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Los que trabajan con sus brazos

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Desde 1822 se puede observar en el pensamiento sansimoniano la aparición más decidida de la masa del pueblo como objeto de consideración.23 Señala en Del sistema industrial:

El objetivo directo de mi empresa es mejorar lo más posible la suerte de la clase que no tiene otros medios de existencia que el trabajo de sus brazos; mi meta es mejorar la suerte de esta clase, no solamente en Francia, sino en Inglaterra, en Bélgica, en Portugal, en España, en Italia, en el resto de Europa y en el mundo entero. Esta clase, a pesar de los inmensos progresos que realizó la civilización (desde la liberación de las comunas), es aún la más numerosa en los países civilizados; forma la mayoría en una proporción más o menos grande en todas las naciones del globo. Así, de ella debieran ocuparse los gobernantes principalmente pero, al contrario, sus intereses son los más descuidados por los gobiernos. La ven como esencialmente gobernable y útil para pagar impuestos, y el único cuidado importante que toman con respecto a ella es el de mantenerla en la obediencia más pasiva. (O.C., III: 2495-2496)

Como vemos, si bien Saint-Simon se ubicaba a la derecha de los liberales porque prefería una alianza estratégica con los Borbones, se encontraba a la izquierda en su preocupación por la masa del pueblo, cuestión en la que los liberales, en todas las épocas, fueron completamente insensibles. Los gobernantes debieran ocuparse de esa masa (“principalmente”, subraya), pero sólo la tienen en cuenta para recaudar más y para impedir sus rebeliones.

El segundo volumen de esa misma obra, Del sistema industrial, termina con una “Carta a los obreros”,24 seguramente uno de los primeros textos en Francia donde se le habla a quienes realizan el trabajo con sus brazos, aunque ya estaba anticipada en una de las partes de las Cartas de un habitante de Ginebra, donde Saint-Simon se dirigía a los “no propietarios”. En esta nueva carta de 1822, el autor “invita” a los obreros a dirigirse a “los jefes de las principales casas de cultura, de fabricación y de comercio” con una serie de propuestas que no son más que las ideas de Saint-Simon, expresadas en beneficio de la clase más numerosa. Para ello propone una serie de grandes obras públicas:

Se puede duplicar, en menos de diez años, el valor del territorio de Francia. Para ello, habría que desbrozar las tierras incultas, secar aquellas que sean pantanosas, trazar nuevas rutas, mejorar aquellas que existen, construir todos los puentes necesarios para abreviar los transportes y hacer todos los canales que puedan ser útiles a la navegación o al riego. (O.C., III: 2629)

Estas obras públicas, según Saint-Simon, no solamente darían trabajo a los desocupados estacionales del campo sino que acrecentarían las riquezas generales del país, permitiendo el abaratamiento de los costos de transporte y, consecuentemente, de los precios de las mercancías. Pero no solamente aparecen consideraciones económicas en esta especie de anticipación del keynesianismo, sino también observaciones políticas. Sigue poniendo sus palabras en boca de los obreros:

Es nuestra clase, señores, la que soporta directamente los inconvenientes de la mala administración actual. Ella paga los impuestos en gran parte y no recibe ningún pago. Ella sola experimenta la falta de beneficios […] Estos inconvenientes, señores, los soportamos más directa y fuertemente nosotros los obreros que ustedes, que son ricos y capaces, y el resultado es, para la mayoría de nosotros, un sufrimiento en cuanto a las primeras necesidades de la vida. Es por ello que debemos tomar la iniciativa para indicar el medio de poner un fin a nuestras miserias, que cesarán evidentemente en el instante en que los asuntos públicos sean administrados convenientemente. (O.C., III: 2631)

Adjudicarle a la “mala administración” la miseria del pueblo no es más que un recurso, en el que Saint-Simon se mimetiza con la voz respetuosa que imagina en los obreros. Como ya hemos visto, las transformaciones económicas y sociales que proyecta para Francia y para Europa van mucho más allá de lo que hoy podríamos llamar la administración del país. También es importante esa amenaza velada que cualquier gobernante o capitalista puede leer entre líneas: los obreros “deben tomar la iniciativa” en la resolución de los inconvenientes, porque son quienes más sufren en carne propia los desequilibrios del actual sistema. Obviamente no estamos ni tan siquiera, todavía, en una reivindicación del papel político que le puede caber a los obreros en esa transformación, pero los temas en la sociedad muchas veces no entran por la puerta sino por la ventana. Aquí los obreros entran no como una masa pasiva e inculta, sino como el objeto de la política propugnada, ellos no tienen en sus manos todavía las riendas del Estado pero la política está pensada en su beneficio. Habrá varias modificaciones tanto en la doctrina sansimoniana como en la política francesa hasta que los obreros empiecen a ser tenidos en cuenta como sujetos, y quizá no todavía sujetos de su propia política. Esa deriva paulatina y discreta es la que nos interesa ir describiendo en este trabajo.25

Con el Catecismo de los industriales,26 llegamos en cierta manera a la obra de mayor desarrollo de Saint-Simon, donde vuelve a exponer todo el sistema concebido en los últimos veinte años y realiza algunas precisiones que serán cruciales para su herencia ideológica. Lejos de la revolución y la revuelta, su propuesta es pacífica y reformadora, pero anticipa que no habrá tranquilidad pública mientras los industriales no se hagan cargo del poder y administren la sociedad según las necesidades de la producción, estableciendo además un Estado barato (Saint-Simon, 1985 [1824]: 38-39). Francia es “una nación esencialmente industrial, cuyo gobierno es esencialmente feudal”. Con los industriales en el poder, se pasará “del sistema feudal al sistema industrial, del sistema gubernamental al sistema administrativo” (pp. 49, 68). Esta frase fue retomada por Engels (1970 [1878]: 293), aunque sin mencionar su origen: “El gobierno de las personas es sustituido por la administración de las cosas y la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido», muere”. El “gobierno” en esa frase de Saint-Simon es entendido como un ordenamiento que debe reprimir en algún sentido las fricciones o las luchas entre las diferentes clases sociales. La “administración de las cosas” sobrevendrá cuando los gobiernos sólo se dediquen a una contabilidad de la producción, autorregulada y desarrollada según sus propios parámetros. Como se ve, el eje se ha desplazado de lo estatal a lo social (Ansart, 1972b: 76), lo cual implica también preocuparse más por los procesos sociales que por los regímenes políticos que ejercen el gobierno. Esta visión no solamente contrasta con el liberalismo, preocupado centralmente por el pacto político que hace posible el sostenimiento de la actividad económica, sino también tiende un puente hacia el socialismo que entiende que diferentes tipos de gobierno pueden prohijar similares condiciones de desarrollo económico. Por otra parte, se vincula con el claro desinterés que exhibieron las diferentes corrientes del socialismo originario (salvo algunas excepciones) por las formas republicanas que podía adoptar el régimen político, al menos hasta la Comuna de París.

La responsabilidad, según Saint-Simon, de que el Estado de su época mantenga características feudales mientras la industria se convierte en la principal fuerza productiva recae en los legistas y los metafísicos, que se apropiaron del poder durante la Revolución. Esta distinción, ya planteada en Del sistema industrial, establece una nueva categorización de clases (con lo cual se observa que ya ha superado las viejas dicotomías simples de propietarios y no propietarios, o productores y ociosos). Por encima de todos se encuentran los nobles y el clero (en rigor, una sola clase con dos funciones), sectores en vías de extinción, que reinaron durante siglos y cuyo poder fue destruido en la revolución de 1789. Por debajo de ellos se encuentran los industriales, o productores, que, como ya dijimos, son todos los que realizan cosas útiles para la sociedad: fabricantes, agricultores, artesanos, científicos, obreros. Pero como una capa intermedia entre nobles e industriales se encuentran dos grupos, que se han adueñado del poder en el transcurso de la Revolución: legistas y metafísicos. Ambos grupos nacieron al calor del ascenso de los industriales: los primeros los defendían ante los juzgados y elaboraron las leyes y las doctrinas para el ejercicio del poder,27 los segundos plantearon las bases filosóficas y teóricas para el advenimiento de la nueva sociedad. Ambos grupos desarrollaron una acción centralmente crítica, no constructiva: debían destruir la sociedad que moría y tuvieron una función central en la transformación social. Por el natural desinterés del industrial en asumir responsabilidades en el Estado, legistas y metafísicos ocuparon los puestos gubernamentales, obstaculizando el desarrollo de un Estado plenamente industrial. A estos dos grupos intermedios, legistas y metafísicos, Saint-Simon los llama “burgueses”. Así, la burguesía, encaramada en el poder, se opondría a todos los productores y no sería la expresión política de esta última clase. Esta distinción, que será superada después de 1830 por los sansimonianos, es clave para entender el esquema de clases y la concepción del Estado de Saint-Simon, como veremos más adelante.

Antes de la Revolución, la nación estaba dividida en tres clases: los nobles, los burgueses y los industriales. Los nobles gobernaban, los burgueses y los industriales les pagaban. Hoy en día, la nación tan sólo está dividida en dos clases. Los burgueses, que hicieron la Revolución y que la dirigieron en su interés, anularon el privilegio exclusivo de los nobles a explotar la riqueza pública. Lograron ser admitidos en la clase de los gobernantes, de manera que hoy los industriales son los que tienen que pagar a nobles y burgueses. (Saint-Simon, 1985 [1824]: 39)

Esa burguesía, conformada también por los militares de baja graduación, por los rentistas, por los propietarios de tierras especuladores o ausentistas, conforma entonces una clase intermedia y transitoria, en la medida en que las transformaciones del país deben devolver el poder a quienes hicieron la Revolución: los productores. “Desde luego, los burgueses han hecho servicios a los industriales; pero, hoy en día, la clase burguesa gravita, con la clase noble, sobre la clase industrial” (Saint-Simon, 1985 [1824]: 51).

En cuanto a los industriales, como ya lo venía planteando desde sus primeras obras, incluía también a científicos y artesanos, y tanto a los dueños de los establecimientos como a los obreros. Todos ellos eran llamados “productores”. Saint-Simon no establece un corte entre patrones y obreros, para él todos tienen el mismo interés en el desarrollo de la producción. La grieta principal la ve entre las clases que detentaban el poder en el antiguo régimen junto a los “burgueses” que se adueñaron del Estado, por un lado, y los productores, por el otro. En cierta manera está reflejando el incipiente desarrollo de la clase obrera en el capitalismo europeo en general y en Francia en particular. Está muy atento al desarrollo del proletariado en Inglaterra y ya parece observar los roces entre patrones y asalariados, pero augura que Francia no seguirá ese camino y por eso implantará antes que los británicos el “régimen industrial”.

La tranquilidad pública no se establecerá sólidamente en tanto no se dé a la sociedad una base de moral positiva: los jefes de los trabajos industriales son los protectores natos de la clase obrera; mientras los fabricantes se aíslen de los obreros, mientras no utilicen aquéllos un lenguaje político que pueda ser entendido por éstos, la opinión de esta clase, muy numerosa y todavía muy ignorante, no hallándose guiada por sus jefes naturales, siempre podrá dejarse seducir por los intrigantes, quienes querrán realizar revoluciones para adueñarse del poder. Si los obreros destruyen los telares en Inglaterra, se debe a que los fabricantes cuentan con la fuerza armada para contenerlos, y no se ocupan para nada de poner freno a sus pasiones violentas, mediante el conocimiento de sus verdaderos intereses […] Francia, tal y como lo hemos dicho en este cuaderno, está destinada a entrar abiertamente en el régimen industrial antes que Inglaterra, porque los jefes de los trabajos industriales harán cuerpo, en opinión política, con los obreros, antes de que los industriales importantes de Inglaterra hayan dejado de formar con los lores una liga que tiende a mantener la subordinación de los obreros, más por la fuerza que mediante los principios de una moral positiva. (Saint-Simon, 1985 [1824]: 116-117; también en O.C., IV: 2969-2970)

Obviamente, confía en que una ideología industrialista logrará que los patrones hagan causa común con sus trabajadores, lo cual evitaría no sólo el ludismo que se observó en Inglaterra sino también la tendencia a la insurrección que, de todas formas, fue una constante en Francia hasta bien entrado el siglo XIX. Para Saint-Simon, desarrollar un régimen que beneficie a los productores y expulse del Estado a todos los que mantienen los restos del régimen feudal es la única garantía para lograr la tranquilidad pública y establecer una alianza social que todavía no había alcanzado zonas de grandes conflictos pero donde se vislumbraban amenazas concretas.

Si bien esta división en clases implica una concepción del Estado que analizaremos más adelante, no podemos dejar de observar que ese antagonismo entre “burgueses” y “productores” va a deslizarse en los próximos años hasta adoptar la forma que tuvo en el socialismo de mediados del siglo XIX. Si para Saint-Simon esa expresión implicaba una lucha entre legistas e industriales, los futuros protagonistas políticos van a transformar esos términos en la lucha entre burgueses y proletarios, y éstos van a heredar el significado integral de la palabra “productores”, ya que se le quitó al capital la capacidad concreta de transformar la realidad y producir mercancías. ¿Se trata de un “error” de Saint-Simon? En primer lugar, él busca distinguir a la burguesía (los industriales) de aquellos que dirigen el Estado, a los que llama burgueses, pues si no estableciera esa distinción no podría encontrar una clase social en la cual apoyarse para plantear una transformación social. Por otra parte, está navegando sobre las vacilaciones propias de la palabra “burguesía”, todavía llamada a menudo “clases medias”, y sobre un cierto matiz peyorativo de esa palabra, que la clase dominante no quiere asumir.

Saint-Simon es el primero en afirmar que los partidos políticos representan intereses de clases sociales distintas. En su crítica al liberalismo, afirma:

La palabra liberalismo designa un orden de sentimientos; no señala una clase de intereses; de donde resulta que dicha designación es vaga y, por consiguiente, viciosa. (Saint-Simon, 1985 [1824]: 112)

La vaguedad servirá para seducir a los electores y realizar luego una política que beneficie a los que detentan el poder. Pero lo que debería hacer un partido, afirma, es exponer claramente qué intereses representa y cuáles son sus objetivos políticos. Saint-Simon reclama aquí que exista un partido de clase, algo que está muy lejos de las intenciones de los liberales. Los líderes del partido liberal, acusa, han sido primero patriotas (es decir, jacobinos) y luego bonapartistas. Ahora rechazan esos dos regímenes y niegan su pasado político, pero estarán dispuestos a dar golpes de mano a la primera oportunidad. El grueso de los que apoyan al partido liberal quieren una política pacífica, pero los líderes no son sinceros en sus planteos. Por eso, “ha llegado el momento de que las dos clases que integran el partido llamado liberal se separen” (Saint-Simon, 1985 [1824]: 113). La ilusión de Saint-Simon era que la clase de los industriales adoptara sus ideas y se hiciera cargo de la conducción del país con un programa en su propio beneficio. Pero, cuanto más claramente hablaba, menos apoyo recogía entre los industriales a los que interpelaba. Paulatinamente el llamado a respetar los “intereses” de la clase que buscaba una política “pacífica” se fue recostando en otros sectores no ligados al poder, lejos de la amalgama de patrones y obreros que soñaba el creador de la doctrina.

La publicación del Catecismo de los industriales implicó, además, dos procesos paralelos y divergentes: la ruptura con Auguste Comte28 y el surgimiento de un grupo de jóvenes discípulos que dieron continuidad histórica a las ideas del maestro y dieron origen, en su seno, al socialismo, incluida la palabra que lo nombra. Antes de analizar las derivas de este último grupo, que es donde se procesó de manera contradictoria la evolución hacia el socialismo, haremos una evaluación de las ideas de Saint-Simon.

De Saint-Simon a Marx

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