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Cuantificar cualidades

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El llamado “problema de la cualidad” intenta explicar las sensaciones. Que los procesos psíquicos puedan ser inconscientes no depende del principio de placer, de modo que nuestra discusión no afecta a ese problema. Lo mismo ocurre con las sensaciones y con los caracteres del sistema de la conciencia: si las cualidades son, en última instancia, función de la frecuencia (o periodo) de la cantidad circulante, ello será así con cantidades grandes o pequeñas, ya sea que procuren descargarse o no. Si dejamos de lado los esfuerzos por dar a esta construcción correlatos anatómicos, el problema central abordado en relación con la conciencia es el del placer y el displacer, de modo que aquí deberemos calibrar las cosas con mayor detalle.

Freud considera obvia la tendencia a evitar displacer, y se confiesa tentado a identificarla con el principio de inercia, que es un mero principio de descarga. Hay aquí una brecha que él se apura a cerrar y que por el momento conviene mantener abierta. Ante todo, porque carga y descarga son funciones cuantitativas, mientras que placer y displacer son cualidades. Más aún, él mismo se arrepentirá de tal equiparación treinta años después cuando, por primera y única vez, diga que “placer y displacer no pueden ser referidos al aumento o la disminución de una cantidad”.(53)

¿Cómo entender el placer? Antes de responder, recordemos que, según Lacan, el sedimento, el “aluvión” resultante del manejo, en un grupo lingüístico, de su experiencia inconsciente, es lo que mantiene viva lalengua, hecha del goce mismo.(54) En otras palabras, lalengua es una suerte de precipitado de las experiencias inconscientes de goce en una comunidad lingüística, y por eso conviene apoyarse en ella cuando de esas experiencias se trata. Pues bien, si procedemos así, debemos aceptar que el placer se enlaza con el gusto y que, a diferencia de lo que Freud sostuvo siempre excepto en 1924, no hay principio cuantitativo que regule el placer universalmente. Además, ¿quién no lo sabe? Un mismo plato ofrecido a tres personas puede parecerle delicioso a una, indiferente a otra, y repulsivo a la tercera, de modo que la cualidad (placentera o displacentera) no depende del objeto ni del sensorio, sino de un encuentro contingente. El placer no tiene ley. El displacer tampoco.

Sin embargo, desde 1895 Freud se deja llevar por el afán de enlazar el displacer con una elevación de nivel y el placer con una descarga. Su retractación de 1924 es muy pasajera, por desgracia, ya que sólo un año después insistirá en restaurar esa correlación, cuando se muestre sorprendido de que una descarga produzca un displacer que sólo una excitación debería provocar.(55) Que esa posición suya no sea estable, pues, alienta a no seguirlo en este asunto.

El apartado del “Proyecto…” dedicado a las conducciones ψ toca la cuestión de las pulsiones. Sorteando las analogías neurológicas, cabe sostener, con Freud, que el mecanismo psíquico tiene un resorte pulsional continuo, y también suscribir su conclusión, a saber, que de allí nace la voluntad,(56) pero es necesario evitar de entrada el espejismo de basar la noción de pulsión en la de necesidad –trátese del hambre, la sed o lo que sea. Mantener esa distinción resultará crucial a la hora de concebir lo que allí se inscribe bajo el título de “vivencia de satisfacción”. Y ésta adquiere un carácter radicalmente distinto si se la aprecia apagando la engañosa luz del principio de placer.

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