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La compleja tarea de dirección de un festival de artes escénicas

Desde una de las perspectivas importantes de la teoría de la gestión, el sector específico de las artes escénicas tiene algunas carencias que urge replantear. En nuestro sector se sigue valorando todavía mucho más la producción y postproducción de un espectáculo, proyecto o evento que la investigación y desarrollo, que implica el fundamental territorio de la preproducción.

En este sentido, el trabajo que supone la dirección, curaduría o comisariado de un festival, muestra, feria, bienal o como se denomine un proyecto puntual de presentación de una opción determinada de propuestas organizadas en torno a una programación puntual dentro del área de las artes escénicas, resulta de una complejidad no siempre valorada, ni por el propio sector ni por la mirada de otros profesionales que realizan tareas similares en otros terrenos de los lenguajes artísticos (festivales de cine o ferias y bienales de artes plásticas).

Quizás arrastremos los viejos prejuicios de que la profesión escénica está más vinculada a la acción que al pensamiento. Y sin embargo, no concibo que haya una cosa sin la otra.

Pensar un festival es una complejísima tarea que conlleva etapas diferentes de planificación, desarrollo y puesta en marcha. En primer lugar, para que exista una propuesta coherente creo que es fundamental un previo análisis del entorno donde se va a desarrollar esa propuesta, que a partir de ahora ya concretaremos como festival (más allá de que se desarrolle anualmente o en otros períodos de tiempo) y que deberá buscar una dialéctica entre los deseos artísticos, técnicos, productivos y de financiación, y las realidades que ese entorno (ciudad, pueblo, provincia, territorio, etc.) puede ofrecer para desarrollar el proyecto.

Es muy usual que a veces se pervierta el concepto de festival en dos extremos tangibles: una pequeña programación puntual aprovechando fiestas patronales o cualquier otra circunstancia, o temporadas largas encubiertas en torno a la necesidad de esa ciudad de tener la coartada política de que también tiene un festival internacional. En muchos de estos casos, la programación supone para mí una simple ACUMULACIÓN de espectáculos (sean muchos o pocos) sin ningún discurso interior de POR QUÉ, PARA QUÉ y PARA QUIÉN se realiza ese festival. En los últimos años, la proliferación de festivales en toda Iberoamérica ha llegado a marcar una tendencia a la “festivalitis” que en muchos casos ha encubierto UNA FALTA DE AUTÉNTICA POLÍTICA DE GESTIÓN ESCÉNICA. En estos momentos de crisis, la sostenibilidad de muchos de estos festivales se está haciendo imposible, por imprevisión de modelo, por la negación a la cultura de determinadas opciones políticas, por cansancio del entorno de lo que ofrecía el modelo artístico y, en algunos casos, por un claro divorcio entre la población y sus ciudadanos y la oferta cultural que ofrecía dicho festival.

Por tanto, sería interesante asumir que hay una tarea pendiente y apasionante, que es repensar los festivales, pues si estos no existieran habría que inventarlos, ya que en su esencia son una alternativa importante para completar un cuerpo escénico de gestión, creación y producción vivo y significante.

Creo que en muchos casos, los festivales, en su discurso interno, no definen bien los perfiles de a quién van dirigidos. Evidentemente, tan útiles pueden ser los generalistas como los especializados, los de gran formato como los de pequeño, los nacionales como los internacionales, los que se ocupan de una línea muy concreta (danza, marionetas, humor, circo, calle, teatro clásico) como los que apuestan por incorporar todos los lenguajes posibles. De lo que se trata es de proyectar a la sociedad un mensaje claro de lo que se quiere comunicar.

Al llegar a este punto, creo que se ha podido sobrentender que sobre lo que yo reflexiono en estas líneas es acerca de eventos de clara vocación PÚBLICA en su financiación. Es decir, aquellos festivales que se producen con dinero de los ciudadanos a partir de la inversión de los diferentes órganos administrativos de gobierno de ese entorno o aquellos que, aun siendo privados, las ayudas o subvenciones que reciben del Estado son significativamente altas en relación con el presupuesto global.

Y esto se va a vincular necesariamente con la cuestión de la dirección o curaduría, pues no es lo mismo seguir el dictamen de una opción económica en que una empresa privada opta por un discurso cerrado y con unos objetivos propios –y están en su pleno derecho de que así sea– que cuando la empresa es pública y tiene que atender la demanda, tanto artística como de sistemas de producción, de un conjunto de ciudadanos cuya clave actual es, sin duda, su diversidad de gustos y elección de estéticas o formas de comunicación. Y esto no tiene nada que ver con que un festival tenga una vocación mayoritaria o minoritaria, términos que actualmente a mí ya no me dicen nada.

Pensar la gestión de las artes escénicas

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