Читать книгу Cicatrices - Heine T. Bakkeid - Страница 22

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—He tomado una decisión —digo mientras caminamos de la casa de la madre de Siv al coche. Una corriente de aire que viene del río cruza las vías del tren y llega a la zona residencial en la que nos encontramos—. Me vuelvo a Stavanger.

—¿Qué? —Milla baja el ritmo y se cruza la chaqueta—. Pero si acabamos de empezar...

—¿Cómo puedo ayudarte si no tengo ni idea de lo que estamos haciendo?

—Estamos haciendo un trabajo de investigación —dice no muy convencida cuando llegamos al coche—. Para escribir un libro.

—Mira, mi detector de mentiras lleva pitando desde que nos conocimos. Este viaje, Robert Riverholt, todo esto... Hay algo que no me estás contando.

Milla sacude la cabeza.

—No sé por qué estás tan obsesionado con Robert. Lo que le pasó no tiene nada que ver con lo que estamos haciendo ahora.

—Este juego de «qué pasaría si» del que me has hablado es algo que usa la policía para expresar con palabras las cosas que les preocupan, que no encajan. Si el espíritu de Robert estuviera aquí ahora y jugáramos a ese mismo juego con su asesinato, ¿qué crees que habría dicho él de su propia muerte?

—Para —susurra Milla. Tiene los ojos opacos, como dos velas a punto de apagarse—. Por favor...

Ya no me importan sus objeciones. Estoy cansado de esperar y escarbar en vidas ajenas sin motivo, harto de que me traten como si fuera tonto.

—Creo que se preguntaría por qué Camilla lo mató sin mirarlo a los ojos. Diría que disparar a alguien por la espalda en plena calle es la forma menos íntima de hacerlo. Un asesinato frío e impersonal.

—Ah, ¿sí? —Milla se apoya en el lado del copiloto y cruza los brazos sobre el pecho—. ¿Y qué habrías hecho tú, el experto, con Robert si fueras Camilla?

Sacudo la cabeza al ver su expresión, dura y teñida de desdén.

—Me habría enfrentado a él. Le habría dicho todo lo que le tuviera que decir, todo lo que él tuviera que escuchar, en mi coche, en su piso o en el hogar que habíamos compartido, y entonces me habría acercado mucho a ella, todo lo que pudiera, me habría metido la pistola en la boca y habría apretado el gatillo. ¡Bang! Juntos para siempre.

—¿Ella?

—¿Qué?

—Has dicho «ella».

—¿Y qué más da? Si tuviera que apostar, diría que tu agente, Pelle, y tal vez también la editorial son quienes han organizado este viaje. Están dispuestos a cualquier cosa con tal de que te pongas a escribir el libro. Pero tú, Milla, creo que estás aquí por otro motivo.

—No es lo que piensas —replica Milla y me da la espalda.

Detrás de los árboles, del lado de las casas, se oye una voz que declama por megafonía que el tren con destino a Bergen saldrá de la vía cinco en un minuto.

—¿Y qué es lo que pienso?

—Que estamos buscando al asesino de Robert —susurra.

—¿A quién te refieres con ese «estamos»?

—A mí, a Kenny y a Iver.

—¿Son policías?

—Sí.

—¿Fue uno de ellos el que vino cuando murió Robert?

—Sí.

—¿Y no vino para investigar la muerte de Robert?

Milla niega con la cabeza.

—Entonces, ¿por qué vino? ¿Qué os traéis entre manos?

Por fin se vuelve hacia mí.

—Ven conmigo a Drammen.

—¿Qué hay en Drammen?

—Ven conmigo —susurra—. Por favor.

Algo me pasa cuando la gente que me rodea insiste en que estamos en el mismo equipo, pero a la vez guarda un secreto que no quiere revelar. Cada conversación es una lucha. Estas situaciones me despiertan algo, me dan curiosidad y me hacen querer saber por qué tienen que ser así las cosas. Es un juego que me encantaba antes de acabar solo en mi piso debajo del puente de Stavanger. Echo un vistazo rápido en dirección a la casa de la que acabamos de salir y veo las vías del tren que están más allá de los árboles. En una de las ventanas de la casa, la madre de Siv está fumando un cigarrillo y sostiene un cenicero con la otra mano.

—De acuerdo, Milla Lind —suspiro al fin y le abro la puerta del coche—. Vamos a Drammen.

Cicatrices

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