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Día 7: jueves, 15 de noviembre del 2012

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Cada cita, cada conversación para intentar arreglar las cosas era una puñalada, me culpabas por mi poca paciencia, por querer siempre saber de ti, por querer descifrar tus ojos tristes, por mis regalos ridículos y mis visitas sorpresa donde siempre escogía tus peores momentos. Perdón, yo creía que podría revertirlos, pero al parecer solo los empeoraba, no tenía idea de lo molesta que puede ser mi presencia, no sabía que yo siempre tendría que tocar el timbre y esperar a que alguien abriera en lugar de pasar como quien está en casa. A pesar de los años, seguía siendo ajena a tu vida y así pasaba el tiempo, más distantes, más extraños, poco a poco dejábamos de entendernos como si habláramos lenguajes diferentes. Quién diría que al principio solo nos bastó una mirada para decirlo todo, porque sin palabras, te entendía, me entendías, ¿qué fue? ¿Qué idioma comenzaste a hablar? Tus labios me decían te amo, pero tus ojos me decían no es cierto, y yo le creía a tu voz, creí a mi conveniencia.

Sé que no estoy en mi mejor momento, mas tú, querido tú, no me lo pusiste tan fácil. ¿Cómo iba siquiera a adivinar? Preguntaba y no había respuestas.

—Nada, no pasaba nada—.

Cuando sucedía todo detrás de cámaras.

Ahora estoy al margen de tu vida, aplastada como un insecto contra un cristal y sintiéndome diminuta, diminuta y ridícula, intentando imaginar que esta situación es un bache pasajero, que abriré los ojos y estarás esperando afuera, que este bucle tiene que romperse antes de que termine noviembre. Pero no, esto es el juego del ahorcado, serpientes y escaleras, un turista mundial donde soy el jugador en la ruina, me toca esperar a que lances los dados, igual ya sabemos quién va a perder. Siempre yo.

Me gustaría volver atrás. En la era previa a tu llegada. No es que fuera más feliz, pero al menos no sentía el vacío inmenso que tengo ahora.

Cartas que no llegaron

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