alojamiento urgente a HomeSafe y pidió ayuda a Legal Aid para conseguir la custodia exclusiva a través del Juzgado de Familia. Gracias a la solicitud a HomeSafe llegó a casa de Auhl. La visita a Legal Aid fue más decepcionante.

—El abogado me dijo que se considera que las madres que piden la custodia exclusiva suelen actuar de mala fe y que necesitaría motivos mucho más sólidos que el que Lloyd fuera desconsiderado o destructivo.

—Neve, te pegaba.

Volvió a bajar la cabeza.

—De todas formas, he solicitado la restricción de las visitas.

Hasta que se la concedieran, Lloyd seguiría viendo a Pia cuando le viniera en gana. Además, había contratado a un abogado muy caro.

Eso sucedió tres meses atrás, y en aquellos primeros días las habitaciones que componían Doss Down fueron la madriguera de las Fanning. Pasaban horas escondidas allí. Auhl lo entendía: había un montón de extraños desconocidos en las otras habitaciones, entre ellos él mismo.

Pero había razones más profundas y Auhl acabó por entender que Neve no estaba preparada para llevar una vida autónoma. No sabía socializar, se sentía intimidada y turbada al entrar en competencia con los otros, le abrumaba la presencia de Auhl, Bec, Liz y los intelectuales que entraban y salían de casa. La propia situación personal de Auhl le parecía de lo más desconcertante. Una expresión de perplejidad, casi de dolor, asomaba en su rostro cuando se encontraba por casualidad a Liz y Auhl juntos en la misma habitación: ¿qué clase de hombre aguantaría a una mujer que lo abandona y que piensa que puede continuar viviendo bajo el mismo techo, entrando y saliendo cuando le venga en gana como si tal cosa?

Auhl llegó a percatarse de que lo que realmente ansiaba Neve era comprender qué hacían los demás para negociar y gestionar sus amistades y relaciones personales. La vida que ella había conocido con Lloyd Fanning estaba llena de escollos ocultos y resentimientos violentos.

No es de extrañar que madre e hija se mostraran mansas, silenciosas y apocadas cuando llegaron. No obstante, los residentes de Chateau Auhl habían sido pacientes con ellas. Y no resultaba fácil. Incluso ahora, cuando Auhl conseguía que Pia se relajara con un ataque de risa, Neve acudía enseguida y exclamaba con voz tensa: «¡Chist, Pia!», como si Auhl fuera capaz de perder los estribos de un momento a otro.

Pensar en esas cosas siempre lo hacía suspirar.

El lunes se celebraría la vista de Neve en el Juzgado de Familia y le había dicho que asistiría para brindarle apoyo moral. Volvió a suspirar, se fue a la cama y puso la alarma para que sonara a las seis de la mañana.

Bajo una luz fría

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