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Rutina y aburrimiento

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Nuestras primeras indicaciones relativas a los problemas planteados por la inercia conceptual que lleva a conservar en el psicoanálisis ese principio se remontan a una década atrás y atañen a las economías del encuentro y del amor.(35) A eso siguieron planteos sobre la rutina y el aburrimiento que podemos retomar aquí.(36)

El término “rutina” deriva del francés routine, forma diminutiva y peyorativa de route, que significa “ruta”. Una rutina es, entonces, una rutita de morondanga. Por otro lado, route y “ruta” vienen del latín rupta, que significa “rota”, ya que un camino simplemente se hace al andar, mientras que una ruta se abre rompiendo el terreno. En suma, una rutina es una rutita abierta una vez y recorrida hasta el hartazgo. No por ello debe concluirse que romper la rutina sea imposible porque la rutina ya esté rota (al menos etimológicamente), pero sí hay que subrayar que salirse de la ruta es el sentido originario de delirar, y eso confirma que romper la rutina siempre conlleva un grano de locura.

En informática, una rutina es una secuencia de operaciones fija, invariable. Las máquinas no se aburren de repetir una rutina; nosotros sí tenemos esa maravillosa posibilidad. Lacan hizo del aburrimiento el signo de estar habitados por el deseo de Otra cosa.(37) Y si “diversión” es lo contrario de “rutina”,(38) el aburrimiento es signo de un deseo de diversión, de un deseo de romper la rutina.

Según el planteo freudiano, estamos condenados a navegar entre dos rutinas: la de la pulsión y la del deseo. Freud concibió en términos de facilitación la huella que ciertas experiencias dejan tras de sí,(39) y “facilitación” es traducción del alemán Bahnung, que significa “abrir una ruta”. Es decir que una experiencia abre una ruta que luego podrá transitarse con más facilidad. Tal es la rutina pulsional: una ruptura inaugura una rutina que después cuesta romper –tanto que estuvo a punto de conmover la fe freudiana en el principio de placer. ¿Y la rutina del deseo? Para Freud, el deseo es ese núcleo del ser inmortal, indestructible e inconsciente que nos hace ser quien somos y nos acicatea sin cesar.(40) Su rutina hace que tengamos un estilo propio, único, en nuestros lazos libidinales –lo que llamamos “singularidad”.(41) Hay entre ambas rutinas una relación que requiere ser elucidada y sobre la cual volveremos.(42)

La novela Una semana de vacaciones cuenta la historia de un padre que inicia sexualmente a su hija.(43) El lazo entre ambos es tan rutinario como el modo de goce y la novela misma, y lo único capaz de conmover esas rutinas en tres ocasiones es alguna de las formas del deseo de la hija.(44) Una es el aburrimiento, signo de un deseo. La segunda es el anhelo de otra cosa especifica: tomarse un respiro en la rutina del sexo, para dedicarse a la lectura. La tercera se enlaza con un deseo inconsciente: un sueño que la hija cuenta al padre y que no rompe sólo la rutina, sino también el lazo.(45)

Rutina y aburrimiento nos enseñan, acerca de los seres hablantes, algo que está en franca contradicción con el planteo freudiano del principio de placer, incluido su “más allá”. ¿Por qué suponer que pueda regirnos una tendencia a evitar la excitación y a procurar su descarga, en lugar de una tendencia más bien opuesta y que nos distingue de toda otra especie, reconocible en nuestro efectivo gusto por gozar de variadas maneras y en la mayor medida posible? Si algún Lustprinzip nos caracterizara, no sería un principio de placer que busca la descarga, sino un principio de goce que reclama excitación. Si entendemos el placer como una cualidad consciente ligada a la descarga de excitación, es absurdo suponer que vivimos bajo el imperio de un principio que nos inclina a ello. En lugar de corregirlo mediante la referencia a cierto “más allá”, habría que erradicarlo de cualquier consideración seria de la economía de los modos de gozar.

Así planteábamos el problema hace pocos años,(46) apuntando a la inadecuación entre el principio de placer y el mundo humano. Pero más recientemente señalamos una razón más fuerte aún para erradicar el principio de placer, pues se trata de una contradicción interna en el sistema freudiano nacida de la ambigüedad del término “economía”,(47) y esto permite plantear la cuestión de una manera muy sencilla.

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