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Cuando Auhl y Colfax volvieron, Joshua Bugg y Claire Pascal estaban inclinados sobre sus escritorios. Tecleando, haciendo llamadas.

Helen Colfax se dirigió de inmediato hacia la pizarra y anunció:

—Atención todos: «Hombre de Hormigón».

Una vez que pusieron sus sillas formando un semicírculo, les hizo una actualización rápida y concisa del caso: el forjado, el cuerpo, la investigación puerta a puerta de Auhl y Pascal, los resultados del patólogo.

—Así que en ese punto estamos —dijo en conclusión—. Era joven, poco más de veinte años, caucásico, no muy alto, y probablemente recibió un disparo. Le dispararon en otra parte y luego lo enterraron bajo el hormigón.

Bugg dijo:

—¿Alguna pista de dónde?

Colfax se encogió de hombros.

—Posiblemente una antigua casa que había en la finca y que derrumbaron hace años.

—Una pena —murmuró Bugg.

—Sí.

—¿Desaparecidos? —dijo Pascal.

—Es obvio que hay que empezar por ahí. Josh, quiero que te encargues de eso. Tenemos un posible nombre: Sean. Empieza, como mínimo, diez años atrás y cinco como máximo. Si eso no da resultados, amplía los parámetros.

—Sí, jefa.

Colfax se volvió hacia Auhl y Pascal.

—Algún periodista hacendoso se preguntará quién era el propietario u ocupante de la finca, así que necesito que vayáis un paso por delante. Localizad a la hija si sigue viva, eso por descontado, pero buscad también los registros de la propiedad. Y comprobad los suministros: teléfono, gas, electricidad. ¿Quién derribó el inmueble? ¿Alguien recuerda si había sangre en el suelo, señales de forcejeo? ¿Hubo en su momento una vieja construcción sobre la losa de cemento? Y suma y sigue.

—Agentes inmobiliarios —sugirió Auhl—. Esos siempre parecen estar al tanto de todo.

—Genial. En su momento la finca estaba en alquiler, ¿no? ¿Lo gestionó alguna de las inmobiliarias locales?

—Y tenemos que encontrar a Donna Crowther —dijo Claire Pascal—. Ver si puede explicar cómo desapareció de su vida aquel novio.

—Bien, bien, estamos en racha. ¿Eran Crowther y el novio personajes conocidos para la policía? —continuó Colfax—. Y no solo por violencia doméstica, sino también si pasaban droga en el inmueble anterior, por ejemplo.

—ADN de los huesos —dijo Bugg.

—Hay cola para hacer las pruebas —dijo Helen—. Y era un chico joven, es bastante probable que no esté en la base de datos, así que estamos intentando hacer público una especie de retrato robot.

—¿Qué pasa con los otros casos?

Helen le dedicó una sonrisa inmisericorde.

—Espero que siga usted faltando a sus obligaciones a ese respecto, agente oficial al mando Bugg. —Hizo una pausa—. ¿Sigues con Bertolli?

Antonio Bertolli era un florista de Mildura al que habían matado de un disparo en 1978. No era el único de su profesión al que habían asesinado por aquella época bajo el común denominador del Mercado de la Reina Victoria y la Mafia Calabresa. El caso volvía a abrirse de un año para otro. En esta ocasión había llevado a Bugg hasta Mildura durante un par de días, a pesar de que pocos de los personajes originales seguían con vida.

—Un caso perdido —dijo Auhl sin poder aguantarse.

—Palabras de sabiduría del viejo cascarrabias, siempre se tienen en gran estima —dijo Bugg.

—Niños —repuso Helen. Miró a Claire—. ¿Tú estás con el caso Waurn?

Los restos mortales disecados de Freda Waurn se encontraron sobre el suelo de su cocina cuando su banco contrató a un cerrajero para entrar en la casa tras el impago de su hipoteca. Lo que encontró fue un esqueleto: llevaba muerta dos años. Tenía el hioides roto y habían puesto manga por hombro todas las habitaciones de la casa.

—Sigo buscando —dijo Claire—. No tenía esposo, hijos ni hermanos. Por lo que parece, estaba completamente sola.

Helen se volvió hacia Auhl.

—¿Alan?

—Bueno... Elphick, jefa.

—Apárcalo, ¿de acuerdo? Quiero que te encargues del Hombre de Hormigón.

—Sí, jefa.

Joshua Bugg se había quedado mirándolo con una sonrisa maliciosa.

—Tienes espinaca entre los dientes, Josh —dijo Auhl.

Era media mañana ya. Auhl y Pascal paseaban por el río en dirección hacia la Oficina del Registro de la Propiedad en el CBD de Melbourne. Auhl, que esperaba encontrarse con la resistencia del sistema burocrático, se alegró de que les dieran acceso directo a las escrituras de la finca en la que habían enterrado al Hombre de Hormigón. Bernadette Sullivan y su marido Francis habían comprado el terreno en 1976. Terra Australis AgriCorp lo tuvo en propiedad entre el año 2012 y el 2015.

—Pues si el Hombre de Hormigón lleva allí diez años, en la fecha en que murió los propietarios seguían siendo los Sullivan —dijo Pascal.

—Los padres han fallecido, lo heredó la hija —repuso Auhl.

Examinaron el certificado de titularidad, un documento recio que olía vagamente a moho. En el encabezado constaban los números correspondientes al volumen y el folio y la evocadora dirección Blackberry Hill Farm... «formando parte de la Parcela Crown 60A». Los propietarios aparecían anotados en dos columnas, con Bernadette Sullivan citada como «Mujer casada» y copropietaria junto con «Agente de bomberos Francis Sullivan» en 1976. Después, en 1986, Bernadette constaba como «Única propietaria superviviente». La propiedad pasó a nombre de Angela, su hija, en 2011; después la vendió a Terra Australis, que a su vez vendió el terreno a Nathan y Jaime Wright.

—Próxima parada, Angela Sullivan —dijo Auhl.

Cuando regresaron al departamento de Casos sin Resolver, Helen Colfax los detuvo.

Miró a Auhl con cara rara.

—¿Te acuerdas de Barbazul?

Auhl intentó interpretar el gesto de su rostro.

—¿Ha matado a su tercera esposa? ¿Cómo se llama... Janine?

—No, exactamente. Dice que es ella quien quiere matarlo a él.

Bajo una luz fría

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