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Karin nos vuelve a recibir en la puerta cuando aparcamos el coche frente a la entrada del centro.

—Hola, Kenny —lo saluda con una amplia sonrisa—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Aske quiere hablar con André —responde él, y vamos con Karin a su despacho.

—Ahora mismo está haciendo los deberes —nos dice—. Pero podemos ir a ver qué nos cuenta.

—Genial. —Kenny da vueltas a las llaves del coche entre los dedos—. Vamos.

—Yo solo —digo—. ¿Puedo hablar con él yo solo?

—Sí, claro. —Kenny mira a Karin—. ¿Karin? Yo no tengo inconveniente.

—No lo sé —responde Karin—. Cuando estuviste aquí no me quedó claro qué tienes que ver con todo esto.

—Aske es jefe de interrogatorios —interviene Kenny—. Nos está ayudando.

—Ah —dice Karin—. Bueno, en ese caso...

Kenny me guiña el ojo cuando Karin y yo salimos del despacho. Karin me conduce por un pasillo largo hasta una puerta con un letrero con un nombre en la pared. Llama con cuidado y la abre.

—¿André? —dice mientras asoma la cabeza—. Ha venido un señor. De la policía. Quiere hablar de Siv y Olivia. ¿Te parece bien?

Oigo que el chico balbucea una respuesta y después Karin se hace a un lado y me invita a pasar.

—Cuando acabéis puedes volver a mi despacho.

Entro en la habitación y me quedo en la puerta hasta que oigo cómo los pasos de Karin se alejan por el pasillo. Estoy en el típico cuarto de un chico. El chaval que está sentado al escritorio frente a una pila de libros tiene una media melena castaña, la cara estrecha y rasgos bonitos. Me da parcialmente la espalda, juega con un lápiz y hace como que lee uno de los libros.

—¿Qué asignatura es? —le pregunto desde la puerta.

—Mates —me responde sin moverse.

—Ah —digo, y echo un vistazo a mi alrededor—. ¿Por qué no tienes pósteres en las paredes? Alguna banda de rock, chicas en bikini, fórmulas matemáticas o cualquier otra cosa divertida.

Esboza una sonrisa tímida.

—No nos dejan.

—Vaya, pues mi habitación estaba llena de pósteres de cantantes, mujeres con grandes... —hago una pausa dramática antes de continuar— voces. Samantha Fox, Sabrina, Sandra... Creo que casi todas tenían un nombre que empezaba por S.

De nuevo me sonríe con timidez, solo un segundo.

—¿Las has oído cantar?

—No.

—Vaya, pues lo siento por ti. En serio. Es difícil encontrar... voces así de potentes.

Esta vez no consigue evitar sonreír de oreja a oreja.

—Sé quiénes son —dice, y asiente—. Mi padre me ha hablado de ellas.

—¿Y has visto las fotos de las que te hablo?

—No —responde, no muy convencido.

—Regalos del cielo —le digo—. Las voces, digo.

Me da la risa cuando por fin me mira. Después se vuelve de nuevo hacia el libro de mates, pero veo que sigue sonriendo.

—¿Eres policía?

—Antes lo era.

—¿Antes?

—Me echaron.

Nos miramos de nuevo. Esta vez el contacto dura un poco más que la vez anterior.

—¿Por qué?

—Maté a una mujer con el coche por conducir bajo los efectos de las drogas.

—¿Fuiste a la cárcel?

—Tres años y seis meses.

—¿Cómo era estar en la cárcel?

André por fin se ha olvidado del libro de mates y se ha dado la vuelta hacia mí.

—Un aburrimiento. Lo mismo todos los días.

—Igual que aquí —observa, y golpea la goma del lápiz con el dedo.

—Bueno —le digo, y apoyo la espalda contra la puerta—. A tu edad todo es aburrido.

—¿Qué te ha pasado en la cara?

Me señala con el lápiz la cicatriz que me llega del ojo a la boca.

—El accidente.

—¿Te dolió?

—No me acuerdo —respondo, y me siento en el borde de la cama.

—¿Quién era? —pregunta André, y me sigue con los ojos hasta que nuestras miradas vuelven a cruzarse—. ¿Quién era la mujer a la que mataste?

—Alguien a quien amaba.

—¿La echas de menos?

—Cada segundo que pasa.

André está inclinado hacia delante con los codos apoyados en los muslos y gira el lápiz entre los dedos. Su habitación me recuerda a otra, a la que yo tenía en la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales de Bergen. En una habitación como esta puedes oír tus propios pensamientos. Todo se reduce a nosotros dos, a una conversación particular, y lo demás se desvanece a nuestro alrededor. De repente me doy cuenta de lo mucho que he echado de menos esa estancia, esa parte de mí mismo.

—¿Las conocías bien? —le pregunto por fin, y me inclino hacia el borde de la cama.

—No muy bien —responde, y deja de juguetear con el lápiz un instante antes de proseguir—. Íbamos a la misma clase, pero...

—Pero los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, ¿verdad?

Suelta una carcajada nerviosa.

—Algo así.

—Cuéntame algo del día en que desaparecieron, desde tu punto de vista. ¿Qué hiciste ese día?

—Me levanté, desayuné y volví a la habitación. Ese día teníamos un examen.

Mientras habla, saco una libreta y empiezo a tomar notas.

—¿De qué asignatura?

—Mates.

—¿Siv y Olivia también tenían examen ese día?

—Sí. Pero..., pero a ellas les daba igual el colegio.

—¿Y qué les interesaba?

André se encoge de hombros.

—No lo sé.

—¿Los chicos?

—Claro.

—¿Alguno en especial?

—No creo.

—Vale. ¿Y qué pasó?

—Me gusta ir con tiempo al autobús. Los demás suelen bajar más tarde, justo antes de que llegue. Preparé la mochila y fui a la lavandería a buscar la ropa de deporte. Entonces las vi por la ventana.

—¿Dónde estaban?

—Ahí abajo —contesta, y señala con el dedo—, en la parada del bus. Ya habían bajado.

—¿Siv y Olivia solían llegar pronto al autobús?

—No, siempre llegaban las últimas —responde con una risotada—. Muchas veces las tenía que llevar al colegio alguien del centro porque lo perdían.

—Pero ese día salieron temprano.

—Sí.

—¿Recuerdas qué hacían ahí abajo?

—Estaban al lado de un coche. La puerta del copiloto estaba abierta y hablaban con el conductor. —Respira hondo y agarra fuerte el lápiz—. Entonces se subieron al coche, que arrancó y se fue.

—¿Qué tipo de coche era?

André respira más pesadamente y vuelve a juguetear con el lápiz.

—No sé mucho de coches.

—¿Recuerdas de qué color era?

—Negro.

—¿Puedes decirme algo más del coche?

—Parecía nuevo. Estaba muy limpio, además.

—¿Viste al conductor?

Niega con la cabeza.

—Pero ¿estás seguro de que eran Siv y Olivia?

—Sí.

—Tienes muy buena memoria, André —lo animo—. ¿Alguna de las dos se sentó delante?

—Sí. Olivia. Siv se sentó en la parte de atrás.

—¿El coche tenía cuatro puertas?

—Sí.

—¿Sabes distinguir un SUV de un coche familiar?

—Era un coche familiar.

—¿Estás seguro?

—Sí. La policía me enseñó fotos de distintos coches.

—Ya veo. —Sonrío—. ¿Qué hiciste cuando las viste marcharse en el coche?

—Acabé de preparar la mochila con la ropa de deporte y bajé al bus. Esa fue la última vez que las vi.

—¿No estabas preocupado?

—Muchas veces hacían dedo cuando no tenían dinero para el autobús.

—Vale. ¿Paso alguna otra cosa fuera de lo común esa mañana además de que salieran antes de lo normal?

André niega con la cabeza.

—¿Y la tarde anterior?

—Vimos una peli en la salita.

—¿Quiénes?

—Olivia, Siv y yo.

—¿Recuerdas si pasó algo especial?

—Nooo —dice, alargando la o.

—Lo que sea. Si piensas en esa tarde, ¿qué es lo primero que te viene a la cabeza?

—Olivia estaba de buen humor.

—¿Más de lo normal?

—Sí.

—¿En qué sentido?

—No, bueno... No lo sé. Por lo general era más puñetera. —Se encoge de hombros y añade—: Se reía.

—¿Por qué crees que estaba de tan buen humor?

—No lo sé —me responde.

—Gracias por tu ayuda, André. —Me vuelvo a guardar la libreta y el boli en el bolsillo de la chaqueta—. Por cierto, ¿dónde crees que están?

André se queda mirándome y da vueltas en la silla.

—Pues en España —dice por fin.

—¿En Ibiza?

Se encoge de hombros.

—¿Dónde si no?

Después se vuelve hacia el escritorio.

De camino al despacho de Karin pienso en lo bueno que es hablar con otras personas, hablar sobre otras personas, descansar de uno mismo. Cuando todavía estaba casado con Ann-Mari, también fue mi cura durante su enfermedad. Los interrogatorios se convirtieron en un lugar al que podía escaparme tras una agotadora noche en casa o después de pasarme varios días con ella en el hospital. Los tumores del útero de mi mujer desaparecían cuando cerraba la puerta de la sala de interrogatorios. Cuando los médicos le dijeron que nunca sería madre, después de la operación y del divorcio, me fui a Estados Unidos para alejarme aún más, y, cuando por fin regresé, nuestra habitación se había convertido en una cárcel.

Cuando llego a la puerta del despacho de Karin ya he decidido que ayudar a Milla a buscar a Siv y a Olivia puede ser mi salvación, al menos durante un rato.

—Todo el mundo necesita una vía de escape —murmuro para mis adentros, agarro el pomo de la puerta, la abro y entro.

Cicatrices

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