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Día 30: sábado, 08 de diciembre del 2012

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Recuerdo cuando me recostaba en tu brazo al verte escribiendo, me encantaba ver a tus manos haciendo esos garabatos, sentía que los escultores se perdían de una gran obra de arte, porque tus manos merecían un monumento justo al lado de aquella sirena sin forma que hicieron en medio del mar, tus manos les harían más justicia a las olas. Pero por mucho que te mirara como lo más bonito del mundo, tú nunca me podrías ver así.

La verdad no sé qué era lo que buscabas, yo me esforzaba, pero no era suficiente, siempre encontrabas defectos y defectos, no me lo decías de manera clara, pero sí lo insinuabas reiteradas veces bajo la manga de buen consejo, pero afilado como flecha. Quiero pensar que yo no era el problema, sino que debajo de todo esto, estaba tu inseguridad y ansias de perfección, por ello, al verme tan vulnerable, me querías meter en una caja tan pequeña, para al menos, a mi lado, sentirte grande.

¿Querías a alguien dulce?

Justifiqué todo lo que decían de ti, porque creía que no te sabían como yo. Les hablaba con tanta ternura, tomaba el limpiaparabrisas y desmanchaba tu nombre. Arreglaba tus palabras, y proyectaba mis ojos, para que pudieran verte a través de ellos.

¿Querías a alguien sin miedo?

Recuerda aquella clase de salud, la de punción venosa, tenías temor a las agujas así que me extraje sangre yo misma sin haber estudiado la técnica para darte mi muestra a ti y te lucieras como nunca. Ser el centro de atención era tu dulce favorito, y yo los compraba hasta con sangre… qué imbécil de mi parte. Creí que era valentía, es decir, era una muestra de que yo por ti daba la vida, ponía los peldaños para que sobresalieras, aunque ellos fueran mis rodillas, mis manos o mis alas.

Hoy pienso que, de entre todas mis facetas, siempre estuviste enamorado de la más triste, si no, no me explico por qué procurabas que siempre prevaleciera.

Cartas que no llegaron

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