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Día 28: jueves, 6 de diciembre del 2012

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Veintiocho días, siete horas, quince minutos, y comencé en el segundo cuarenta a escribir esto. Así de exacta me he vuelto desde que soy después de ti. Me encuentro bajo un tipo de ansiedad en donde volteo a cada rato a la ventana para ver si ya oscureció o ya es un nuevo día y así admitir que en breve serán veintinueve fatídicos días sin ti. Y no admitir como quien acepta con orgullo un cambio, al contrario, me causa desesperación, pánico, porque no sé de ti ni qué haces, si te la pasas muy bien y no te hago falta. Es obvio que no te hago falta si no ya hubieras marcado, no creo que estés contando los minutos como yo, declarándole la guerra al reloj de sol si no se detiene, rompiendo récord en no buscarte y otro más al soportar no preguntarle a nadie por ti.

¿Sigues aquí o es que ya te has ido?

Seguro que te has ido, te encanta irte de todos los sitios donde sabes que se te va a extrañar, porque esos sentimientos alimentan tu corazón egocentrista.

Siempre te creíste el centro de mi universo, el sol que guiaba mi órbita y yo no tuve la dicha de ser un planeta, era un asteroide que se desintegraría en el mismísimo momento en que se me ocurriera aterrizar en algún planeta.

Te creías el sol, el sol debería demandarte por suplantación de identidad, y yo debería dejar de contar los minutos, ya van veintiocho desde que comencé, así como los días: veintiocho desde que siento que me desintegro.

Cartas que no llegaron

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