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El diálogo de saberes entre las visiones campesina, indígena y proletaria rural

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Las organizaciones integrantes de LVC y de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo en América Latina pueden agruparse grosso modo, para fines de esta exposición, en tres categorías imprecisas y muy esquemáticas, basadas en el marco de la identidad movilizadora que enarbolan en sus luchas. Por supuesto, sus posiciones e identidades son meras tendencias de un amplio continuum, que aquí serán simplificadas con fines didácticos. Las más comunes son aquellas organizaciones que suscriben una identidad campesina y que, por ello, centran sus acciones de organización en personas unidas por un modo específico de producción o por un modo de vida. Aun cuando una organización campesina cuente con una mayoría de campesinos indígenas, típicamente suele congregarse en torno a temas de producción, tales como el acceso a la tierra, los precios de los cultivos o del ganado, los subsidios o el crédito.1 Las organizaciones que mayormente se adjudican una identidad indígena suelen trabajar con el objetivo de defender el territorio, la autonomía, la cultura, la comunidad o la lengua, entre otros factores.2 Las organizaciones que tienen una identidad proletaria rural generalmente movilizan a los productores sin tierra para ocupar tierra o para promover la sindicalización de los trabajadores rurales.3 Los últimos dos tipos de organizaciones tienden a ser más radicales que las organizaciones campesinas tradicionales en sus posiciones antisistémicas, y, entre ellas, las proletarias son las que manifiestan posturas más abiertamente ideológicas.

En el marco del encuentro que tuvo lugar en Venezuela, resultó evidente que cada una de estas agrupaciones concebía de manera muy diferente la agroecología, en términos epistémicos. Las organizaciones indígenas la planteaban como sinónimo de los sistemas agrícolas tradicionales, altamente diversificados, en parcelas pequeñas, en torno a los cuales ciertas prácticas, como las fechas de siembra basadas en calendarios ecológicos tradicionales, habían sido transmitidas de una generación a otra. En cambio, las organizaciones campesinas postulaban que la familia constituye la unidad básica de organización en las áreas rurales y daban múltiples ejemplos acerca de cómo la metodología de campesino a campesino ha sido aprovechada para difundir la agroecología. Las organizaciones indígenas respondieron que, en su mundo, la comunidad constituye la unidad básica y que, a diferencia de los métodos de campesino a campesino, que aíslan a una familia individual de su contexto comunitario y promueven que esta tome decisiones por sí sola, la agroecología debe ser tema de discusión en la asamblea comunitaria. Por otro lado, las organizaciones proletarias, cuya unidad de organización básica es el colectivo —de trabajadores, de familias, de militantes—, sostenían que la agroecología se basa en la ciencia y en los conocimientos impartidos en el salón de clases, en el cual se capacita a la gente joven en materias técnicas para que apoyen a sus colectivos familiares en su transición a la producción ecológica, que tendría que implementarse en parcelas grandes, trabajadas tal vez por colectivos de familias y trabajadores. En otras palabras, cada agrupación tenía una utopía, una unidad de organización básica y un método de transmisión de conocimientos sumamente distintos. Lo anterior se muestra esquemáticamente en la tabla 1.

Tabla 1. La agroecología y las organizaciones campesinas, indígenas y proletarias


Fuente: elaboración propia.

A pesar de las ocasionales discusiones acaloradas, e incluso de las voces que se levantaron, los hombres y mujeres delegados que asistieron al encuentro pudieron dialogar entre sí y con quienes sostenían opiniones científicas y de expertos, es decir, con los aliados técnicos y académicos que habían sido invitados. Lo anterior devino en lo que Guiso (2000) llamó una hermenéutica colectiva, y se logró establecer cuáles serían las características de una nueva visión de la agroecología. En este sentido, se incluyeron varias posiciones que serían asumidas por LVC a medida que fuera evolucionando su concepto de agroecología —por ejemplo, el respeto por la Madre Tierra—, y se rechazaron visiones más tecnocéntricas —por ejemplo, la separación de los seres humanos de la naturaleza—.4

Este fue un paso en el gran proceso de diálogo de saberes que se continuó realizando a lo largo de varios años en los siguientes encuentros de formadores de agroecología que se llevaron a cabo en todos los continentes. En Colombo (Sri Lanka), en mayo de 2010, se llevó a cabo el diálogo de saberes de la región de Asia del Sur; en Masvingo (Zimbabue), en junio de 2011, se llevó a cabo el diálogo de saberes de formadores del sur, centro y oriente de África; el segundo encuentro de las Américas se llevó a cabo en Chimaltenango (Guatemala), en julio de 2011; en Techiman (Ghana), en septiembre de 2011, se realizó el diálogo de saberes de formadores del occidente de África; y en Durango, País Vasco, el diálogo de saberes de formadores de Europa, en julio de 2012. Así mismo, se llevó a cabo el primer Encuentro Mundial de Productores Campesinos de Semillas, en Bali (Indonesia), en 2011, y el Primer Encuentro Agroecológico Mundial, en Surin (Tailandia), en 2012, que culminó con la inauguración de una aldea agroecológica en el marco de la VI Conferencia Internacional de LVC, en Yakarta (Indonesia), en 2013.5 Este proceso de intensos diálogos de saberes entre distintas cosmovisiones sobre la agricultura campesina llevó a un posicionamiento común en 2012, muy distinto al de 2009:

Como mujeres, hombres, ancianos y jóvenes, campesinos, pueblos indígenas, trabajadores sin tierra, pastores nómadas y otros pueblos rurales, estamos luchando para defender y recuperar nuestra tierra y territorios para preservar nuestra forma de vida, nuestras comunidades y nuestra cultura. También estamos defendiendo y recuperando nuestros territorios porque la agricultura campesina agroecológica que practiquemos en ellos es pieza en la construcción de la soberanía alimentaria, y es la primera línea en nuestra defensa de la Madre Tierra. Estamos comprometidos en la producción de alimentos para las personas —los pueblos de nuestras comunidades, pueblos y naciones— en vez de producir biomasa para celulosa o agrocombustible, o exportaciones para otros países. Los pueblos indígenas entre nosotros, y todas nuestras tradiciones y culturas rurales, enseñan respeto a la Madre Tierra, y estamos comprometidos para recuperar nuestros saberes ancestrales de la agricultura y apropiar los elementos de agroecología (que de hecho proviene en gran parte de nuestro conocimiento acumulado), para que podamos producir en armonía con, y cuidando a, nuestra Madre Tierra. El nuestro es el “modelo de la vida”, del campo con campesinos y campesinas, de comunidades rurales con familias, de territorios con árboles y bosques, montañas, lagos, ríos y costas, y está en fuerte oposición con el “modelo de la muerte”, corporativo, de agricultura sin campesinos ni familias, de monocultivos industriales, de áreas rurales sin árboles, de desiertos verdes y tierras envenenadas con agrotóxicos y transgénicos. Estamos activamente confrontando al capital y al agronegocio, disputando tierra y territorio con ellos. Cuando controlamos nuestro territorio, buscamos practicar una agricultura campesina agroecológica basada en sistema de semillas campesinas en él, que es comprobadamente mejor para la Madre Tierra, ya que ayuda a Enfriar el Planeta, y que ha demostrado ser más productiva por unidad de área que el monocultivo industrial, ofreciendo el potencial para alimentar al mundo con alimentos sanos y saludables, producidos de forma local, mientras que a su vez garantiza una vida con dignidad para nosotros/as y para las generaciones futuras de los pueblos rurales. La soberanía alimentaria basada en la agricultura campesina agroecológica ofrece soluciones a las crisis de alimentos, climáticas y otras crisis del capitalismo que está enfrentando la humanidad. (LVC, 2013a, pp. 69-70)

Esta nueva declaración habla directamente sobre la agroecología como tal, elemento impulsado por las organizaciones latinoamericanas. En el lenguaje que se utiliza en esta declaración se manifiestan las cosmovisiones indígenas, la cada vez más álgida disputa territorial que plantean las organizaciones proletarias, la agricultura campesina de las organizaciones rurales, y la necesidad de diferenciar los territorios campesinos de los territorios pertenecientes al agronegocio y a las industrias extractivistas (Fernandes, 2008a, 2008b, 2009; Fernandes, Welch y Gonçalves, 2010; Rosset y Martínez-Torres, 2012). Para utilizar los términos de Santos (2009, 2010), esta evolución puede considerarse como una emergencia surgida del diálogo entre las ausencias.

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