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Día 45: domingo, 23 de diciembre del 2012

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Después de escribirte la última carta, me vi al espejo. Lo que vi no tenía nombre. Era un monstruo, horrible y enorme mirándome, detestable a puntos que me revolvió el estómago.

¿Esto sentías? Sin más fuerzas devolví todo lo que había ingerido. Me odié, me detesté, porque tienes tanta razón, todo es mi culpa, soy un desastre, ni yo soporto mirarme, desprecio mis ojos, mi nariz y mis labios, desprecio mis manos, mi vientre, mis muslos y mis piernas, odio todo de mí, odio haber nacido en este cuerpo. He roto todos los espejos de la casa, porque en todos está él: ¡Ese estúpido reflejo!

No quiero volver a salir, temo que todos comiencen a darse cuenta, quiero quedarme aquí dentro, que nadie nunca me encuentre y momificarme en posición fetal debajo de la cama. Como has dicho tú, un favor le haría al mundo si ya cumpliera todas esas amenazas de desaparecer, si me callara, si no ensuciara los muros con mis letras, si dejara de contaminar el aire con mis pedazos de ruido que llamo música.

Te entiendo.

Huiste por tu propio bien.

Cartas que no llegaron

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