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Cuentos de vida

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Aunque quizá no sean lo más conocido de su obra, los cuentos de Hermann Hesse ocupan un lugar prácticamente tan vasto como sus novelas. La frontera entre ambos géneros igual es algo difusa. Como Hesse se sentía muy cómodo con lo que él mismo llamaba novellen o novela corta, muchos de los que están catalogados como “cuentos” tienen la misma extensión que los libros autónomos que circulan bajo el rótulo de novelas, como en el caso de Siddhartha. Sin contar esos libros, son más de cien los relatos –desde muy breves hasta muy largos– que Hesse publicó en el transcurso de su vida, la amplia mayoría entre 1900 y 1914, y solo un tercio en los casi cincuenta años restantes.

Hesse escribía estos textos para que fueran publicados en diarios y revistas, pero apenas una parte pasaba luego al formato libro, en antologías de ficción o de escritos autobiográficos. Las Obras reunidas que él mismo preparó y publicó algunos años antes de morir no contienen ni la mitad del total del corpus. La primera edición completa de los cuentos que ya habían salido en forma de libro vio la luz quince años después de su muerte, y tuvieron que pasar varias décadas más para que al fin aparecieran sus relatos completos, incluidos los que nunca habían sido publicados dentro de sus antologías y hasta los que no llegó a terminar.

Como explica Volker Michels, que estuvo a cargo de la edición de sus obras completas, la vida y obra del segundo Nobel alemán de literatura –luego de Thomas Mann– se comportan como los componentes de una ecuación matemática, por lo que todo “análisis exacto” de sus escritos se topa necesariamente con su correspondencia en la vida del autor. A esta identidad entre experiencia y escritura le debe Hesse “la claridad y simpleza” de sus escritos: “Para poder escribir así, primero hay que haber vivido así”.

Con la atención puesta de este modo en la propia biografía, Hesse decía apreciar “la reaparición de un recuerdo infantil” más que el descubrimiento de unas ruinas romanas. Aproximadamente la mitad de sus relatos se refieren consecuentemente a su infancia y juventud, la mayoría en su ciudad de nacimiento a orillas del Nagold, Calw (Baden-Wurtemberg, Alemania), transmutada en sus escritos en Gerbersau, por las curtiembres (Gerber) que constituían por aquella época la manufactura principal de su pequeña pero variopinta población.

Por supuesto que este deliberado regionalismo estaba lejos de ser chauvinista. Para Hesse, Calw/Gerbersau era un “prototipo y arquetipo de todas las patrias y destinos humanos”, y lo que tendiera hacia el lado contrario solo despertaba su hilaridad. Buena muestra de ello es su “Parodia suaba”, en la que satiriza un libro regional que realmente apareció en 1926 (las otras referencias del texto también tienen correlato en la realidad). En la misma línea se podría ubicar el relato “La ciudad turística del sur”, que ya adelanta en 1925 ese monstruo aún en ciernes que luego sería el turismo. La ciudad meridional en la que Hesse pudo ver el futuro con tanta claridad no es otra que Lugano, próxima a Montagnola, donde ya vivía desde 1919.

Así como no eligió el lugar en el que le tocó pasar su infancia, y por lo tanto el escenario de los relatos que se remiten a ella, Hesse adscribió durante toda su vida a una suerte de determinismo respecto también a los temas de sus cuentos y novelas, que según él nunca buscaba, sino que le llegaban por sí solos (razón por la cual casi no aceptó escribir por encargo). Cuando estos surgían de su biografía, como ocurre tantas veces, apenas si les hacía algunos cambios. “La historia… es verdadera y vivida –le contestó por ejemplo a Erika Mann, la hija mayor de Thomas, cuando esta le preguntó cuál era la relación entre realidad y ficción en ‘La primera aventura’–. Solo las personas están cambiadas: no fue la dama del cuento la que me hizo avances, sino otra mujer, a la que yo no amaba.”

Gerbersau aparece por primera vez en “Karl Eugen Eiselein”. Al igual que su protagonista, también Hesse soñaba con ser escritor desde muy temprana edad. Y si bien el desenlace de su propia historia fue feliz, no estuvo exento de dramatismo. “Quiero romperme el cráneo contra estos muros que me separan de mí mismo”, escribió en una carta cuando tenía quince años, época en que también intentó suicidarse (y fue derivado a un sanatorio para dementes y epilépticos). Había logrado entrar en el seminario evangélico de Maulbronn, pero al poco tiempo supo que la teología no era lo suyo. “Ya por entonces –apunta en sus Anotaciones biográficas– tenía en claro que no quería ser otra cosa que escritor, aunque a la vez sabía que ese no era un oficio reconocido ni servía para ganarse el pan”.

Entre los oficios que practicó con la idea de asegurarse un sustento estuvo el de cerrajero. Luego de escapar de la escuela-convento en la que recaló tras rendir libre el último año de la secundaria, y mientras planeaba exiliarse en Brasil, Hesse volvió con diecisiete años a su Calw natal y estuvo durante un año y medio trabajando en una fábrica de relojes de torre. El relato “Un inventor” pertenece al pequeño grupo de historias (entre las que habría que incluir algunos capítulos de su novela Bajo las ruedas) en el que el hijo de un reputado teólogo, destinado a la universidad pero devenido aprendiz de un oficio manual, recrea sus vivencias entre la clase obrera.

Más tarde, y más cerca de sus inclinaciones, Hesse estudió para librero y ejerció por un tiempo en Basilea, en un sitio que luego definiría como un “asilo para descarriados de todo tipo”. A esta época remite “Víctimas del amor”, y a su modo también “El Novalis”. En el posfacio a una edición de este último cuento, publicado en forma de libro autónomo en 1940, Hesse contó que, pese a describirse como un bibliófilo, la vida lo llevó finalmente por otros caminos, y de los libros que menciona en el cuento ya no poseía ninguno. “Debo confesar incluso que el Novalis en dos tomos que compré en Tubinga y del que trata el relato hace tiempo que ya no me pertenece… mi vida se ve hoy muy distinta a como me la imaginaba en mi fantasía de aquel entonces.” Al momento de publicar este cuento, Hesse había empezado a reseñar libros en un periódico de Basilea, y la primera reseña que le dedicó por entero a un poeta fue precisamente sobre Novalis, de quien se acababan de publicar unas obras completas.

De su vida ya como escritor se nutre el relato “De la correspondencia de un autor”, donde lo único inventado son los nombres propios. La correspondencia de Hans Schwab repite la que Hermann Hesse mantuvo con editores y redactores entre 1886 y 1908. El contenido de la misiva en la que Schwab ofrece su primera novela Paul Weigel es prácticamente idéntico al de la carta con que Hesse acompañó el envío de su primera novela Peter Camenzind; la revista que deja de publicarle los poemas a Schwab no bien este pide cobrar honorarios corresponde a Das deutsche Dichterheim, donde a fines del siglo XIX Hesse publicó sus primeros poemas (naturalmente gratis). Incluso son auténticos el pedido del redactor para que Schwab/Hesse se cambie el apellido por uno más extravagante y el chantaje de un colega que lo acusa de plagio para que escriba una reseña positiva de su novela.

En cuanto a “La velada literaria”, esta tuvo lugar el lunes 22 de abril de 1912 en Saarbrücken. “Y todo es literalmente cierto”, confesó Hesse en una carta de 1957.

Aunque no hace falta quizá saber que la “Conversación con el hogar” surgió de una estufa real (la que usó Hesse para sobrevivir a un invierno en la Casa Camuzzide Montagnola), otros relatos pierden espesura si no se conoce su trasfondo biográfico. “La despedida”, por ejemplo, responde a un episodio en la vida del autor que lo dejó al borde de la ceguera. En 1902, debido a fuertes dolores en los ojos, tuvo que someterse a una operación, que acabó empeorando las cosas. Como efecto secundario de esa intervención, sufrió de por vida calambres y neuralgias en la parte superior de la cara, que una y otra vez lo obligaban a pasarse semanas o meses sin poder leer y escribir. La ceguera no era por lo tanto una fantasía, sino un temor cercano.

Incluso el cuento sobre “El final del doctor Knölge”, por muy fantasioso que parezca a primera vista, se basa una vez más en sucesos reales. En abril de 1907, mientras se hacía construir su primera casa junto al Bodensee (ya tenía esposa y tres hijos), Hesse sufrió una crisis (“Había casi perdido la fe indispensable e instintiva en la libre voluntad”) y decidió hacer una especie de retiro espiritual, primero en Locarno y luego en el Monte Verità, cerca de Ascona, donde estaba instalada una colonia de vegetarianos y naturistas bajo la supervisión del excéntrico belga Henri Oedenkoven. El cuento se nutre de sus experiencias en el lugar, donde vivió siete días sin comer nada sólido; incluso la figura de Jonas está inspirada en una persona real, el doctor. Lerchel, un fugitivo que por miedo a ser atrapado vivía en los árboles.

Llamativamente, algunos de los textos no autobiográficos de entre los seleccionados aquí fueron también los que salieron con seudónimo. Por sus llamados a la unidad de los pueblos durante la Primera Guerra Mundial (a la que sin embargo se había presentado como voluntario), Hesse sufrió la acusación de “apátrida” y decidió empezar a publicar con otro nombre, en parte para evitarse más ataques, en parte también para que desde Alemania no le quitaran su puesto en una organización de ayuda a los prisioneros de guerra alemanes, que incluía la publicación de libros y revistas para los soldados. “Si la guerra dura dos años más”, publicado en noviembre de 1917 en el Neue Zürcher Zeitung de Suiza con el título “En 1920”, fue el (muy kafkiano) primer texto que publicó bajo el alias Emil Sinclair, el mismo que utilizaría para su célebre novela Demian. También la segunda parte, “Si la guerra dura cinco años más” –publicada en el mismo diario en 1919 bajo el título “Del año 1925”–, llevaba ese seudónimo, que Hesse habría seguido usando, como era su plan, si un periodista no hubiese revelado a quién pertenecía en realidad.

Hesse se sentía bien en ese segundo plano, como lo demuestra que prefiriese (al igual que su ya mencionado alter ego Schwab) que no se publicara su retrato en los libros, como quedó testimoniado en la carta del editor Samuel Fischer pidiéndole perdón por haberlo incorporado sin su autorización: “Mi experiencia con los autores de mi editorial es que si no publico su foto en el prospecto se sienten relegados”, se excusó. En este sentido, todos los personajes de Hesse tienden a ser como él, que más interesado por lo idílico que por lo dramático prefería dejarlos (dejarse) en un segundo plano. “A veces siento que solo existen los personajes secundarios –escribió en una carta de 1912–, y entre ellos incluyo al Fausto y a Hamlet”.

La estrecha relación entre la vida y la obra de Hermann Hesse hace que todo recorte de sus relatos, aunque resulte una restricción, conserve por fuerza su carácter representativo, tanto de su literatura como de su biografía, eximiendo al eventual antologador de obligaciones ilustrativas o aun didácticas. Ni la más caprichosa y limitada de las selecciones puede evitar dar un panorama fiel de la cuentística de Hesse. Con esa tranquilidad de base se realizó la que aquí presentamos, donde tal vez lo que Prima sea el Hesse con mayor sentido del humor, el rasgo mágico que ya había detectado quien ganaría el premio Nobel de Literatura el año inmediatamente posterior. Para su contemporáneo André Gide, Hesse poseía todas las cualidades que más valoraba en el arte, entre las cuales destacó la capacidad de reírse de sí mismo, “pero sin amargura ni cinismo, sino con distancia alegre e irónica”.

Ariel Magnus

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