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Introducción

En los últimos años se han producido una serie de hallazgos arqueológicos y, especialmente, un sensible avance en la investigación en la Protohistoria del sudoeste peninsular que nos ha permitido rediseñar el espacio, la cronología y la adscripción cultural de las comunidades que vivían en un amplio territorio del sudoeste peninsular conocido en la Antigüedad como la Tartéside o Tartessos, nombre que le asignaron los griegos a partir del siglo VI a.C. y que, probablemente, ya se denominaba así o de un modo similar cuando llegaron los primeros colonizadores originarios del Mediterráneo oriental, fundamentalmente los fenicios. Por ello, cuando nos referimos a Tarteso como una entidad sociopolítica y cultural, estamos aludiendo a un territorio que se configura con elementos indígenas y fenicios, sólo entonces podemos hablar con propiedad de los tartesios, gentes que vivían en ese amplio espacio geográfico independientemente de su origen, cultura o estatus social.

Considerar como tartesios a los indígenas del Bronce Final o ampliar el área geográfica donde se desarrolló su cultura hasta límites exagerados sólo ha servido para crear una imagen falsa de Tarteso que ha propiciado que sea percibido por muchos como un estado legendario, cuando es una realidad histórica más dentro del contexto mediterráneo de la que tenemos un amplio conocimiento que, quizá, no hayamos sido capaces de transmitir. Por lo tanto, y para huir de discusiones banales que sólo han entorpecido la comprensión de esta cultura, utilizaremos la expresión Tarteso para referirnos al periodo histórico que abarca desde los primeros indicios de la colonización fenicia, a finales del siglo IX a.C., hasta su ocaso cultural, hacia el siglo VI a.C. No obstante, sabemos que los primeros contactos fenicios se produjeron al menos un siglo antes de la colonización, una fase que podemos considerar como «precolonial», a pesar de la controversia que conlleva el término, pero que define bien un espacio de tiempo en el que los habitantes de estos territorios, anclados culturalmente en el Bronce Final, comenzaron a relacionarse a través de tímidas redes comerciales con el mundo mediterráneo. Por último, y como es lógico, una cultura de esa enjundia terminó por irradiar su influencia por los territorios colindantes, de ahí que cuando se estudia Tarteso también se incluya su periferia geográfica, heredera además de su legado cultural tras la crisis sufrida en su núcleo geográfico, pero dotada de una fuerte personalidad cultural que se manifestó sin apenas alteraciones hasta los primeros años del siglo IV a.C.

En la bibliografía, y por cierta conformidad, se ha utilizado con mayor profusión el vocablo orientalizante para solventar los prejuicios y las contradicciones que acarrea el término tartésico; pero si nos fijamos en las numerosas publicaciones realizadas bajo ambas voces, vemos que en nada se diferencian las unas de las otras. El concepto «orientalizante», un préstamo lingüístico tomado de la historia del arte, fue introducido como término descriptivo para hacer alusión a un tipo de decoración en la que se detectaba un estilo de raíz puramente oriental. Su estandarización se atribuye al arqueólogo danés Frederik Poulsen, quien lo adoptó con la idea de definir aquella tendencia artística que se detectaba en la Grecia del siglo VII a.C., donde los objetos locales imitaban producciones originarias del arte del Próximo Oriente. Así, y aunque en origen el concepto se refería a un fenómeno exclusivo del Mediterráneo oriental y central, su utilización se propagó por el resto de la cuenca mediterránea, introduciéndose de este modo en la arqueología peninsular. La generalización del término «orientalizante» se reflejó rápidamente en la narrativa arqueológica, desvirtuando incluso su significado cultural y cronológico, lo que a la postre ha propiciado la confusión entre los propios estudiosos de este dilatado periodo histórico. Parece, pues, que ha llegado el momento de utilizar, sin ningún complejo, la denominación «cultura tartésica» en detrimento de la «orientalizante», que debería quedar restringida a cuestiones del ámbito artístico, y no para poner límites cronológicos, geográficos ni, mucho menos, etnológicos. En todo caso, parece más lógico hablar de una primera «fase oriental» para Tarteso, coincidente con los primeros momentos de la colonización, entre los siglos IX y VIII a.C.; sin embargo, lo que surge después es una cultura híbrida y de gran originalidad dentro del ámbito mediterráneo que debemos denominar tartésica para acentuar su indudable personalidad.

La protohistoria en la península Ibérica

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