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SEGUNDA PARTE CINCO BRECHAS EN LA ORTODOXIA

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Tanto la teoría neoclásica como la Síntesis posterior han sido objeto de profusas y bien fundamentadas críticas desde distintas perspectivas. Sin embargo, su dominio de la corriente central de la economía, evidente en la enseñanza universitaria, en las políticas económicas y en las discusiones académicas, ha sido inmune a cualquier cuestionamiento teórico.

La tendencia a la Síntesis ha actuado como un cinturón protector de la teoría, en el sentido de Imre Lakatos. Aunque la vertiente neoclásica y la keynesiana se hayan enfrentado, en ocasiones con acritud, su pugna ha tenido como resultado el reforzamiento de la Síntesis. Ha servido para detectar las inconsistencias analíticas y los problemas de relevancia empírica de ambos lados, haciendo más robustas las fórmulas de convergencia.

Por si fuera poco, la historia se puso del lado del paradigma dominante en los treinta y cinco años que median desde 1971 hasta el comienzo de la crisis financiera global.

El fin del sistema de tipos de cambio fijos ajustables de Bretton Woods marcó el inicio de un proceso de transformación estructural en el sistema financiero.1 El levantamiento progresivo de las restricciones a los movimientos de capital y a los pagos, así como la supresión de barreras a la intermediación, sentaron las bases de la globalización financiera. La industria financiera ha sido un gran baluarte del paradigma de los mercados eficientes y las expectativas racionales.

La expansión desbridada de las finanzas coincidió y se acentuó con la revolución conservadora, que aplicó en Estados Unidos y Reino Unido las recetas del monetarismo y de los nuevos clásicos. La caída de los regímenes del llamado «socialismo real» ahondó en esta corriente politicoeconómica, pues evidenció la quiebra del sistema que siempre se presentó como alternativo al capitalismo liberal democrático.

Durante la década de 1990, el viento arreció en la misma dirección, inspirando incluso a gobiernos demócratas o socialdemócratas a ambos lados del Atlántico y calando en las políticas de la Unión Europea, que combinaban el interesado entusiasmo británico por el laissez faire en el sistema financiero con la preeminencia de la visión dogmática de la «economía social de mercado» del Bundesbank en el diseño de las instituciones de la futura unión monetaria.

Durante estos años, el componente keynesiano de la Nueva Síntesis quedaba cada vez más arrinconado en la política monetaria y en sus objetivos directos de inflación, mientras la política fiscal discrecional era arrumbada. El colofón de esta ola imparable de adhesión a la ortodoxia económica fue la llamada Gran Moderación. En efecto, pocos años antes de que estallara la crisis, en los grandes templos de discusión académica sobre política económica el tema más en boga era cómo explicar la reducción en la volatilidad del crecimiento del PIB y en el nivel y la volatilidad de las tasas de inflación en los países desarrollados observada desde principios de la década de 1980.2 Uno de los factores explicativos citados era la profundización financiera y el aumento de la eficiencia que había generado en la valoración y el reparto de los riesgos.

Las debilidades, inconsistencias e incapacidades del paradigma dominante para explicar el funcionamiento de la economía de la globalización financiera han quedado al descubierto con la crisis. En los siguientes capítulos se analizan «cinco brechas» abiertas en la ortodoxia asociadas con: la incertidumbre, las limitaciones de la racionalidad, el vacío institucional, la distribución de la renta y la inestabilidad.

Son brechas en el edificio teórico ortodoxo, en el sentido de «resquicios por los que algo empieza a perder su seguridad». Son, al mismo tiempo, brechas entre la teoría y la realidad. Afectan a supuestos esenciales en la forma de interpretar el mundo del paradigma dominante: la reducción de la incertidumbre a riesgo, la racionalidad, la ausencia de costes de transacción, la función de producción y la tendencia a la estabilidad. Durante años se ha asumido que su falta de realismo era inocua, puesto que no comprometía la capacidad explicativa de la teoría.

Tras la crisis se diría más bien que la falta de realismo constituye un problema estructural para la economía ortodoxa, cuya superación exigirá algo más que un apuntalamiento o una reforma parcial. La visión de la economía como un sistema mecánico con tendencia al equilibrio choca con lo que hemos vivido durante estos años.

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