Читать книгу 7 Compañeras Mortales - George Saoulidis - Страница 20
ОглавлениеCapítulo 14: Horace
―¡Horace, amigo! ―dijo Nico, y salió del mostrador para abrazarlo. El hombre siempre fue amable y a Horace realmente le gustaba. Era un jefe justo con todos, y solo los empleados de mierda hablaban mal de él.
―Oye, Nico, te ves bien. Probando todos los sabores, ya veo ―bromeó, señalando su barriga en expansión.
―Bueno, ¿y qué? A las damas les encanta.
Nico puso un brazo alrededor del cuello de Horace.
―Ven, siéntate. Pareces sediento. Déjame pensar, tu favorito es… ―Levantó un dedo―. No, no me lo digas. ¡Helado de tarta de queso!
Horace sonrió.
―¡Te acordaste!
―Por supuesto, soy Nico ―dijo orgullosamente, y se levantó de nuevo para ponerse detrás del mostrador. Hizo a un lado a la chica que trabajaba allí y puso una gran cantidad en una copa. Un poco de sirope más tarde, se lo sirvió a Horace, junto con un vaso de agua fría.
Horace no dudó en atacarlo, sin importarle que se le congelara el cerebro.
¡Hum! Qué bueno.
La expresión de Nico cambió.
―¿Puedo asumir que estás aquí por trabajo?
―Acertaste, Nico.
El hombre suspiró.
―Ay, Horace, Horace… ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Qué hay de ese asunto de las muñecas del que siempre hablabas? ¿No has empezado con eso todavía?
Horace necesitó un segundo para caer en lo que el hombre estaba diciendo. Ah, sí, había compartido su sueño de hacer estatuillas personalizadas y todo eso. Decidió no rayarle a su ojalá futuro jefe por haberlas llamado muñecas.
―Ah, eso. Aquello nunca despegó.
―¿Por qué? ―preguntó Nico, con expresión sincera de pesar.
―No lo sé. Nunca tuve el dinero para empezarlo, seguí de trabajo en trabajo. ―Horace se encogió de hombros―. Nunca fue el momento adecuado.
Nico se humedeció los labios y se inclinó hacia adelante.
―Horace. ¿Ves este lugar?
Miró a su alrededor, siguiendo el gesto del hombre.
―Todo esto solo fue un sueño una vez. Es solo un sueño que tuve. Un millón de sabores de helado. Buena idea, ¿no?
Horace asintió.
―Eso era todo, una idea en aquel entonces. ―Nico se golpeó los nudillos contra la mesa―. Di el salto. Ahora es real. ¡Y nos va muy bien!
―¡Ya lo veo! Siempre supe que con el verano el negocio prosperaría, pero esto es increíble, Nico.
El hombre suspiró.
―Entonces, ¿entiendes lo que me entristece verte volver con el sueño todavía en el hombro?
―Sí…
―Tengo trabajo para ti. Diablos, siempre tendré trabajo para ti. ―Fue al área de empleados y regresó con un formulario de solicitud de empleo. Lo puso sobre la mesa sin sentarse y dijo―: La misma paga, 4 euros la hora. Puedes empezar mañana. Piénsalo, rellena el formulario por las apariencias y déjaselo a Martha.
Luego se fue a atender el negocio.
Horace recogió la solicitud de trabajo y la revisó. Comió un poco más del delicioso helado y frunció el ceño ante las letras, rellenando los espacios con un bolígrafo.
Entonces alguien se sentó en la silla justo enfrente de él, y Horace exclamó, salpicando helado sobre la mesa:
―¿Qué…?
La mujer ante él tenía clase. Era asiática, llevaba un montón de joyas de oro, y se movía como si fuera la dueña de todo el barrio. No era tan raro ver gente opulenta en Kifisia, era una zona rica. Pero sí lo era que se sentaran al lado de extraños.
Ella abrió sus delgados labios, haciendo un sonido sordo. Parecía un gesto para exigir atención.
―No es de extrañar que la gente venga aquí con este calor ―dijo, y sacó un abanico para refrescarse. Estaba decorado con dragones orientales. Ella suspiró como una baronesa, y luego dijo:
―Soy Avaricia Philargyria. Puedes dirigirte a mí como Ava.
―Hola, Ava. Soy Horace. ¿Por qué tengo la sensación de que eres hermana de las otras?
―Cierto. Pero eso es irrelevante ahora mismo. ¿Qué crees que estás haciendo con eso? ―Apuntó con el dedo a la solicitud de trabajo.
―Conseguir trabajo.
Chistó con elegancia y puso los ojos en blanco. El gesto era mucho más expresivo con sus rasgos asiáticos.
―¿Con las condiciones de siempre? ―dijo ella, tiñendo de amargura cada palabra.
―¿Qué otra cosa puedo hacer?
―Para empezar, pedir mejor salario. Tú vales más. Ya trabajaste aquí antes, ¿no?
―Sí. Hace tres años.
―Así que conoces el trabajo, no necesitas ninguna formación. Un trabajador instantáneo, ¿verdad?
―Bueno, sí. ―Horace miró a los empleados―. Por lo que veo, nada ha cambiado.
―¿Y tú qué tienes, treinta años?
―Sí.
―Así que podrías ser fácilmente un gerente.
―Supongo. Pero no he estado en contacto en años.
―Podrías convertir eso en un beneficio para el empleador. Aquí estás tú, conoces los pormenores de todo el negocio, pero has estado ausente como para no tener ninguna conexión personal con los empleados actuales. Si esto fuera una franquicia, sería como si te enviaran de la gerencia para supervisar el negocio, ¿no?
Horace se frotó la barbilla.
―No lo había pensado de esa manera.
―Por supuesto que no. Tú vales más, Horace. El trabajo sigue siendo lamentable, pero incluso en este ambiente deberías tomar lo que es legítimamente tuyo.
Agarró el aire con su puño delgado. Era delgada y fibrosa, se podía dar una lección de anatomía a partir su cuerpo. Su puño era pequeño y fuerte.
Horace murmuró algo en asentimiento.
La mujer asiática se inclinó hacia delante, con toda la expresión de codicia del universo contenida en su puño.
―Deberías llevártelo todo.