Читать книгу Cicatrices - Heine T. Bakkeid - Страница 28
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Оглавление—¿Qué tal ha ido? —Karin se levanta cuando regreso al despacho en el que me esperan ella y Kenny.
—Es un buen chico —respondo, y le indico a Kenny con un gesto que podemos marcharnos.
El sol se ha escondido y ha dado paso a una penumbra que crece y se abre camino contra los campos y las ramas de los árboles. Me detengo en medio del camino y miro la parada del autobús, donde André vio por última vez a Olivia y a Siv hace más de medio año.
—Salieron temprano ese día —comienzo a reconstruir los hechos cuando Kenny consigue alcanzarme—. Se subieron a un coche, se fueron a Ibiza y desde entonces nadie ha vuelto a saber nada de ellas. ¿Es esa la teoría de la que partimos?
—Sí —contesta Kenny.
—El día en que asesinaron a Robert —prosigo—, ¿hablaste con él?
—No. El día anterior.
—¿Qué te dijo?
—Quería que nos viéramos al día siguiente por la tarde en Tjøme, en casa de Milla.
—¿Por qué?
—Tal vez quería aparcar la teoría de Ibiza y que considerásemos otras posibilidades.
Asiento.
—En los casos de desaparición se trabaja sobre cuatro posibles escenarios, ¿no? Los que se marchan por su propia voluntad, los que se suicidan, los que han sufrido un accidente y los casos en los que se sospecha que la desaparición se debe a un acto delictivo.
—Supongo que no quieres hablar de accidentes o de suicidios justo ahora.
Kenny arruga la nariz y da patadas a la grava del suelo.
Niego con la cabeza.
—Un delito, entonces.
—Tú mismo lo has dicho: Robert quería aparcar la teoría de Ibiza. Y en cualquier delito hay uno o varios delincuentes. En casos como este podemos dividirlos en dos categorías...
—Joder, Thorkild. Ya me sé todo esto, ya sé...
—... o bien se trata de una persona desconocida —prosigo, haciendo caso omiso a las objeciones de Kenny—, o bien de alguien conocido o que la víctima había visto antes. En el caso de Olivia, esta definición también afecta a aquellas personas que conocían a su madre y sabían que Milla había contratado a Robert para encontrar a su hija.
—¿De verdad lo crees? —Está tan cerca que siento su respiración en las mejillas, pero no giro la cara—. ¿Te sigue poniendo tan cachondo cargarte la carrera de otros policías que piensas que Iver o yo podríamos...?
—Lo único que digo —protesto, y me doy la vuelta de modo que por fin estamos frente a frente— es que me parece que habéis decidido descartar todas las posibilidades salvo la de que las chicas se fueron a España por su propia voluntad, cuando lo único que sabemos es que salieron por la puerta de atrás, siguieron el camino en el que estamos ahora hasta ahí abajo —señalo la parada del autobús— y se subieron a un coche. No sabemos si conocían al conductor o si estaban haciendo dedo y las recogió una persona cualquiera. Pero sabemos que menos de un mes más tarde a Robert le pegaron un tiro en la nuca el mismo día en que llamó para hablar con todas las partes implicadas sobre un posible cambio de rumbo de la investigación.
—La muerte de Robert no tuvo nada que ver con esto.
Echo un último vistazo a la carretera y al arcén.
—No —digo con un suspiro, y me acerco al coche—. Es lo que me decís todos cada vez que pregunto.