Читать книгу Cicatrices - Heine T. Bakkeid - Страница 29

21

Оглавление

Media hora más tarde aparcamos delante de la casa de Iver, una residencia bifamiliar de dos pisos situada al sudoeste de Drammen. Allí nos esperan Milla e Iver. Kenny entra en la vivienda y se quita los zapatos en el recibidor. Hago lo propio.

En la cocina están Iver, con la espalda apoyada en el frigorífico, y Milla, sentada a la mesa. Ambos nos miran impacientes cuando entramos.

—Thorkild quiere decir algo.

Kenny se sienta en una de las sillas que están frente a Milla.

—¿Sí? —Iver me mira con curiosidad—. ¿Habéis descubierto algo? ¿Algo útil?

—Las chicas habían planeado fugarse —respondo, y me siento también a la mesa. Iver se queda de pie junto al frigorífico—. Esa parte os la compro. O bien estaban esperando ese coche, o bien hicieron dedo, pero no pensaban ir a clase ese día, creo que de eso podemos estar seguros. El chaval con el que hablé me dijo que Olivia estaba de buen humor la noche anterior, de mejor humor que de costumbre. Eso también encaja con el escenario que habéis planteado vosotros, pero... —añado.

—Pero... —pregunta Milla, tensa, mientras me agarra fuerte la mano.

—Si hicieron dedo, ¿dónde está el conductor que las recogió? ¿Por qué no ha dicho nada? Tenemos que valorar todas las posibilidades, y eso incluye la de que esa persona en cuestión sea el motivo por el que desaparecieron. Estaríamos hablando, pues, de un secuestro que en el peor de los casos acaba en asesinato. Otra cosa que es segura es que habéis investigado desde el extremo equivocado.

—¿Cómo? —me interrumpe Iver y cruza los brazos sobre el pecho. Su tono de voz se vuelve más grave y autoritario—. ¿Qué quieres decir?

—Todas las huellas van a morir a la parada de autobús. Es cierto que llegaron hasta Ibiza una vez, pero habéis tomado una suposición como punto de partida y esa no es la mejor manera de hacer las cosas.

—No empezamos por Ibiza —se defiende Iver, y golpea nervioso el suelo con un pie—. Seguimos las pistas y esa posibilidad es la que nos pareció más plausible.

—Robert dijo lo mismo cuando volvimos a casa —interviene Milla—. Que iba siendo hora de buscar otras alternativas. Creo que por eso quería que nos reuniéramos el día en que murió. Para empezar de cero.

—¿Os contó por qué? —pregunto.

—No —responde, y me aprieta la mano—. No le dio tiempo.

—Creo que Robert sabía algo —expongo—. Siv y Olivia se habían llevado cosas para muy poco tiempo, una excursión de un día o, en cualquier caso, un viaje del que pensaban volver. Y esto choca con la teoría de que se fueron a Ibiza para quedarse allí para siempre.

—¿Y qué propones que hagamos? —pregunta Kenny, quien hasta ahora había seguido la conversación sin decir nada—. ¿Cuál es el plan?

—Quiero tirar del hilo, pensar en la posibilidad de que esto no estuviera planeado. Para saber dónde están ahora, tenemos que descubrir adónde se dirigían, qué cambió y, por último, si ese cambio fue voluntario o si se debió a causas ajenas a ellas.

Iver asiente con la mirada hacia al suelo y después vuelve la vista hacia Milla.

—¿Qué os parece si nos vemos mañana después del trabajo y hablamos de qué podemos hacer a partir de ahora?

—¿Venís a mi apartamento de Oslo? —pregunta Milla—. Mañana tengo una reunión con mi editorial y no me veo capaz de volver a Tjøme esta noche.

Iver vuelve a asentir.

—Tenemos un plan, ¿no?

—Muy bien —zanjo, y me pongo de pie—. Vamos.

Cuando volví a Noruega hace algo más de cuatro años, después de pasar un tiempo con el doctor Ohlenborg interrogando a policías que han cometido delitos y cumplen condena en las cárceles estadounidenses, estaba destrozado, pienso mientras Milla y yo nos calzamos y nos ponemos el abrigo en el recibidor, completamente roto, tanto física como mentalmente. Es importante que ahora que siento que mi cerebro de policía se está despertando no olvide lo que sucedió cuando regresé, lo que me ocurre cuando me implico demasiado en un caso y las consecuencias que todo eso puede acarrearnos a mí y a quienes me rodean.

Cicatrices

Подняться наверх