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Fuera empieza a anochecer, se han encendido las farolas que junto con las luces de la ciudad tiñen el cielo de un azul blanquecino que se vuelve más suave y más profundo más arriba. El ambiente que reina en el coche es tan alegre como el de una sesión de mediación en una consulta de terapia familiar.

—¿De qué conoces a Milla? —le pregunto a Kenny cuando se detiene en un semáforo.

—Iver y yo fuimos los primeros en llegar al lugar de los hechos —responde Kenny, y tamborilea con los dedos en el volante mientras esperamos a que el semáforo cambie de color— cuando la violaron.

—¿Y después de eso?

—Volvimos a verla unos años después. Ya había empezado a escribir.

—¿Llegaste a conocer a su hija? Antes de que la entregara a los servicios sociales, me refiero.

Niega con la cabeza.

—¿Nunca?

—Nop. —Kenny acelera en cuanto se puede volver a circular—. Milla se fue a vivir a Oslo. No nos dijo que se había quedado embarazada y había tenido una hija hasta mucho tiempo después.

—¿Por qué no la ayudasteis vosotros mismos a buscar a su hija?

Me mira y sonríe.

—No nos está permitido.

—¿Os lo pidió?

—¿El qué?

—Que la ayudarais.

—Sí.

—Y en lugar de hacerlo vosotros, le presentasteis a un antiguo compañero que trabajaba de detective. Encontró a Olivia, se la señaló a Milla en el patio del colegio y entonces ella desapareció del mapa.

Kenny se agita incómodo en el asiento del conductor.

—Eso es.

A los policías no les gusta contestar preguntas: prefieren plantearlas ellos. Y Kenny no es una excepción.

—¿Cuándo supisteis que Robert la había encontrado?

—Unos días antes de que desapareciera.

—¿Y entonces? ¿Qué pasó?

—Trabajo en el servicio de orden público y en cuanto llegó el aviso de desaparición salimos a hablar con los jóvenes de Drammen.

—¿Descubristeis algo?

—Las chicas entraban y salían del ambiente de las drogas de Drammen, pero nadie sabía nada de ellas desde hacía tiempo.

—Vale. ¿Y conocías a Robert de antes?

—No en persona. Los dos trabajamos en Drammen en la misma época, pero Robert tenía un puesto más alto y estaba en otro departamento.

—O sea, que tú eres lo que podríamos llamar un soldado raso. —Pasamos por delante de una gasolinera donde un grupo de chicos jóvenes en vaqueros y camiseta están sentados en el capó de sus coches fumando y echando el humo a un cielo cada vez más frío y oscuro—. Los que hacen el trabajo sucio.

De nuevo, Kenny se agita en el asiento.

—Llámalo como quieras —gruñe.

—¿Por qué trabajas en el servicio de orden público?

—Me gusta estar en la calle, con la gente.

—Vamos, que, en otras palabras, no te importa el desarrollo profesional.

Kenny sonríe para sí.

—¿Tú no eras uno de los peces gordos hace tiempo? ¿Uno de los tipos de la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales, vestido de traje, con camisa de hilo y corbata que deambulaban por ahí haciéndonos la vida imposible a los demás?

—A vosotros no —replico, y le guiño un ojo. Ya hemos salido del centro de la ciudad. Los grupos de casas y las tiendas que nos rodeaban han dado paso a parcelas verdes y grises, campos recién sembrados salpicados de casitas—. Solo a los agentes malos. Las moscas en la sopa de la policía.

—Las moscas en la sopa de la policía. —Suelta una carcajada y pone las largas—. ¿Así nos llamabais?

—Dípteros o arañas —le respondo, y añado—: pero solo a los malos, como ya te he dicho.

Me mira de nuevo.

—¿Te gustaba? ¿Disfrutabas cuando te cargabas la carrera de tus compañeros? ¿Y cuando rebuscabas errores y negligencias en lugar de trabajar como policía?

—Me encantaba —respondo—. Cuando encontrábamos cualquier detalle que imputaros, por pequeño que fuera, lo celebrábamos por todo lo alto.

—Joder —suspira Kenny, cegado de nuevo por las luces de un camión que viene en sentido contrario—. Te pareces a Robert más de lo que te imaginas.

Cicatrices

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