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Por alrededor de veinte años, los dos sencillos tomos en dieciseisavo permanecieron quietos en su estante de la biblioteca sin que nadie los quisiera. ¡Qué son veinte años en la historia de un buen libro! Tal vez no descansaban del todo, tal vez el muy ocupado profesor y padre de familia los tomaba de vez en cuando del estante y deslizaba sus ojos severos por las hojas ya envejecidas, cuando por las noches lo invadían en su mesa de estudio los recuerdos y la nostalgia de la juventud.

Quizá se sorprendía afligiéndose por lo rápido que el tierno poeta había desaparecido de la consideración del mundo y por lo poco que su nombre aparecía aún en boca de alguna persona; no sospechaba que décadas más tarde la seria belleza de esta poesía encontraría nuevos amigos y enérgicos admiradores y difundidores. Pienso que en una de estas horas de remembranzas fue que escribió en media página vacía del segundo tomo los versos que a menudo he leído allí con emoción:

Cómo sopla desde tus dulces rimas

un aroma de la juventud hacia mí,

que en coloridos sueños de poeta

tan fácil e imperceptible se me escurrió.

Eres para mí, como de los días de mayo

en otoño, el saludo tierno de las flores,

serio y en voz baja me quieres decir

cuán lejos ha quedado mi juventud.

A veces también la bella señora de la casa tomaba tal vez el Novalis. No lo sé, pero me gusta creerlo, pues en su retrato, que he visto algunas veces en mis épocas de muchachito, tiene en su noble rostro ese tierno rasgo soñador del espíritu en el que adivinamos el alma inclinada hacia lo bello. Me produce regocijo pensar que ha sostenido a veces los tomitos marrón claro con sus blancos dedos.

Como sea, el libro quedó en casa de Brachvogel y seguía estando allí cuando el hijo de la casa, en el año 1862, escribió sobre el tema desde Tubinga. Era filólogo como su padre, y en el transcurso de algún estudio sobre historia de la literatura debe haber oído hablar ocasionalmente sobre Novalis. Ahora le enviaron las obras desde su casa.

Nuestro ejemplar no presenta rastros que permitan deducir un fuerte uso por entonces, ante todo no hay ninguna anotación de aquellos años. Al parecer, el poeta causó poca impresión entre los estudiantes avanzados de aquella época antirromántica. Bajo su posesión, el libro dormitó como dormita una piedra preciosa, en tanto que ningún haz de luz despierte su fuego oculto. Incluso parece haber sufrido por momentos algunos abusos, pues a esa época en Tubinga le atribuyo el descuido de las encuadernaciones, que presentan algunos círculos y semicírculos borroneados, como si les hubieran apoyado vasos encima. De todos modos, mi Novalis estuvo aún algunos años en posesión del joven Brachvogel y hasta vivió su semiconversión.

Este Brachvogel hijo era un espíritu frío y crítico, una persona un poco especial ya desde joven. No bien rindió su examen en Tubinga, su padre murió repentinamente tras una breve enfermedad. La madre ya había fallecido un año antes, aún bella y admirada por sus amigos después de un matrimonio de veinticinco años. El joven estudioso se vio de pronto huérfano y dependiendo de sí mismo. Arrastrado por su inclinación, y gracias a la autonomía que le confirió una herencia considerable, abandonó enseguida su patria y viajó en soledad hacia el sur. Debe haber sido solo por casualidad que al vender la biblioteca paterna el Novalis quedara separado y terminara dentro de su maleta de viaje.

De los años sucesivos me dio exacta cuenta el diario íntimo que Brachvogel llevó adelante con bastante esmero durante su tiempo en Italia. Pero solo en las últimas páginas se habla al pasar de nuestro Novalis. Brachvogel estuvo varios años en Roma, visitó el sur de Italia y Sicilia y parecía pensar poco en su patria y en el pasado. Al menos su diario informa únicamente sobre cuestiones italianas, estudios y viajes, y roza el recuerdo de los padres casi exclusivamente cuando vuelven las fechas de sus respectivos decesos. En el quinto año de su ausencia, sin embargo, un soplo de nostalgia por el hogar parece conmover de cuando en cuando el corazón del solitario.

Por ese entonces se había instalado por varios meses en Venecia, donde investigaba en las bibliotecas, mientras que día a día el mundo era sacudido cada vez con mayor intensidad por las noticias de la guerra francesa. Aunque esto no haya conmovido con fuerza al peculiar erudito, el hecho de que se le recordara más que de costumbre su lejana patria hacía que hubiera horas en que se veía sorprendido por pensamientos sobre su juventud y recuerdos de su hogar. En uno de estos momentos, volvió a caerle en las manos por casualidad el poeta del todo olvidado. El diario informa de manera escueta y cruda:

Entre los novelones del cajón inferior encontré hoy el viejo Novalis y sentí ganas, después de años, de leer de nuevo algo de ese estilo. Entre los fragmentos me llamaron la atención algunos ingeniosos, entre mucha confusión y extravagancia. Luego empecé a leer el extraño Ofterdingen.

Y diez días más tarde:

Proseguí con la lectura del Novalis hasta el final de la primera parte de Ofterdingen. Hacía mucho que no leía a un poeta alemán y ahora no me puedo sustraer del todo a la extraña impresión que me ha dejado.

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