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1 LOS PIONEROS DE LUCES Y MONSTRUOS

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Los primeros cien años de vida de la economía fueron brillantes. Nació con la Ilustración,1 de la mano de un filósofo moral escocés que había escrito acerca de la ética y la jurisprudencia antes de dedicarse a la economía política. Su objeto era dilucidar la naturaleza y la causa de la riqueza de los Estados, lo que llevó a Adam Smith y a los que le sucedieron a centrar la atención en la esfera de la producción, estudiando el crecimiento y su relación con la distribución de la renta.

Los economistas clásicos utilizaron un método ecléctico, basado en la observación concienzuda de la realidad, combinando inducción y deducción en diversas proporciones según el autor. Elaboraron una teoría partiendo de una formación variada y completa marcada por el derecho natural, y la plasmaron sin más formalismos que una prosa concisa. Les animaba el afán de mejorar las condiciones materiales en que vivían sus conciudadanos, lo que les llevó a incidir en las implicaciones normativas de su teoría, adentrándose en el funcionamiento de las instituciones y en la necesidad de reformarlas.

Construyeron un sólido edificio teórico sobre dos bases: el trabajo y el intercambio voluntario en el mercado. El trabajo constituye la esencia de una visión física o material del mundo que lo convierte en el determinante del valor de los bienes. Y el valor crece con el comercio, el intercambio de iguales cantidades de trabajo, que rige la evolución de las fuerzas productivas.

EL SECRETO: EL TRABAJO Y EL INTERCAMBIO

La riqueza depende pues de la capacidad productiva del trabajo. Y la clave para acrecentarla es la división del trabajo, que permite la especialización y, con ella, el ahorro de tiempo y la mejora en la destreza de los trabajadores. Esta vinculación que hace Adam Smith entre la riqueza y la complejidad del sistema económico asociada al alcance de la división del trabajo es una idea innovadora que revela una visión dinámica del crecimiento como proceso de cambio.

La profundización de la división del trabajo requiere dos ingredientes: la acumulación de capital y el aumento del tamaño del mercado. Y así aparece otro de los actores principales de la economía moderna, el más críptico, poliédrico, inefable y conflictivo: el capital. En su acepción circulante, el capital es el adelanto a los factores de producción durante la duración del proceso productivo; los trabajadores necesitan comer para arar las tierras, aun antes de haber cosechado un grano. En la acepción fija, el capital es trabajo acumulado en bienes de producción, que sirve para producir otros bienes elevando la productividad del trabajo.

El crecimiento tiende a agotarse cuando se frena la división del trabajo y entran en acción los rendimientos decrecientes en la producción. La acumulación de capital y el comercio son el antídoto para retrasar la llegada del estado estacionario, son la savia que alimenta el proceso de expansión de la riqueza. La política económica es en gran parte una batalla constante contra la extinción del crecimiento.

Smith comienza La riqueza de las naciones con esta teoría dinámica del crecimiento, la acumulación y el cambio económico, para introducir después el mecanismo de coordinación estática a través del mercado.

En el corto plazo, el precio viene determinado por la oferta y la demanda; pero las fuerzas del mercado hacen gravitar el precio hacia su «nivel natural», que viene determinado por el coste de producción. Aunque no se ignora la influencia de la demanda y a pesar de que hay casi tantas teorías del valor como autores, la economía política clásica entiende que el valor responde a un elemento objetivo, que viene dado por la remuneración de la tierra, el capital y el trabajo necesarios para producir el bien y llevarlo al mercado. Y las remuneraciones de los factores se determinan de la misma forma que los precios de los bienes; el coste de producción es la suma de los niveles naturales de la renta de la tierra, el salario y la tasa de beneficio.

Esta teoría del valor no resuelve la paradoja derivada de obviar la influencia de la demanda en el precio natural (¿por qué es el agua más barata que los diamantes, aun siendo mucho más útil?). Y deja abierto un frente importante respecto al proceso de determinación de las remuneraciones de los factores, en particular las del trabajo y del capital. ¿Por qué la tasa de beneficio es de un 10% y no de un 5%?, ¿porque lo dice la naturaleza? No obstante, dicha teoría no deja de ser coherente con su visión física del mundo y la preeminencia del trabajo.

En los Principios de economía política y tributación (1817), David Ricardo pretendía precisamente profundizar en las leyes de la distribución de la renta utilizando un modelo agrícola, en el cual la renta de la tierra desempeña un papel esencial. Una de sus aportaciones más brillantes fue el principio de la ventaja comparativa, que demostraba que el comercio podía ser mutuamente beneficioso incluso cuando un país producía todos los bienes utilizando menor cantidad de trabajo que su socio comercial. Las diferencias en los precios relativos de los bienes entre países son causa suficiente para que la especialización mejore las posibilidades de consumo de todos.

Los clásicos pusieron tanto empeño en demoler la querencia mercantilista por la acumulación de metales que acabaron relegando el dinero al papel de velo. ¡Qué absurda confusión, confundir riqueza con dinero! Reconocieron los servicios que el dinero proporcionaba para engrasar el tráfico económico y hacer posible el comercio y la división del trabajo, pero lo despojaron de cualquier potencial efecto real. Con el fundamento de esta concepción decorativa del dinero, idearon la teoría cuantitativa, desarrollando la idea ya expresada por David Hume en 1752: si cuatro quintas partes del dinero de Inglaterra desaparecieran en una noche... no pasaría nada; los precios de los bienes bajarían en la misma proporción, aumentando las ventas al exterior hasta que las entradas de oro volvieran a su nivel inicial...; los ciudadanos ingleses y los del resto de los países podrían dormir tranquilos, el dinero no sería problema.

En parte acuciados por la eficacia de su crítica al mercantilismo, y en parte exaltados por la perfección de sus leyes naturales, llegaron a la problemática conclusión de que el volumen de producción real en el corto plazo es fijo y no depende de la demanda. La oferta crea su propia demanda, reza la Ley de Say.2 Thomas R. Malthus ya advirtió acerca de la existencia de situaciones en las que la debilidad de la demanda limita la producción. Pero resultó una voz aislada, que no impidió la convalidación de la teoría cuantitativa y de la concepción del dinero como un velo sin efectos reales como parte del acervo clásico.

Adam Smith no fue el primero en reparar en la sorprendente capacidad de los mercados para coordinar los planes y actividades económicas de la sociedad. Coordinar en el sentido de hacerlos mutuamente compatibles y de permitir su realización simultánea al llegar al equilibrio. Pero su metáfora fue imbatible. La «mano invisible» dio a la economía política clásica el pulso optimista propio de la Ilustración. La libertad económica era el secreto de la riqueza de las naciones. Pero además, cuando pueden funcionar sin trabas, las leyes naturales de la economía (mediante la competencia y la persecución del propio interés) tienden a armonizar el interés privado egoísta y el interés colectivo. El sistema está en equilibrio y es justo, porque se basa en el intercambio voluntario y en precios que reflejan las cantidades de trabajo requeridas para producir los bienes.

Libertad, riqueza, justicia, orden natural... ¿Quién se resiste a la economía política?

Con la ventaja que da un par de siglos de retraso, y con los desórdenes y abusos recientes todavía impresos en la retina, la economía clásica podría aparecer como una ilusión ingenua de un grupo de iluminados. Pero si se valora en relación a su tiempo y a su influencia posterior, los Clásicos siguen ocupando una posición más que digna como iniciadores de la ciencia económica.

Hasta 1750, la renta per cápita mundial progresó muy lentamente, como se puede observar en el gráfico de esta página, siguiendo las estimaciones de Angus Maddison. En términos de bienestar material, la vida de un ciudadano medio de principios del siglo XVIII no era muy distinta de la de su ancestro de la antigua Roma. Sin embargo, la Revolución industrial supuso el inicio de una transformación económica extraordinaria que inauguró una nueva era respecto a la capacidad de creación y multiplicación de riqueza, reflejada en la elevación de la tasa media de crecimiento de la renta per cápita. La acumulación de capital, el progreso técnico y científico y la extensión del comercio profundizaron la división del trabajo, elevando su productividad.


Fuente: Maddison (2003).

La economía clásica no fue la causa de este proceso. Pero sí proporcionó una visión del mundo que contribuyó a desencadenarlo y ampliarlo. En una sociedad en la que el espacio del mercado era muy limitado, los clásicos clamaron por ampliarlo como fórmula para la prosperidad. Y no se equivocaron en ese punto. Tampoco en la existencia de mecanismos autónomos de coordinación espontánea a través del mercado.

EL REVERSO OSCURO DE LA LEY NATURAL

En apenas unas décadas de industrialización, los fantasmas empezaron a acechar a la natural armonía de la visión clásica. El crecimiento se veía interrumpido de manera periódica por crisis. Y los supremos bienes de la libertad y la justicia parecían no estar al alcance de una gran mayoría de la población, aquella que solo poseía su trabajo para participar en el mercado; surgía una nueva clase: el proletariado. Y pronto apareció un sesudo defensor de sus intereses; un barbudo analítico que dio forma a los monstruos que habitaban bajo la ley natural.

La obra de Karl Marx y su influjo trascienden con mucho la economía. La suya fue una teoría de la historia y de la sociedad, que incluía además un análisis prospectivo del capitalismo. Marx se formó en la filosofía alemana de su época y se hizo periodista por necesidad y revolucionario por vocación, participando en la primera convulsión en la que la burguesía y el proletariado se convirtieron en antagonistas. En su exilio en Londres pasó años estudiando la economía política clásica, a la que dedicó un libro crítico antes de publicar el primer volumen de El capital en 1867.

El meollo de la teoría de Marx es su disección del modo de producción capitalista; de cómo las relaciones de producción sociales determinan la distribución del producto entre capital y trabajo. Partiendo de este análisis y utilizando como método el materialismo histórico, se remonta hacia atrás, y después proyecta hacia el futuro. Comparte con los clásicos la concepción del trabajo como causa y esencia de todo valor y también muchos de los conceptos empleados (como la distinción entre valor de cambio y valor de uso, o entre relaciones de producción y fuerzas productivas).

La principal ruptura respecto a la concepción clásica es la quiebra de la igualdad de valores en el mercado de trabajo. Los trabajadores reciben un salario igual a la cantidad de trabajo necesaria para adquirir los bienes que precisan para su reproducción o subsistencia; este es el valor de cambio del trabajo. Pero el trabajo produce un valor superior a su remuneración, su valor de uso. La diferencia es la plusvalía, que es el excedente social que en el capitalismo revierte a los propietarios de los medios de producción.

Todo el mecanismo de generación de riqueza del capitalismo se asienta, según Marx, en una relación abusiva e injusta entre capital y trabajo. Sí, los trabajadores son libres de vender su trabajo... o de morirse de hambre. En el otro lado, el propietario de los medios de producción puede retrasar la inversión, contratar menos trabajadores o cerrar y seguir disfrutando de las rentas. El capitalista es libre porque dispone de tiempo más allá de la cobertura de sus necesidades vitales; el trabajador no tiene más tiempo que el que se ve forzado a dedicar a obtener el sustento para su supervivencia y la de sus hijos. El resultado es que el beneficio es trabajo no pagado... un robo, vamos.

El análisis de la dinámica del capitalismo en la visión marxiana no es sino una aplicación de la competencia entre las empresas por la apropiación de la plusvalía. El capital se concentra, y la producción se hace más intensiva en capital y en tecnología para poder producir más y realizar, en la esfera de la circulación, más plusvalía. El capital busca nuevos yacimientos de fuerza de trabajo, internacionalizándose, y trata de mantener a raya los salarios. Pero esta dinámica engendra su propia deriva, pues la acumulación de capital y el agotamiento de la plusvalía producen una tendencia decreciente en la tasa de beneficios. La trayectoria del capitalismo es inestable, ya sea porque la demanda es insuficiente para realizar la plusvalía, ya sea porque la subida de los salarios reduce la tasa de beneficio por debajo de lo que los capitalistas consideran necesario para seguir expandiendo la producción.

¿Dónde está la contradicción? ¿Dónde se han quedado la armonía y la justicia clásicas? Marx supone que el capital fijo no produce nada más que lo necesario para su reproducción, no genera valor añadido; es solo un instrumento para la extracción de la plusvalía. Este supuesto le creó un problema técnico dentro de su propio sistema, que intentó resolver en el tercer volumen de El capital, publicado ya después de su muerte.3

Pero más allá de estas dificultades, que suelen aparecer al tratar de conciliar una teoría del valor trabajo con la teoría del capital, la hipótesis de Marx de un capital fijo superfluo es problemática, sin dejar de ser coherente con su filosofía. ¿Produce lo mismo un trabajador manual en una herrería con un martillo que en una cadena de montaje de automóviles? ¿La acumulación y el perfeccionamiento del capital fijo no elevan la capacidad productiva del trabajo? No parece muy intuitivo.

Para la economía, el elemento más valioso del pensamiento de Marx ha sido probablemente su cuestionamiento de la ley natural en la distribución del producto entre capital y trabajo. Las relaciones sociales y las instituciones relacionadas con ellas son elementos determinantes de la remuneración del trabajo y de la tasa de beneficios del capital. El 10, el 15 o el 20% de tasa de beneficios no están escritos en la naturaleza. Y el alcance de los factores sociales respecto a los factores objetivos, sean estos naturales o técnicos, ha sido y sigue siendo objeto de análisis y controversia.

Muchos otros aspectos de las ideas económicas de Marx interesan menos a nuestro propósito; en la mayoría de los casos han sido desmentidas por la evolución del capitalismo o desacreditadas por la miseria material y la opresión que han acabado sufriendo los propios trabajadores en aquellos lugares en los que se han experimentado.

Por un cambio en la economía

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