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Dime cómo produces y te diré cómo creas4

En unos momentos en que en el mundo occidental la crisis económica impulsada por las especulaciones financieras ha traído al sector de la cultura zozobra y parálisis, podríamos empezar a constatar de un modo bien claro algo que llevo tiempo adelantando: son los modos de producción que se utilizan en las artes escénicas los que están mostrando un panorama de realidades escénicas acordes con dichas estrategias. Es muy curioso cómo en determinados escenarios, por ejemplo el de la ciudad de Buenos Aires, ha ido instalándose un debate que se ha querido convertir en “moral”, cuando a mí me parece que se debería revertir en algo específicamente escénico. Se trata de cómo varios reconocidos artistas del circuito independiente están en los últimos tiempos compatibilizando ese modo de expresión con su paso, con gran éxito, al mundo del teatro comercial de la calle Corrientes. A partir de ahí se produce una casi automática estigmatización de sus posturas por parte de aquellos que con plena legitimidad enarbolan la bandera de seguir en su medio natural: las salas independientes o alternativas. Pero a partir de esa premisa, creo que el asunto no puede despacharse de una manera tan simple. De ahí que, para mí, se debería profundizar más en la relación producción/gestión, verdadero eje del discurso estético en las actuales circunstancias.

Personalmente, pienso que cada artista debe seguir y conseguir su autenticidad expresiva en cualquier medio en el que realice su trabajo, por eso digo que no es para mí una cuestión moral que se trabaje en los territorios del teatro comercial... si este contiene un discurso que resulte realmente creativo, interesante y auténtico con los parámetros que ese creador desarrolla en otro medio. Pero, por desgracia, y por lo que he podido ver, esto no es así. En este medio hay que plegarse a muchas cuestiones objetivas. Demasiadas concesiones a la política del productor que utiliza sistemas estándar de entender los repartos, escenografías superficiales y vestuarios ornamentales, populismos patentes o manifiestos, predominio de comedias con toques de modernidad producto de las autorías “de moda”, poco compromiso con las realidades sociales o bien su utilización como mera coartada de mala conciencia, predominio del concepto de ocio o de sello de “prestigio cultural” y, en suma, falta casi absoluta de investigación o profundización en un discurso de contemporaneidad.

¿Estoy hablando de cuestiones de legitimidad o ilegitimidad? En absoluto; me parece que la obligación de un empresario privado es ganar dinero con el teatro y, de ese modo, cuando un creador trabaje para ellos tiene la obligación de ser “coherente” con el discurso de quien manda. Creo que en una sociedad democrática es necesario que conviva cualquier tipio de teatro. Por eso, siempre defenderé que lo privado, lo público y lo independiente formen parte de un tejido común que luego derive en sus especificidades concretas.

Por ello, y habiendo, asumido ese discurso de legitimidad por mi parte de lo que se podría llamar un teatro de mercado, creo que puedo, como “espectador” o como persona interesada en el fenómeno teatral, decir que los espectáculos que veo, tanto en el tema de la textualidad, la dirección escénica o la actuación, para mí –cuestión absolutamente subjetiva y, por tanto, seguro de poco valor–, tienen mucho menos interés y valor cuando se crean en la libertad de la escena independiente que en la jaula del teatro convencional.

Otra cuestión sería reflexionar sobre esa otra forma de teatro que debería ser el TEATRO PÚBLICO, y ahí es donde en mi país ese concepto se aleja cada vez más de los sueños de otros tiempos. Por un lado, los centros de producción públicos son cada vez más conservadores y rácanos en sus repertorios. Por el otro, los circuitos de exhibición, pagados también con los impuestos de los ciudadanos y pertenecientes a los ayuntamientos u otras entidades públicas, cada vez están más dominados por criterios de puro y duro mercado, es decir, carentes de todo riesgo en sus programaciones.

¿Esto es solo por la crisis? Personalmente, creo que no, pues llevan años empleando esta fórmula, incluso cuando pagaban cachets por encima de las reales posibilidades económicas de un país sumergido no en una sino en varias burbujas económicas.

Por eso, en España, soñar hoy con un teatro independiente es prácticamente imposible. Primero, porque no existen leyes adecuadas para ello. Aquí, los impuestos, o lo que se exige por parte de las diferentes administraciones del Estado para recibir una ayuda o subvención, son los mismos para un pequeño grupo que para una gran empresa comercial. Ya no hay apenas circuitos posibles para estas prácticas, pues las pequeñas salas alternativas no pueden sostener con sus limitados aforos, y precios viables de las entradas, creaciones auténticas que no estén sometidas a leyes de mercado de pura rentabilidad económica. Aquí se nos ha llenado de fórmulas, enunciadas por socialdemócratas defensores en el pasado de otras maneras de encarar lo público, y que ahora tienen como retórica la optimización, la sostenibilidad, la coparticipación y la rentabilidad como un revoltijo de propuestas encaminadas siempre a proteger el discurso dominante de determinadas empresas.

Y es así como el teatro público no cumple la función que, a mi modo de ver, debería cumplir, y no existen medidas de auténtica ayuda al teatro independiente. Todo tiene que navegar hacia los procelosos mares de “producir espectáculos que gusten a la gente”. ¿Y quién es “la gente”? ¿Dónde está la línea que separa a aquella gente a la que le puede interesar, legítimamente, un teatro de ocio, de aquellos otros a los que puede gustarles un teatro más vinculado a nuevos lenguajes, dramaturgias o propuestas?

Y ahí volvemos al comienzo. Toda forma de producción y gestión condiciona el sistema artístico, lingüístico y de recepción de un proyecto escénico. Si trabajas para el teatro oficial, generalmente un sistema de jaula de oro, sus próceres te pedirán unos resultados. Si trabajas para la empresa comercial, y eres coherente con ese encargo, tendrás que condicionar esa propuesta a: tiempos de ensayo, reparto, opciones icónicas (escenografía y vestuario), modos de proyección en los medios y casi absoluta falta de control en el producto final que firmas. ¿Qué pasaría hoy si tuviéramos las opciones de trabajar en un sistema que permitiera la independencia de elección de repertorio, artistas con los que trabajar y circuitos en los que fluyeran estos proyectos?... No lo sé. Puede que surgieran otro tipo de problemas, pero -desde luego- muchos de nuestros jóvenes y emergentes creadores, y algunos de los viejos a los que aún nos gusta soñar, pudiéramos sobrevivir de un modo digno de nuestra profesión sin tener que confrontarnos, ni profesional ni ideológicamente, con opciones que son distintas en sus planteamientos.

Por tanto, son necesarias nuevas formas de gestión y producción para propiciar otras dinámicas de las ya existentes. Ante un tiempo de crisis, esas otras vías quizás podrían abrir nuevos caminos ante tanta arterosclerosis como ahora nos domina.

4 Publicado originalmente en Cuaderno de Dramaturgia Contemporánea, Nro. 16, Alicante: Ed. Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, 2011.

Pensar la gestión de las artes escénicas

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