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La experiencia del acontecimiento

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Las cosas “son lo que son”, mientras que los acontecimientos “nos hacen reaccionar”. Los “tomamos a pecho” y “nos hacen reflexionar, incluso si desafían nuestro poder de entendimiento y ponen a prueba nuestra inteligencia en términos de leyes, reglas y orden” (Greisch, 2014, p. 45). Más aún, tal y como señala Louis Quéré, “el acontecimiento provoca una experiencia”, a tal punto que puede convertirse en referente dentro de una trayectoria de vida, individual o colectiva, por el tipo de ruptura —en la temporalidad y en la inteligibilidad— que introduce (Quéré, 2006, p. 199).

Las ciencias sociales no han evaluado con seriedad el lugar de los acontecimientos en la estructuración de la experiencia tanto individual como colectiva. Al decir de Quéré son tres las principales razones que explican esta situación: el énfasis en el sujeto como agente, el principio de causalidad y la atribución subjetiva de sentido.

En su opinión, las ciencias sociales descuidan con demasiada frecuencia el hecho de que la experiencia es un compuesto de actuar y de padecer (agir et pâtir) y se centran fundamentalmente en los sujetos y sus motivaciones para la acción en detrimento de la dimensión del sufrimiento. En consecuencia, frecuentemente desconocen el hecho de que los agentes se ven afectados por los eventos y por los cambios que ocurren, en el curso mismo de la acción, en su situación y en el entorno.

Una segunda razón es que las ciencias sociales han entendido el evento principalmente bajo la categoría de hecho y le aplican de manera privilegiada el esquema de causalidad. Una tercera razón es que, cuando se trata de situar el evento en el orden de los significados, razonan espontáneamente en términos de la atribución de sentido por parte de los sujetos, y hacen de estos sujetos la fuente del sentido y la medida de los acontecimientos (Quéré, 2006, pp. 186-187).

Es la condición de “pasibilidad” de los sujetos entendida como su susceptibilidad a ser tocados, afectados, perturbados o conmovidos por lo que sucede, la que hace de la confrontación a los acontecimientos una experiencia. La discontinuidad o ruptura que introduce el acontecimiento provoca sorpresa y, por tanto, emociones.

Lo anterior implica que la “individualidad del acontecimiento” está determinada también por las reacciones, respuestas y, en un sentido más amplio, por las experiencias que suscita.

El acontecimiento entra al ámbito de la experiencia como término de una transacción. El poder hermenéutico del acontecimiento se manifiesta en una transacción inmediata con su realidad: “El acontecimiento y aquel a quien acontece son ambos cosas que “devienen” en el marco de una transacción, aunque su “devenir” sea muy diferente” (Quéré, 2006, p. 201).6

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