Читать книгу Novela natural - Gueorgui Gospodínov - Страница 17

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En la abadía de esta rosa,

un escarabajo negro es el monje.

¿Cómo es posible la novela hoy en día, cuando se nos ha privado de lo trágico? ¿Cómo es posible en absoluto la idea de novela, cuando lo sublime está ausente? Cuando solo existe lo cotidiano en toda su previsibilidad o, lo que es peor, en el misterio indescifrable de mil casualidades devastadoras. La cotidianeidad en toda su ineptitud. Aquí es donde lo trágico y lo sublime lanzan algún destello. En la ineptitud de la cotidianeidad.

Antaño, cuando el tiempo transcurría lentamente y el mundo aún estaba hechizado, escuché —o inventé— el siguiente misterio: si arrancas un pelo de la cola de un caballo y lo mantienes sumergido en agua durante cuarenta días, el pelo se transformará en serpiente. A falta de caballo lo intenté con un pelo de burro. No recuerdo si aguanté cuarenta días ni si el pelo mutó en serpiente, probablemente no, teniendo en cuenta además que la cola no era de caballo.

Da igual, había descubierto que bastaba con que el rumor del misterio permaneciera durante un minuto en mi cabeza para que los cuartos traseros de todos los burros parecieran espléndidas gorgonas. Había leído sobre Gorgona en unos mitos ilustrados de la Antigua Grecia. Apunté aquello en un cuaderno pautado con una estampa de Levski3 en la cubierta. Era el primer milagro que me otorgaba la naturaleza, el primer misterio de la cotidianeidad. ¡Qué sería de mí si viera los cuartos traseros de los burros únicamente como cuartos traseros de burros! Como los veo ahora, en una naturaleza deshechizada. Por cierto, hace tiempo que no le miro el culo a un burro.

Aquí estaríamos en disposición de añadir que, ya en la antigüedad, Epicuro y su alumno Lucrecio insistieron en la generación espontánea de los seres vivos bajo la influencia de la humedad [sic] y la luz solar.

Si la ontogénesis realmente repite la filogénesis o, dicho de otra manera, si a lo largo de una vida humana se repiten todos los siglos de la historia de la naturaleza, entonces la infancia se sitúa alrededor de los siglos xvii y xviii. Al menos en lo que se refiere a la actitud amorosa hacia esa naturaleza en cuestión. Linneo —el tipo que, igual que un Adán, dio nombres a las plantas y sentó las bases de la nomenclatura binominal incorporando las llamadas nomina trivialia o denominaciones simples— tituló uno de sus primeros ensayos Praeludia Sponsaliorum Plantarum («preludio a los esponsales de las plantas», escrito a principios del siglo xviii pero publicado apenas en 1909). He aquí una descripción de la polinización, extraída del manuscrito en cuestión, y que bien podría pertenecer también a Andersen:

Los pétalos de la flor, en sí mismos, no aportan nada a la reproducción, pero sirven de lecho matrimonial que el Gran Creador ha dispuesto de manera tan espléndida y ha adornado con ese camastro tan precioso, colmándolo de fragancias, para que el marido y la esposa puedan celebrar allí sus nupcias con toda su solemnidad. Cuando el lecho está preparado llega el momento en el que el marido ha de abrazar a su amada esposa y derramarse dentro de ella…

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