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La posición de intervalo que mantuvo de manera constante Pierre Fédida se debía ante todo a su incapacidad de ser dogmático: le era imposible detener el pensamiento, fijar de una vez por todas las determinaciones de un concepto metapsicológico. Esta elección tal vez explica su voluntad de poner al psicoanálisis en situación de diálogo con la filosofía, la poesía, la antropología, la historia del arte, la biología… Que la situación psicológica sea imperativamente específica no implica que su pensamiento deba constituirse como la definición de un dominio, de un “campo” del que uno sería a la vez el experto y el dueño. Se puede poseer el diván, pero no aquello que permite pensar lo que ocurre en él: eso rebasa los límites del consultorio mismo. Si Pierre Fédida prefería circular de un campo a otro, siguiendo caminos inesperados, es porque el pensamiento no cobraba sentido para él sino en el recorrido mismo, más que en el asentamiento en un sitio y en su delimitación por un dueño.

Esto explica también, me parece, un gran número de paradojas que Pierre Fédida se forjaba como tantas otras experiencias heurísticas propicias para extraer el psicoanálisis de sus propias adquisiciones, cuando éstas se limitan a crear un hábito, una “capa de confort” teórica. Por ejemplo, su trabajo atípico sobre la hipocondría —“esa suerte de alucinación verbal del órgano de la palabra en el que, al haber sido primitivamente investidas, las palabras se vuelven el lugar de la modificación de los órganos”—[19] habrá sido, tal vez, tan decisivo como la histeria en el joven Freud: el lugar privilegiado, en la clínica, para pensar nuevamente el síntoma (symtoma) y al mismo tiempo los vínculos del cuerpo con la palabra, del soma con el sema. Se perfila entonces la noción de un “cuerpo de la palabra”: [20] gracias a Lacan y más allá de cierta vulgata fenomenológica, el cuerpo salía de su estado de “mutismo”, preso en el puro Dasein; pero, gracias a Binswanger y más allá de cierta vulgata estructuralista, la palabra salía de su puro estado “enunciativo” para convertirse en algo así como un gesto que involucra todo el cuerpo, un gesto de aire creador de significados y significantes, pero también de flujos, de intensidades, de suspensos, de atmósferas, de acontecimientos impalpables que, sin embargo, se encarnan.

Luego vino el “cuerpo del vacío”.[21] Pero el “vacío” o la “ausencia” ya no se reducían al espaciamiento abstracto que, en aquella época, hacía de ellos el modelo estructuralista. Vacío y ausencia se volvían medios, materias, movimientos, órganos. De manera que, en Pierre Fédida, el “intervalo” posee ciertamente, desde el inicio, este fecundo doble sentido: estructural como entre, fenomenológico como cavidad (es decir, como espacio orgánico concebido según el paradigma hipocondríaco).[22] Más tarde, será cuestión de pensar nuevamente la metáfora (que dice el sema) junto con la noción de crisis (que dice el soma y el symtoma), o de reinventar la tópica freudiana respondiendo a la hipersimbolicidad de la topología lacaniana mediante un recurso arqueológico y antropológico a la imagen informe de chora, el “lugar portador de huellas” de los antiguos griegos.[23]

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Gestos de aire y de piedra

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