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Día 32: lunes, 10 de diciembre del 2012

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Hermes vino por mí, me sacó a rastras de mi habitación la cual huele a mortuorio, no sé a qué huele un mortuorio, pero ha de oler a esto.

«Necesitas música» me dijo.

No había querido escuchar canciones desde el día doce, pues solo me causaban llanto, aunque se tratara de El himno de la alegría, o esa ridícula canción de Hámster song porque era el tono de tus llamadas.

Ahí estaba yo, en ese canta bar, jugando a que puedo brillar con la música, tomé el micrófono y decidí que al menos esos tres y cuarenta y cinco minutos te olvidaría. Sería mi pequeña eternidad sin ti. Pero bien dicen que nada es para siempre, apenas iba en el primer coro cuando te vi a ti; creí que era una alucinación, abrí y cerré los ojos siete veces, pero seguías allí, en aquella mesa del bar de al lado, una botella en las manos, una mirada perdida y…

una chica frente a ti.

Mientas de mi boca solo salía «¿Who can you mend a broken heart?» ¡Oda al dolor! Dejé caer el micrófono, todos miraron en la misma dirección que mis ojos y te vieron a ti. Tú estabas bastante ebrio como para notar que yo acababa de ser el bufón de la noche, lo bastante feliz y perdido como para voltear a ver quién carajo cantaba como hurraca del otro lado. Amabas la música, pero no de mi boca. Estábamos en el mismo lugar, pero a la vez tan lejos, y ya habíamos estado así antes, a centímetros, pero a años luz a la vez.

¿Quién es ella?

Cartas que no llegaron

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