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Sub rosa dictum

«Estoy embarazada», dijo aquella noche.

Nada más.

El cine y la literatura ofrecen dos formas para reaccionar en semejantes casos:

a) El hombre se muestra sorprendido pero feliz. Se le queda una mirada tontorrona, se acerca a ella y la rodea con sus brazos. Con cuidado, no vaya a hacerle daño al bebé. No sabe que aún no es más que un puñado de células. A veces acerca el oído a su barriga, bueno, es pronto para que dé patadas. En primer plano, los ojos de ella, profundos y húmedos, ya maternales.

b) El hombre se lleva una sorpresa desagradable. Desde el inicio de la novela hay algo en él que nos causaba aprensión y es precisamente ahora, en el momento de la verdad, cuando toda su hipocresía sale a flote como una línea roja en un test de embarazo. No puede disimular su enfado, no desea ese hijo, ha estado engañando a esa mujer. En primer plano, los ojos de la mujer.

Y bien, Ema volvió a casa, se sentó frente a mí sin quitarse el abrigo y simplemente dijo: «Estoy embarazada». No hacía falta especificar de quién. ­Llevábamos casi medio año sin acostarnos. Simplemente dijo: «Estoy embarazada», y con ello anuló las dos opciones arriba mencionadas. No tuve ninguna posibilidad de reacción. No recordaba haber leído sobre una situación semejante. Enterarte de que tu mujer está embarazada de otro es algo que sucede una vez en la vida. No, una vez en unas cuantas vidas. Te levantas de un salto, te cagas en todo, vuelcas una mesa, rompes su florero favorito. Hay que aprovechar el momento. Fuera relampaguea. Se acerca una tormenta. El mundo tampoco puede permanecer indiferente.

Pero no, nada de eso ocurre.

Traté de encender con toda la calma un cigarrillo. No sabía qué decir. Mi silencio pareció sobresaltar a mi mujer y dejó escapar que se lo habían mostrado ya en la ecografía, así de pequeñito, de un centímetro y medio.

«No sé qué decir», confesé. Me sorprendió no sentir nada de odio, nada de celos. Cómo reaccionar ante lo impensado. Qué hacer.

Dijo que quería conservarnos al niño y a mí.

Permanecí junto a Ema otros dos meses.

El bebé creció entre siete y diez centímetros.

Cada día me despedía mentalmente de ella, de los gatos, de mi cuarto.

Dos meses en los que nadie tomó una decisión.

Cada día que pasa, tu mujer se convierte ante tus ojos en madre. Solo que tú no puedes ser ya el padre.

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