Читать книгу No hables con extraños - Харлан Кобен - Страница 6

1

Оглавление

El desconocido no arrasó de golpe el mundo de Adam Price.

Eso fue lo que Adam se diría más tarde, pero era mentira. De algún modo, Adam supo enseguida, desde la primera frase, que la vida de padre de familia burgués que había conocido hasta entonces había desaparecido para siempre. En realidad, era una frase muy sencilla, pero había algo en el tono, el tono de quien sabe y hasta se preocupa, que le dejó claro que nada volvería a ser igual.

—Podrías haberla dejado —dijo el desconocido.

Estaban en el American Legion Hall, el local de la Asociación de Veteranos de Guerra de Cedarfield, en Nueva Jersey. Cedarfield era una población rica, que contaba entre sus vecinos con gestores de fondos de cobertura, banqueros y otros magnates de las finanzas. Les gustaba reunirse para tomar cerveza en el American Legion Hall porque era una manera cómoda de fingir que eran buenos chicos, como los que aparecen en los anuncios del Dodge Ram, cuando en realidad eran todo lo contrario.

Adam estaba en la barra, que se veía algo pringosa. Tenía una diana detrás. Unos carteles de neón anunciaban la Miller Lite, pero Adam tenía una botella de Budweiser en la mano derecha. Se volvió hacia el hombre, que se acababa de situar a su lado y, aunque Adam ya sabía la respuesta, le preguntó:

—¿Está hablando conmigo?

El tipo era más joven que la mayoría de los padres, más delgado, casi flaco, y sus grandes ojos eran de un azul penetrante. Tenía los brazos blancos y huesudos; llevaba camisa de manga corta; bajo una de ellas asomaba un tatuaje. También llevaba una gorra de béisbol. No era un hípster, pero tenía pinta de empollón, como si dirigiera un departamento técnico y no viera nunca el sol.

Los ojos de un azul penetrante se clavaron en los de Adam con tanta fuerza que le dieron ganas de apartar la mirada.

—Te dijo que estaba embarazada, ¿verdad?

Adam sintió que agarraba la botella con más fuerza.

—Por eso no la dejaste. Corinne te dijo que estaba embarazada.

Fue en aquel momento cuando Adam sintió como si se le accionara un interruptor en el pecho, como si alguien hubiera activado el temporizador digital rojo de una bomba de película y hubiera empezado la cuenta atrás. Tic, tic, tic, tic.

—¿Nos conocemos?

—Ella te dijo que estaba embarazada —prosiguió el desconocido—. Corinne, quiero decir. Primero te dijo que estaba embarazada, y luego, que perdió el bebé.

El American Legion Hall estaba lleno de papás de ciudad pequeña vestidos con esas camisetas de béisbol con mangas tres cuartos y pantalones cargo holgados o vaqueros de padre de familia, perfectamente inmaculados. Muchos de ellos llevaban gorras de béisbol. Esa noche se hacían las pruebas de selección para el equipo de lacrosse de los chavales de cuarto, quinto y sexto, y para el primer equipo. Si alguien quería ver un grupo de machos alfa comportándose como tales en su hábitat natural, no tenía más que ver a ese grupo de padres implicándose en la formación de los equipos de sus hijos. Era algo digno del Discovery Channel.

—Te sentiste obligado a quedarte, ¿no es así? —preguntó el hombre.

—No tengo ni idea de quién cojones...

—Mintió, Adam. —El hombre hablaba con convicción. No solo parecía seguro de lo que decía, sino que además daba la impresión de pensar solo en lo mejor para Adam—. Corinne se lo inventó todo. Nunca estuvo embarazada.

Las palabras seguían cayendo como puñetazos, dejaban a Adam descolocado, atónito y confundido, y con sus defensas mermadas listo para rendirse. Habría querido revolverse, agarrar a aquel tipo por la camisa, arrastrarlo por toda la sala por insultar a su mujer de aquel modo. Pero no lo hizo por dos motivos.

El primero, porque de pronto estaba atónito, como si le hubiera caído una lluvia de puñetazos, y eso había mermado sus defensas.

Y el segundo, porque había algo en el modo de hablar de aquel hombre, esa seguridad al hablar, esa convicción en su voz, que hizo que Adam se plantease la conveniencia de escucharlo.

—¿Quién eres tú? —le preguntó.

—¿Acaso importa?

—Sí, importa.

—Soy el desconocido —dijo—. El desconocido que sabe cosas importantes. Te mintió, Adam. Corinne. No estaba embarazada. No era más que una treta para que volvieras con ella.

Adam sacudió la cabeza. Trató de asimilarlo, de mantener la calma y el sentido común.

—Vi la prueba de embarazo.

—Falsa.

—Vi la ecografía.

—Falsa también —repuso, y levantó una mano antes de que Adam pudiera decir nada más—. Y sí, también la barriga. O quizá debiera decir barrigas. Cuando empezó a notársele, no volviste a verla desnuda, ¿verdad? ¿Qué hacía?, ¿se inventaba algún tipo de malestar a última hora de la noche para evitar el sexo? Eso es lo que ocurre la mayoría de las veces. Así, cuando llega el aborto, uno mira atrás y se da cuenta de que el embarazo ya había presentado complicaciones desde el principio.

Una voz estentórea se hizo oír desde el otro extremo de la sala.

—Muy bien, chicos, coged una cerveza fresca y empezamos.

La voz pertenecía a Tripp Evans, exejecutivo publicitario de Madison Avenue y presidente de la liga de lacrosse, un tipo bastante legal. Los otros padres empezaron a coger sillas de aluminio, de esas que se usan para los conciertos del colegio, y las fueron poniendo en círculo por la sala. Tripp Evans miró a Adam, detectó la innegable palidez de su rostro y frunció el ceño, preocupado. Adam no hizo caso y volvió a dirigirse al desconocido.

—¿Quién demonios eres tú?

—Piensa en mí como tu salvador. O como el amigo que te acaba de sacar de la cárcel.

—Deja de decir gilipolleces.

Ya no se oía hablar a casi nadie. Las voces se habían convertido en murmullos, y el sonido de las sillas al arrastrarlas resonaba en la sala. Los padres empezaban a ponerse serios, centrados en el proceso de selección. Adam odiaba todo aquello. Ni siquiera tenía que haber acudido, porque le tocaba a Corinne. Ella era la tesorera de la comisión de lacrosse, pero le habían cambiado el horario de la convención de profesores en Atlantic City, y aunque era el día más importante del año para el lacrosse en Cedarfield (de hecho, el principal motivo por el que Corinne se había vuelto tan activa), Adam se había visto obligado a sustituirla.

—Deberías darme las gracias —le dijo el hombre.

—¿De qué me estás hablando?

Por primera vez, el hombre sonrió. Era una sonrisa bondadosa, Adam no pudo evitar observarlo, la sonrisa de un benefactor, la de un hombre que tan solo desea hacer lo correcto.

—Eres libre —dijo el desconocido.

—Y tú eres un mentiroso.

—Sabes que no, ¿verdad, Adam?

Tripp Evans lo llamó desde el otro lado de la sala.

—¿Adam?

Se volvió hacia ellos. Todo el mundo estaba sentado, salvo Adam y el desconocido.

—Ahora tengo que irme —le susurró este—. Pero si realmente necesitas pruebas, comprueba el extracto de tu tarjeta Visa. Busca un cargo a nombre de Novelty Funsy.

—Espera...

—Una cosa más. —El hombre acercó la cabeza—. Si yo fuera tú, probablemente les haría pruebas de ADN a tus dos chavales.

Tic, tic, tic... ¡Catapún!

—¿Qué?

—De eso no tengo pruebas, pero cuando una mujer está dispuesta a mentir sobre algo así... Bueno, no me extrañaría que no fuera la primera vez que lo hace.

Y entonces, mientras Adam intentaba reaccionar a esa última acusación, el desconocido salió a toda prisa por la puerta.

No hables con extraños

Подняться наверх