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Las fronteras de Europa

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En paralelo a este trasiego continuo por la frontera franco-española, Semprún, miembro del reducido núcleo de dirección del partido comunista de España desde 1956, desarrolló una dilatada actividad viajera entre el mundo capitalista occidental y los diversos países satélites del universo del socialismo real. En este caso, no se trataba de burlar una sola frontera. Se trataba de atravesar nada menos que el Telón de acero, una línea divisoria de paso infranqueable, mortífero realmente, que mantenía encerrados sin escapatoria a los habitantes de los países sometidos a la hegemonía soviética. Para los comunistas españoles procedentes del oeste, como Semprún, lo peligroso no era el salto de uno al otro lado, sino la necesidad de no dejar rastro alguno con el que poner en alerta a las policías curiosas de todos los países, empezando por la española, en alguna ocasión, por cierto, infiltrada en la cúspide de la organización comunista, con resultados fatales, como la detención de numerosos militantes, entre ellos, uno de los más conocidos, el escritor Luis Goytisolo, detenido a los pocos días de volver del VI congreso del PCE, celebrado en Praga a finales de 1959. Además aquí entramos en el mundo de la Guerra Fría, el de los agentes secretos y los espías, realidad con matices novelescos, cuyos modos y maneras los dirigentes comunistas se veían obligados a adoptar necesariamente en sus desplazamientos.

Semprún cumplió distintas misiones en estos viajes. Una vez había que hablar con Pasionaria en Praga y Bucarest, otras veces había que asistir a las reuniones de los órganos dirigentes del partido en Berlín Este, en otras ocasiones viajaba en compañía de su familia y de las de otros dirigentes comunistas españoles hacia el lugar de las vacaciones de verano, en las playas a orillas del Mar Negro, desde donde realizaría más de un desplazamiento a Moscú para alguna conversación de alto nivel en el Kremlin.

En todos estos viajes el procedimiento acostumbraba a ser el mismo. Provisto de documentación francesa falsa, Semprún salía del aeropuerto de París con destino a Zúrich. En esta ciudad suiza, mientras paseaba por su callejas y entraba en alguna librería en la que proveerse de alguna novedad literaria, disponía de tiempo suficiente para distraer posibles seguimientos interesados en saber el sentido de su viaje. Horas o algún día después, armado de otro pasaporte, en este caso correspondiente a un ciudadano proveniente de un país sudamericano, Argentina o Uruguay, pongamos por caso, tomaba un avión generalmente con rumbo a Praga, desde donde se circulaba entre los diversos países socialistas con la protección de los aparatos de seguridad de estos países, pero también con el seguimiento de los omnipresentes servicios secretos de esos mismos aparatos, interesados en los movimientos de sus protegidos hasta el detalle más nimio.

La práctica en el paso de fronteras, el vivir a caballo a uno y otro lado de las fronteras, ha debido ayudar a Semprún a relativizar el valor de estas barreras políticas que los regímenes tiránicos acostumbran a levantar para protegerse de hipotéticos peligros exteriores. Sin negar el daño que causan a los pueblos que pretenden proteger, en numerosas ocasiones estos obstáculos resultan frágiles e ineficaces, con flancos susceptibles de ser escamoteados. Por otra parte, Semprún aprendería a amar algunos de esos territorios separados y situados forzosamente al otro lado de la barrera, aprendería a amar a sus pueblos y a sumergirse en su legado cultural, en su caso de manera especial en el legado de Centroeuropa, con Praga como epicentro, uno de los pilares de la Europa nueva, de una Europa única, como sostendría muchos años después recordando sus accidentados viajes.

Jorge Semprún

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