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Día 25: lunes, 3 de diciembre del 2012

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Me duele aceptarlo, más de tres semanas y ni un minuto me dejas libre, como soldado esclavizado no abandono mi guardia, esta de extrañarte.

«La distancia influyó en lo nuestro» dijiste.

Pues qué extraño, porque ese no era factor en nuestra ecuación. Ahora me siento ajena ante mis manos, porque mi piel solo respondía a las tuyas, me duelen los dientes de apretarlos en la noche y el cabello si no se me cae, lo arranco semidormida. Me he quedado sin uñas y en un descuido me quedaré sin labios.

Quisiera ser tú, un iceberg con dos piernas que sale de fiesta como si no llevara en las manos mi cadáver fresco. Y es que, qué diferentes somos ahora, ¿no? Ya no encajo en este, tu nuevo mundo de apariencias, de gente importante y de cuellos rectos que solo hablan de éxito, dinero y de lo inalcanzables y maravillosos que son. Ese es tu nuevo ecosistema donde seguro encontrarás quien encaje contigo, con tus tiempos, la comida rápida, el olor etílico, el tabaco y el consumo de metilfenidato.

Yo, ¿qué puedo ofrecerte? Tan silenciosa y aburrida para tu gremio selecto, un topo aislado del sol que trae las manos manchadas de pintura todos los días, que usa lo primero que ve en el armario y dice que no a los bailes porque tiene dos pies derechos y vértigo; la que espera con paciencia al lado del horno a que pasen los veinte minutos y grita en cuanto se infla el pastel. No soy nadie para tu vida, nada del qué hablarles a tus amigos o a los de tu trabajo, no impresionaría a nadie, al contrario, causaría una mofa ensordecida que notarías y te avergonzaría. Sé bien que te quieres ahorrar el justificar que de la mano llevas una estudiante que para aprenderse el ciclo de Krebs repite una canción en tono infantil, una niña de la que gotea mermelada de la boca.

Yo era un “mientras”.

Mientras llega la correcta.

Cartas que no llegaron

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