Читать книгу Cicatrices - Heine T. Bakkeid - Страница 24

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—Hola —dice el hombre que se asoma por la puerta y se acerca a nosotros—. Kenneth Abrahamsen. Kenny, para los amigos.

Tiene unos cincuenta y tantos años, el pelo gris y rizado, entradas generosas y una mata de pelo en el pecho que le asoma por el cuello de un jersey demasiado ajustado. Parece un adonis griego vestido de policía treinta años después de haber estado de fiesta en la playa.

—Thorkild Aske —le digo, y le devuelvo el saludo—. Antes de que sigamos adelante y de que yo diga que sí a cualquier cosa, comencemos por el principio. Iver, ¿cómo empezó todo?

—Milla contrató a Robert para buscar a Olivia en septiembre del año pasado —responde Iver—. Así fue como empezó todo.

—Vale —replico, y me vuelvo hacia Milla—. ¿Cuándo supo Robert dónde estaba tu hija?

—Diez días más tarde —me responde ella.

—¿Y desapareció una semana después de que la localizarais?

—Sí.

—¿Por qué?

Milla sacude la cabeza.

—No lo sabemos.

—¿Sabía que la estabais buscando?

—No. Robert y yo fuimos a su colegio. Robert me la señaló en un recreo. Yo volví al colegio unos días más tarde. Sola. Lo único que quería era volver a verla mientras pensaba en cómo proceder, pero no estaba. Al día siguiente tampoco. Entonces me llamó Iver y me dijo que..., que había desaparecido.

—Bien. ¿Y por qué no me contaste todo esto desde el principio?

—Lo siento —se disculpa. Tiene los brazos cruzados y pegados al cuerpo, como si se estuviera helando de frío, y los ojos vacíos y oscuros como cuando la vi en su despacho con Joachim desde fuera, entre los árboles—. Pero ahora ya lo sabes todo de mí, Thorkild —concluye en voz queda.

—Todo no —respondo—. Pero por algo se empieza.

—Entonces, ¿contamos contigo? —Iver dibuja una leve sonrisa—. ¿Tú también has mordido el anzuelo?

La verdad es que había decidido cómo iba a acabar el día en que me desperté en el cobertizo de Milla esta mañana. Investigar para escribir un libro y un caso real de desaparición no eran lo mío. Después de la visita a Åkermyr y a la casa de la madre de Siv, lo único que faltaba era despedirme, dar las gracias, lidiar con las amenazas de Ulf de ponerme a fabricar velas en una empresa de Auglendsmyrå financiada por la oficina de empleo y coger el primer vuelo de vuelta a Stavanger.

El aire de la oficina está viciado y me cuesta respirar. No estoy acostumbrado a estar en un despacho cerrado si no se trata del médico, Ulf o los trabajadores de la oficina de empleo. Trato de comprender por qué no me subo a un avión ahora mismo, y reparo en que no es porque ahora estemos en medio de una investigación, ni porque estemos buscando a la hija de Milla, sino porque hay algo que me chirría.

—Todavía no hemos hablado de una cosa —digo después de poner en orden todos mis pensamientos y llegar a una conclusión—. Robert Riverholt. Le pegaron un tiro en plena calle cuando estaba trabajando en este caso.

—Le disparó su exmujer —responde Kenny—. Estaba enferma —añade.

—Como ya hemos hablado, Aske —toma la palabra Iver—, nada apunta a que la muerte de Robert tuviera relación alguna con esto. Por un momento temimos que sí, pero la policía de Oslo y nuestras propias investigaciones demostraron que había que descartar esa teoría. Lo mató su exmujer, de eso no nos cabe ninguna duda.

—Ya veo. —Me acaricio la cicatriz de la cara con los dedos para ver si aún me duele—. Solo en los libros y en las películas la gente se muere cuando está metida hasta las trancas en un caso. Y sabéis lo que le pasa al sustituto cuando empieza a sacar los trapos sucios de los demás, ¿verdad?

—Nosotros también estamos metidos en esto, Thorkild —objeta Kenny con brusquedad.

—Mal de muchos, consuelo de tontos —respondo, y me aprieto más fuerte los dedos contra la piel áspera de la cara.

—Bueno —dice Iver, que está a punto de levantarse de la silla—. ¿Tienes alguna otra pregunta?

—Muchísimas —respondo. Me quito la mano de la cara y me la apoyo junto a la otra en el regazo—. Una puta barbaridad de preguntas. ¿En qué andabais metidos cuando le pegaron el tiro a Robert? ¿Qué habéis descubierto hasta ahora sobre la desaparición? ¿Alguien más aparte de los presentes sabía lo que os traíais entre manos? Y, por último pero no por ello menos importante, ¿qué creéis que puedo hacer yo seis meses más tarde que no hayáis hecho ya vosotros?

Iver toma aire y se apoltrona de nuevo en la silla.

—En cuanto a Robert, comprendo que estés preocupado, porque estás en su pellejo, si se me permite la expresión.

—Se te permite —le respondo.

—Pero no hay ningún motivo para pensar que su muerte esté relacionada con todo esto. Su mujer estaba enferma y él tenía una vida privada accidentada que desembocó en un trágico final. Los tres conocíamos a Robert y nos afectó mucho lo ocurrido. Pero me gustaría remarcar que lo ocurrido fue algo entre él y su mujer. Un suceso trágico. Ni más, ni menos.

—En cuanto a lo que nos ocupa —prosigue Kenny—, Robert, Milla y yo acabábamos de volver de España la semana antes de que muriera Robert. Habíamos ido a Ibiza a buscar a Olivia y a Siv, pero no sacamos nada en claro. Estábamos completamente desolados y nos íbamos a tomar unos días libres para reunir fuerzas antes de continuar. De hecho, la tarde en que le pegaron el tiro a Robert teníamos la intención de reunirnos en Tjøme, en casa de Milla, para pensar en cómo procederíamos en lo sucesivo.

—¿Y desde entonces? ¿Qué habéis descubierto desde entonces?

—Estamos atascados —suspira Iver.

—¿Has hablado con la madre de Siv? —le pregunto a Kenny.

Kenny asiente.

—¿Y?

—¡Menuda madre! Va y se lleva a su marido y a sus hijos de vacaciones mientras su hija está desaparecida —dice furioso, y después mira a Milla—. Lo siento, Milla. No quería... —se disculpa y aprieta fuerte los labios.

—¿Quién sabe lo que estáis haciendo?

—Nadie —responde Kenny.

—Bueno... —Iver mira a Kenny—. Eso no es del todo correcto.

—¿A qué te refieres? —pregunto.

—Milla dio una entrevista en la tele antes de que fuerais a España —explica Iver—, y habló del próximo libro de August Mugabe y dijo que la trama iba a girar en torno a una desaparición y que iba a usar el caso de Siv y Olivia a modo de documentación. Era una buena tapadera para cubrir el hecho de que mediante esa investigación también estaba buscando a su hija.

—Y, en concreto, ¿qué creéis que puedo hacer yo?

—Queremos que nos ayudes a encontrar a Olivia —responde Milla—. Descubrir qué le ha ocurrido y traerla de vuelta a casa.

—¿A casa? —Los miro a los tres—. ¿Os estáis oyendo? Las chicas llevan más de seis meses sin dar señales de vida. No habéis sacado absolutamente nada en claro.

—Thorkild —susurra Milla—. Por favor. Necesito ayuda. No puede haberse ido para siempre. Esto no puede terminar así.

Milla se enjuga las lágrimas y me tiende la mano, Iver se balancea despacio en la silla y Kenny me mira con suspicacia.

—Vale —suspiro, y le agarro la mano—. Cuenta conmigo.

—¡Genial! —Iver se levanta de un salto de la silla—. ¿Qué os parece si nos vemos los cuatro mañana después del trabajo, tal vez en tu casa, Milla, y hablamos de lo que vamos a hacer a partir de ahora?

—No —digo.

—¿Qué? —Iver se pone la chaqueta y apaga el ordenador en un solo movimiento. Me mira atónito.

—Tenemos que volver al centro de menores. Tengo que hablar con el testigo, el chaval que vio a las chicas cuando estaban en la parada del bus la mañana en que desaparecieron. Necesito que un policía con licencia me acompañe.

—¿Kenny? —Iver mira inquisitivamente a su subordinado—. ¿Puedes ir tú?

—Yo me quedo aquí —se apresura a decir Milla—. No me apetece volver. Estoy cansada y...

Kenny suspira y se encoge de hombros.

—Estupendo —dice, y busca las llaves del coche—. Vamos.

El dolor de estómago y la falta de aire fresco no son lo único que me incomoda cuando por fin me levanto para marcharme. Iver y Kenny son policías que han investigado un caso junto con la madre de una de las chicas desaparecidas. Deberían saber que con eso entran de lleno en una zona gris con respecto a lo que se podría considerar el trabajo normal de la policía. Aparte de que quieran ayudar a Milla a arreglar su pasado, no se me ocurre ni una buena razón por la que les pueda parecer bien que Milla quiera implicar también en este asunto a alguien como yo, con experiencia en la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales. Y cuanto más lo pienso mientras camino con Kenny hacia el ascensor, más seguro estoy de que debería despedirme y volver a casa ahora que aún puedo hacerlo.

Cicatrices

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