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Discurso interno y externo

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Como en la etapa anterior, Federico Sánchez explota el componente identitario y el recurso a estrategias de persuasión retórica, si bien adoptando una nueva perspectiva. Sánchez los reserva ahora a los artículos doctrinales, al servicio de la cohesión identitaria, y son prácticamente eliminados o poco visibles en el discurso externo.

Los elementos de celebración identitaria tan presentes en la literatura del PCE de la época, y que Semprún ya explotara en el primer periodo de su escritura temprana sobre todo en su poesía y en su segunda obra de teatro, en sus escritos teóricos, recurren a una fusión del imaginario original del marxismo con el modelo soviético, desplazando la recreación de aspectos más ligados al partido o de carácter patriótico.

[D]esde los primeros cañonazos del «Aurora», hasta hoy, hasta los mensajes lanzados al Universo entero por los satélites artificiales de la Unión Soviética, el proletariado y la filosofía, […] han ido fundiéndose más y más, enriqueciéndose y tranformandose [sic] mutuamente. La victoria del proletariado, como dijo Marx, es «la reconquista completa del hombre». A ello estamos asistiendo. (Sánchez 1958a: 38)

El marco en el que se inscriben los mecanismos de persuasión retórica se corresponde, en gran medida, con lo que Van Dijk denomina la macro-estrategia semántica de la presentación negativa del otro: «la categorización de las personas en el grupo endógeno y en el grupo exógeno, e incluso la división entre ‘buenos’ y ‘malos’ grupos exógenos, no está libre de valor, sino que imbuye normas y valores con aplicaciones ideológicamente fundamentadas» (Van Dijk 2005: 43).

Sánchez emprende aquí dos vías diferentes en esta categorización, dependiendo del género: sea éste el de los artículos doctrinales (discurso interno), o el de la la crónica y el análisis político (discurso externo).

Así, en los primeros, en consonancia con la política de Reconciliación Nacional, Sánchez apela al diálogo, e incluso a la unidad de acción, con las fuerzas más «progresivas» –como suele denominarlas– de grupos exógenos (la Iglesia y la democracia cristiana, sectores o estructuras surgidos del régimen, etc.).

No obstante, en los artículos doctrinales el proceso de categorización es inverso. Así, las tendencias más cercanas a la concepción del marxismo-leninismo de Sánchez reciben un peor tratamiento que aquellas más lejanas.

Buena muestra de ello, la encontramos en «Marxismo y lucha ideológica» (1960a) cuando Sánchez, una vez delimitado el terreno de la lucha ideológica en la España franquista, frente a las dos corrientes predominantes, el neo-tomismo y el orteguismo, se plantea la necesidad de elegir un contrincante filosófico del marxismo. El elegido es el segundo, precisamente por ser la ideología menos retrógrada. Se trata de focalizar como el enemigo más peligroso precisamente a aquél con el que se comparte parte del ideario o un objetivo común. Sánchez justifica su elección en base a que ve en los seguidores de las ideas de Ortega una amalgama de grupos heterogéneos que pueden utilizar en su favor esta teoría.

Si bien Ortega y sus seguidores no se libran de la violencia verbal de Sánchez, éste reserva todo su arsenal retórico a otras corrientes marxistas: desde la socialdemocracia, hasta movimientos en boga en el ámbito académico caracterizados por la búsqueda de lo que se denominó «marxismo puro».

No obstante, el uso reiterado de descalificaciones es sólo una marca externa de una estrategia de mayor calado que se expresa, sobre todo, a través de la presentación mutilada de las posiciones contrarias, la ausencia persistente de definiciones, de profundización o de una mera exposición del ideario básico de las escuelas o corrientes que Sánchez comenta. De nuevo aquí es reconocible esa lógica inversa a la que acabamos de referirnos, siendo precisamente Ortega el único filósofo que Sánchez analizará con cierto detenimiento.

En el extremo opuesto se sitúa la crítica de corrientes surgidas del marxismo-leninismo. Buen ejemplo de ello es su crítica de La nueva clase (1957) del comunista yugoslavo Milovan Djilas. Tal y como ocurriera con la obra de Ortega o Mandolfo, Sánchez toma como punto de partido el peligro de la repercusión de la obra:

La Nueva Clase viene a ser como un compendio […] del revisionismo actual. Por esta razón, y por ésta sólo, puede no ser inútil dedicar cierto espacio a la crítica de algunos de los puntos de vista de Djilas. Máxime si se tiene en cuenta la publicidad que en torno a su libro han hecho los teóricos oportunistas de la social-democracia española (con Araquistáin en primera fila, como era de esperar) y del anarco-sindicalismo; publicidad que se añade a la organizada, en España misma, por la propaganda oficial de la dictadura franquista. (Sánchez 1959: 51)

La tesis principal de este libro giraría en torno a la idea de la formación de una nueva clase de burócratas en el denominado «bloque socialista», frente a la cual, Federico Sánchez acomete un comentario de alto contenido emocional dominado por el argumento ad hominem. Paralelamente, la reseña esquiva el tema objeto casi hasta su final, en un estilo inusitadamente bronco: «Es, con ligeras variantes, la ‘teoría’ del oportunismo trotskista. Es, en suma, la ‘teoría’ de los perros que ladran, mientras la revolución socialista cabalga…» (Sánchez 1959: 53). Por lo demás, la reseña es doblemente injusta al presentar las tesis de Djilas como una crítica de la Unión Soviética, cuando La nueva clase se basaba también en la experiencia yugoslava, extremo que Sánchez obvia, como también que el propio Djilas se encontraba encarcelado desde hacía tres años y que la publicación de la obra en 1957 le valió una extensión de 10 años en su condena. No obstante, Sánchez se limita a presentarlo como «quien haya sido uno de los principales dirigentes de la Liga de los Comunistas de Yugoeslavia» (Sánchez 1959: 51). La crítica de la élite del partido parece afectar casi personalmente a Federico Sánchez, quien no ahorra adjetivos para atacar personalmente a Milovan Djilas: «exacerbado resentimiento de renegado» (Sánchez 1959: 53), «océano de contradicciones lógicas, que bien pueden ser síntomas de enajenación mental o senilidad precoz del revisionista yugoeslavo» (Sánchez 1959: 54), por citar sólo dos de ellas.

En conclusión, los artículos doctrinales de Federico Sánchez niegan la legitimidad, no sólo de cualquier filosofía ajena al marxismo, sino también de todo discurso marxista distinto al ideario oficial.

Hemos observado cómo la existencia de solapamientos en el relato colectivo que Sánchez presenta, según el género de sus artículos, afectan a distintos ámbitos. Desde el empleo desigual de mecanismos persuasivos, hasta aspectos estructurales o la presentación de relatos redentores diversos. No obstante, estas diferencias pueden presentarse también directamente en el plano del contenido.

Así, en 1956, Sánchez, fruto de su experiencia en la lucha política, defiende que «hay que estar muy atentos a todas las formas de organización y de lucha que surjan espontáneamente en la masa estudiantil, para apoyarse en ellas sin dogmatismos preconcebidos y desarrollarlas políticamente» (Sánchez 1956b: 8). No obstante, dos años después, en uno de sus artículos doctrinales, manteniéndose la misma estrategia en la lucha universitaria, propone una pequeña guía en la que «podrían sintetizarse así cuatro de las condiciones básicas que garantizan la fidelidad al espíritu del marxismo» (Sánchez 1958a: 32), cuyo último punto y «corolario» es, precisamente, la «lucha contra el culto a la espontaneidad del movimiento obrero […] íntimamente vinculado a las concepciones vulgares, antidialécticas, del desarrollo histórico» (Sánchez 1958a: 33).

La escritura de Sánchez refleja así, también en el plano semántico, el desgaje de dos relatos identitarios paralelos cuyas contradicciones, no obstante, coexisten con naturalidad. Algo que se explica, precisamente, teniendo en cuenta la plena conciencia de la labor propagandística de Sánchez, que produce simultáneamente un discurso externo, atractivo y proselitista, y otro interno, cuya función es el adoctrinamiento de un lector ganado de antemano y la cohesión identitaria del grupo. Un discurso, en definitiva, no-inocente, una de cuyas últimas manifestaciones refleja especularmente sus claves. Así, al criticar los atajos retóricos de un documento del PCCh, Sánchez revela los propios:

Se trata, además, de una cuestión fundamental, lo cual exige abordarla como tal, o sea, con seriedad, con rigor. Todo esto implica que se tengan en cuenta una serie de normas metodológicas, para que haya realmente discusión y ésta sea rigurosa […] La primera norma concierne al nivel de claridad exigible en toda discusión teórica. […] La segunda norma concierne al rigor imprescindible en la crítica de las posiciones que se consideran erróneas. Rigor en la crítica quiere decir, ante todo, que se discuten las posiciones reales de este o aquel partido, y no posiciones deformadas, caricaturales, fáciles de rebatir en una esgrima verbal, escolástica. (Sánchez 1963a: 16)

Jorge Semprún

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