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Vivencias de excitación

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Las necesidades provocan sensaciones que molestan a la criatura hasta el punto de hacerla llorar y berrear, y eso suele mover a otro a realizar la acción específica que le dará el auxilio indispensable. Pero ¿cómo entender lo que entonces ocurre y que Freud llama “vivencia de satisfacción”? Según él, la provisión del alimento o de lo que haga falta cancela el estímulo perturbador, y eso queda enlazado, por medio de una facilitación, a la imagen del objeto y al modo en que se provocó la acción específica.

La excitación molesta es así suprimida por un tiempo. Ahora bien, a cambio la criatura recibe un cúmulo de estímulos tales como los nacidos de mamar, de chupetear, de tragar, de recibir caricias o de ser mirado con dulzura. En síntesis, le han canjeado una excitación desagradable por varias acaso deliciosas,(57) y sin duda esto tiene, como dice Freud, “las más hondas consecuencias”, pero ¿acaso ellas se deben a la satisfacción causada por haber sido aliviado el estímulo perturbador, o bien al contemporáneo descubrimiento de una multitud insospechada de goces?

La depresión anaclítica descripta por Spitz es elocuente al respecto.(58) La cancelación de las excitaciones nacidas de las necesidades no responde al “resorte pulsional” requerido para poner en marcha el mecanismo psíquico, y por eso el destino de las criaturas que pasan cierto tiempo en las condiciones del llamado “hospitalismo” oscila entre la idiotez y la muerte. La explicación que Spitz propone para este conocido fenómeno, basada en la de Freud, no es convincente. ¿Cómo no ver que esas desgraciadas criaturas afrontan una larga, espantosa y generalizada privación de aquellos goces “cuya falta [hace] vano el universo”? (59)

Por lo demás, para convencerse de que la cancelación de estímulos molestos no es, en sí, apta para satisfacer nada, basta observar en cualquier criatura el inagotable afán por mamar o chupetear el pezón o la tetina tras haber saciado su apetito, o incluso el empeño con que se resiste a dormir aunque se le cierren los ojos. En síntesis, aquí no tiene lugar la vivencia de una satisfacción debida al cese de cierta molestia, sino el encuentro con uno o varios goces desconocidos hasta entonces, y esta vivencia de excitación no tiene por qué ser considerada una experiencia inaugural y privativa del infans, ya que bien puede tener lugar en cualquier momento de la vida.(60)

Freud concluye el apartado que dedica a este asunto diciendo que el estado de esfuerzo o de deseo provocará, cuando resurja, una suerte de alucinación, precursora del desengaño. Luego veremos en qué medida y cómo se sostiene esta conjetura suya, pero convengamos que, bajo esta perspectiva, la animación del deseo no depende de que reaparezca la excitación perturbadora ni coincide con tal reaparición.

El dolor pierde así el carácter contrario a la satisfacción impuesto por el planteo freudiano. De las consideraciones acerca de la vivencia de dolor, poco se sostiene. Ante todo, porque Freud yerra al enlazar dolor y displacer, que carecen de correlación necesaria. Que pueda gozarse del dolor sólo es un misterio para quien no tiene ese gusto. Por otro lado, hay algo inexplicable para el modelo freudiano, debido a que éste supone erróneamente que la cantidad responsable del dolor proviene del exterior del cuerpo, a saber, la posibilidad de que un proceso de pensamiento produzca dolor. ¿Por qué algo es capaz de causarnos dolor de sólo pensarlo? Finalmente, si nada impide que un dolor guste, no habrá cómo distinguir, con estos elementos, entre la vivencia de dolor y la de excitación gozosa.

Los afectos y estados de deseo contienen elevaciones de tensión y dejan secuelas compulsivas, dice Freud, y en esto no podemos menos que acordar con él, dado que nos topamos con ellas en la clínica más cotidiana, pero a eso añade dos cosas muy llamativas ligadas al deseo y la defensa (o represión) resultantes. En el caso del deseo, la compulsión toma la forma de esa atracción hacia el objeto (o más bien hacia su huella mnémica) evocada por la canción No hago otra cosa que pensar en ti. Ello provoca un estado de excitación e investidura incesantes que no sólo contradice el supuesto principio de placer, sino que además no se aniquila mediante satisfacción alguna. El deseo, por lo tanto, contradice ese principio, y su “más allá” tampoco lo explica. Por su parte, la vivencia de dolor crearía, según Freud, una inclinación a no investir la imagen mnémica del objeto hostil, lo cual implicaría una reacción de avestruz, hacer como si el objeto no existiera, cuando en verdad eso se opone a lo que él mismo había dicho antes acerca de esta secuela compulsiva, y también contradice las más conocidas y generalizadas formas que esa secuela toma y que van del resquemor al odio e incluso al afán de venganza –No hago otra cosa que pensar en ti con aversión. Por lo tanto, no podemos acompañar a Freud en su idea de la defensa primaria, que es, a su vez, la primera imagen de la represión y que llega a requerirle el agregado de un principio explicativo nuevo… y biológico.

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