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La Restauración
ОглавлениеEn 1814, apenas caído Napoleón, publica De la reorganización de la sociedad europea, escrita junto con su secretario, Augustin Thierry, a quien llama “su alumno” en la portada de la obra. Thierry apenas tiene diecinueve años, Saint-Simon lo nombrará al año siguiente como “hijo adoptivo” y se mantendrá al lado de su maestro hasta 1817.
El título ya alude a esa “organización social” que se buscaba en las Cartas… de 1802, pero si esa reorganización podía antes ser entendida como relativa a Suiza o, elípticamente, a Francia, ahora es claramente Europa el objeto de preocupación. Saint-Simon, en la primera obra suya que recibe cierta repercusión, propone la unidad de Europa en un solo cuerpo político, conservando cada país su independencia nacional.7 La unidad europea debe comenzar por Francia e Inglaterra, los países más cultos y donde más se ha desarrollado el parlamentarismo (y lo dice después de veinte años de guerra entre ambas naciones). Pero el reparto de poder entre los dos países debe ser dos tercios para Inglaterra y un tercio para Francia, porque la primera hace un sacrificio para unirse, mientras que Francia no saca más que ventajas (Saint-Simon, 1925 [1814]: 58-59). Alemania es el tercer gran Estado de Europa, pero debe lograr primero su unidad nacional para poder estar a la altura de la unidad europea. El resto de los países podrán adscribirse a la unión general en cuanto gane fuerza el parlamentarismo. Esta es la única manera de apoyar “los principios liberales” (p. 12).
En tanto esta unidad se realizará bajo el régimen de monarquía constitucional, contar con una dinastía europea es algo difícil de predecir. Saint-Simon anuncia que especificará en otra obra la manera de elegir un rey para toda Europa. Esa obra nunca será escrita.
Más interesante que las propuestas de detalle son algunas consideraciones generales que actúan como sostén de su texto y que reaparecerán en sus obras posteriores. El siglo XVI fue teológico, el siglo XVII creó las bellas artes, el siglo XVIII fue filosófico y criticó los prejuicios basados en la religión. ¿Cómo debe ser el siglo que se abre? “La filosofía del siglo pasado fue revolucionaria, la del XIX debe ser organizadora” (Saint-Simon, 1925 [1814]: 4). Se abre una época de reflexión sobre los sistemas políticos y los regímenes de gobierno.
En un claro rechazo a las ideas contractualistas de la política, afirma que la unidad de Europa no se producirá por un pacto sino por encontrar un objetivo común, como Europa lo tuvo en las Cruzadas.8
Querer que Europa esté en paz por tratados y congresos es como querer que un cuerpo social subsista por convenciones y acuerdos: en los dos casos falta una fuerza coactiva que una las voluntades, concierte los movimientos, vuelva los intereses comunes y los compromisos sólidos. (Saint-Simon, 1925 [1814]: 20)
Ante la hipótesis de una posible unidad formal, le opone una intención de unidad real, basada no en un papel escrito que rápidamente puede convertirse en letra muerta sino en un objetivo común, en una voluntad de trabajo en una dirección determinada, que Saint-Simon no encuentra en los planteos del liberalismo. Además aparece aquí, quizá por primera vez en Saint-Simon, una perspectiva internacionalista que se va a acentuar posteriormente. El impulso inicial de la Revolución Francesa fue convertirse en una ola que transformara a Europa y al mundo: la idea de libertad tenía que saltarse las fronteras nacionales convocando a los pueblos a apoyar la misma lucha que emprendían los franceses. Napoleón, llevando el Código Civil y liberando a las minorías oprimidas en los países invadidos, consumaba el impulso internacionalista por otras vías. En cuanto el poder de la burguesía se consolidó en Francia y en los demás países, el internacionalismo burgués se empezó a transformar en internacionalismo proletario (Hobsbawm, 1998). Saint-Simon le da una expresión concreta con su propuesta de unidad europea.
Entre 1816 y 1818 Saint-Simon publica L’Industrie, revista colectiva que desde el segundo volumen es enteramente escrita por él.9 El lema de la publicación es “Todo gracias a la industria, todo para ella”. La preocupación por la producción está exhibida ya desde el título, pero en ningún sentido será una revista de fomento a las actividades industriales, sino que implicará una reflexión sobre la producción y el papel que le cabe en el ordenamiento social. Si “todo” proviene de la industria, los industriales (palabra que acuña Saint-Simon en este momento, alternando industriel, industrial, con industrieux, industrioso) deben convertirse en los ejecutores de la “buena política” para Francia.10 Todos los esfuerzos sociales deben volcarse a promover y permitir el trabajo de aquellos que producen objetos útiles para la sociedad. Obviamente, no se refiere solamente a los “dueños de fábricas”, incluso afirma que en Francia los mayores industriales son los que se dedican a la agricultura, pues ésta es “infinitamente más importante que todas las otras ramas de la industria” (O.C., II: 1612). También los sabios y los artistas producen “cosas” necesarias para la vida. Pero quedan descartados del mundo industrial los nobles y el clero, además de quienes viven del mundo político y estatal, caracterizados como temporalmente necesarios pero estratégicamente improductivos.
Saint-Simon escribe desde el liberalismo, las ideas avanzadas del momento, pero ya plantea sus primeras diferencias.11 El liberalismo ha hecho una gran tarea: destruyó las instituciones feudales, combatió las supersticiones religiosas y le permitió al pueblo bajo tomar parte en los destinos del país. Pero el liberalismo tenía dos tareas y, si bien cumplió acabadamente la primera, no tiene todavía esbozada la segunda, que es organizar la sociedad, darle una perspectiva, un objetivo común que encamine al orden social en la vía del progreso. En ese sentido, el liberalismo “ha hecho poco, casi nada” (O.C., II: 1494). La primera tarea del liberalismo era criticar, destruir la parte nociva de su época, mientras que la segunda es constructiva, organizadora. Esto también puede ser aplicado a las épocas históricas en su totalidad, y los discípulos sansimonianos retomarán la terminología clasificando la historia en épocas críticas y épocas orgánicas. El liberalismo no encuentra el camino, según Saint-Simon, para hacer del siglo XIX un siglo orgánico, constructivo, organizativo. Ha sabido destruir los obstáculos al progreso que implicaba el antiguo régimen, pero no puede visualizar un principio general que le permita lograr que la sociedad que se inauguró con esa gran destrucción que fue la Revolución Francesa se transforme en una sociedad organizada alrededor de lo más propio y lo más característico del mundo actual: la industria.
¿Cuál debería ser el “principio general” de la política? Saint-Simon busca un elemento que permita actuar como principio ordenador, un concepto a partir del cual se puedan organizar y clasificar todos los otros principios de la política y que, eventualmente, pueda convertirse en un precepto una vez que haya sido aceptado por la ciencia y haya resistido la prueba de los hechos. La “economía política” de Adam Smith y Jean-Baptiste Say parece otorgar cierto basamento, pero el economista francés, a quien Saint-Simon trata frecuentemente, suscriptor de su publicación y en el auge de su fama, plantea que entre la “economía política” y la “política” hay una diferencia sustancial. El estudio de las riquezas, señala Say, es totalmente independiente de las tareas de la política, aun cuando la política incida en las fortunas. Pero también la política puede incidir en la instrucción del pueblo, y sin embargo no hay que confundir la política con la educación.
Saint-Simon no coincide con esta apreciación. La economía fue, desde los mercantilistas y los fisiócratas, una simple auxiliar de los gobiernos. Con el crecimiento de la industria y las transformaciones del siglo XVIII, la economía política ha crecido y ahora no hay que separarla o independizarla de la política, sino que debe ser el basamento y el principio general que sirva para organizar la sociedad.
La producción de cosas útiles es el único objetivo razonable y positivo que las sociedades puedan proponerse y, consecuentemente, el principio respeto a la producción y a los productores es infinitamente más fecundo que éste: respeto a la propiedad y a los propietarios. (O.C., II: 1497; subrayado en el original)
En esta frase Saint-Simon está diciendo, con otras palabras, que las fuerzas productivas (la producción) están entrando (o pueden entrar) en contradicción con las relaciones de producción (propiedad), y que todo acto de gobierno debería privilegiar a las primeras sobre las segundas. La idea de que las fuerzas productivas son una potencia que pugna por romper el corsé que implican las relaciones legales de propiedad, que Marx y Engels desarrollarán desde el Manifiesto comunista (2008 [1848]: 31-32), aquí está solo sugerida, pero indica claramente que, si se opta por la producción, se abre la posibilidad de violentar en algunos casos el principio de propiedad en beneficio del conjunto de la población (los productores). La puerta se va abriendo para una crítica del liberalismo y la aparición de otra ideología, que por ahora solo se vislumbra como posibilidad.
Las guerras (características del régimen liderado por la nobleza) y la religión (el clero) son fenómenos propios de la sociedad feudal, que ha sido barrida por la Revolución Francesa, afirma Saint-Simon. El nuevo siglo debe preocuparse definitivamente por producir “cosas útiles” y solamente por ello. Intentar el dominio por la fuerza de otro pueblo no hace más que disminuir la capacidad del dominador para producir cosas útiles en su propio suelo, señala, y, aunque no lo haga explícito, está resonando aquí el drama de la burguesía francesa por la pesada carga que significaron las últimas campañas de Napoleón, que la llevaron a quitarle el apoyo en 1814.
La política es, entonces, para resumirlo en dos palabras, la ciencia de la producción, es decir, la ciencia que tiene por objeto el orden de cosas más favorable a todo tipo de producción. (O.C., II: 1498; subrayado en el original)
La economía en el centro de la política es una noción que desarrollará de manera particular el marxismo. Incluso Engels (1946 [1880]: 64) destaca la frase que acabamos de citar, que anticipa el papel que el marxismo le otorgará a la producción. Pero consecuentemente es un punto de separación con respecto al liberalismo, que de manera insistente opacará la relación entre su pensamiento y las clases sociales, así como la relación entre la economía y la política. Durante todo el siglo XIX los gobiernos tendrán una clara tendencia a desentenderse de los problemas económicos y lo que prevalecerá será una política “antiintervencionista” en la materia. Deberá llegarse a la Revolución Rusa de 1917 para que los liberales se convenzan de que algo hay que planificar, a imitación de la república soviética, para evitar los peores efectos del laissez-faire liberal.