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Una de las más bellas descripciones del objuego —descripción que es a la vez psicoanalítica y filosófica, clínica y ética, incluso estética— se encuentra, a mi parecer, en un pasaje en el que Pierre Fédida muestra cómo el juego, que implica gesto, ilumina el duelo, que implica abatimiento del gesto. Describe ahí, magníficamente, a dos niñas pequeñas que “ponen en juego” el duelo de su madre al inventar algo así como una forma coreográfica —como tal, atravesada por el placer, la risa y el movimiento— de la muerte:

Algunos días después del deceso de su madre, Laure —de cuatro años de edad— juega a que está muerta. Con su hermana —dos años mayor que ella— riñe por una sábana con la que desea la cubra mientras explica el ritual que escrupulosamente deberán seguir para que pueda desaparecer. La hermana obedece las instrucciones hasta que, al ver que Laure ya no se mueve, se pone a gritar. Laure reaparece y, para calmar a su hermana, le pide que a su vez sea la muerta, y le exige que, mientras la cubre, la sábana permanezca impasible. Pero no cesa de acomodarla, ya que los gritos de llanto se han transformado en risas que ondulan la sábana con sobresaltos de alegría. Y la sábana —que era sudario— se vuelve vestido, casa, bandera izada en la cima de un árbol… antes de que acabe desgarrada en risas, en un baile desenfrenado durante el que dan muerte a un conejo de peluche, al que Laure le revienta el vientre.

Definitivamente, el duelo pone el mundo en movimiento. E inspira este juego fantástico —al designificar las actitudes y los rituales del duelo—, que crea la fiesta de la muerte. Mediante el juego, el niño tiene la capacidad de morir y de matar. Al mundo lo impulsa una nueva movilidad a partir del momento en que la muerte sustenta, de repente, su evidencia gracias a un juego que cumple simbólicamente su deseo. (La aparición de cinestesias en el Rorschach de niños pequeños al momento de un duelo personal confirma la relación de temporalización de la muerte a través de esta manera de poner en movimiento el mundo). […] El juego ilumina el duelo: efectúa su sentido oculto y temporaliza sus potencialidades subjetivas.[26]

¿En qué consiste la lección “estética” de esta descripción? Primero, en la sustitución de la imagen-duelo, unilateral y desesperante, por una imagen-deseo que el juego de las dos niñas termina por emplear. La primera imagen, inmóvil en la representación del sudario, provoca “gritos de llanto” y de miedo, una angustia inarticulada, alaridos sin palabras. En cambio, la segunda imagen nace de una forma por dar y de un tiempo por tomar, a fin de dar lugar a esta forma: al manipular la sábana alrededor del cuerpo de su hermana mayor, Laure se toma su tiempo, “no cesa de acomodarla”. Entonces, de imagen fija —unívoca, mortaja—, la sábana se vuelve materia de metamorfosis, es decir, material operatorio creador de va­rias formas posibles: vestido, casa, bandera, antes de que termine en alegres jirones. No sólo el duelo se “temporaliza”, como lo escribe Fédida, sino aún más: al mundo mismo lo “impulsa una nueva movilidad” y se abre a una nueva posibilidad de palabra. El dolor psíquico inarticulado se ha vuelto organización escultural de la superficie (la sábana que es manipulada en drapeados múltiples), pero también la organización coreográfica del espacio (“el baile desenfrenado” que acompaña esta metamorfosis), del que por fin la palabra podrá surgir.

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Gestos de aire y de piedra

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