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Prólogo para marxistas

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La investigación que aquí presentamos trata de analizar cómo se fue conformando la ideología socialista en Francia desde sus pasos iniciales en los primeros años del siglo XIX, hasta que Marx y Engels recogieron la cosecha de todo lo que había sido sembrado en los treinta años previos. No es el intento de hallar en los orígenes del socialismo la pieza de oro, el engranaje faltante, el concepto central que Marx dejó de lado, y que a partir de allí lo llevó a construir una teoría, en algún sentido, unilateral, parcial o abstracta. No es nuestra intención aquí reivindicar políticamente el socialismo anterior a Marx para enmendar un supuesto marxismo incompleto, sino justificar históricamente el movimiento a través del cual una serie de conceptos del socialismo se fueron conformando y consolidando a través de tres generaciones anteriores a Marx y Engels. Los dos teóricos alemanes ya encontraron esas nociones instaladas como el lenguaje común y habitual del socialismo de su época, y por eso no pudieron o no quisieron discutirlas, pues eran ideas tan difundidas y arraigadas en su momento que sólo se podían visualizar una vez que desaparecieran del horizonte de conocimiento de su siglo. Se trata de nociones que imperceptiblemente se integraron a un cuerpo de ideas, el socialismo maduro de la segunda mitad del siglo XIX, que se nos presenta como original y autogenerado y, sin dudas, como mucho más sólido y coherente que todas las conformaciones ideológicas anteriores. Pero ese socialismo de los orígenes inscribió en su seno una serie de conceptos clave que subyacían al pensamiento político del movimiento proletario de la época y que pasaron a formar parte, con mayor o menor grado de conciencia, del ideario del marxismo de los próximos dos siglos. Al revés, si de algo puede servir este libro, a mi modo de ver, es para que los socialistas reconozcamos más claramente todo aquello que le debemos a los ideólogos anteriores a Marx y Engels, pues también somos eso, y no parece que haya sido planteado con la suficiente claridad.

Esta investigación, que inicié hace veinte años, significó para mí una gran sorpresa. Interesado inicialmente en saber cómo se habían desarrollado las formas organizativas del socialismo y del movimiento obrero antes de la forma partido centralizado que consagró el leninismo, descubrí un mundo de ideas al que yo creía conocer, pero que en rigor no se parecía en nada a lo que podía suponer por mis lecturas previas. Los marxistas interesados en la historia del socialismo sabemos que “Owen, Fourier y Saint-Simon” (con comillas, porque están siempre juntos) son los tres “socialistas utópicos” que precedieron a Marx y a Engels, con ensoñaciones morales y proyectos irrealizables, cuyo único valor fueron sus buenas intenciones. Pero la enorme mayoría de esos marxistas (entre los cuales yo me incluía) jamás ha leído una sola línea de esos tres pensadores. En general parece suficiente con las referencias de Lenin o de Engels, que nos tranquilizan en nuestra ignorancia ya que ese momento pertenecería a la “infancia” del socialismo, y ya se sabe que a los niños no hay que prestarles mucha atención.

Se transformó en un clásico la referencia de Lenin, en su artículo “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”, de 1913, donde identifica que el aspecto filosófico del marxismo es una herencia de la filosofía clásica alemana de Kant y Hegel; los planteos económicos nacen con la economía política inglesa de Adam Smith y David Ricardo, y los aspectos políticos son tomados del socialismo francés, del cual no da mayores precisiones. En rigor, lo que dice no exhibe un conocimiento profundo de esos orígenes:

Este socialismo rudimentario era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, fantaseaba acerca de un régimen mejor, quería convencer a los ricos de la inmoralidad de la explotación. Pero el socialismo utópico no podía señalar una salida real. (Lenin, 1946 [1913], I: 10)

El lenguaje utilizado no deja lugar a dudas: eran unos niños malcriados, que “condenaban” y “maldecían”, gritaban por su impotencia, eran soñadores, pues no pensaban en la sociedad concreta que tenían ante sus ojos, tenían “fantasías” y, por añadidura, sólo querían convencer a los ricos para hacer un mundo mejor. Todo esto son verdades a medias, lo cual implica que son falsedades completas. ¿Sólo se encuentran fantasías, propuestas morales, quimeras, buenas intenciones? ¿Y quién “maldecía”? ¿Cómo de esa mezcla pudo nacer el socialismo maduro? ¿Acaso la teoría de Marx es la suma de Hegel y Ricardo más buenas intenciones? En nuestra lectura, el socialismo originario fue un lento y penoso trabajo de elaboración teórica y práctica, que implicó a por lo menos tres generaciones de militantes, generaciones que no tenían claridad acerca de cuál era su objetivo: actuaron a partir de la realidad que veían ante sus ojos, y los conceptos y las organizaciones que crearon se fueron depurando al calor de los éxitos y los fracasos. El producto de esa labor colectiva fue hallado por Marx cuando él contaba veinticinco años y su amigo Engels veintitrés, y elevado a un nivel muy superior. Pero gran parte de las nociones elaboradas por el socialismo previo ya formaban parte incuestionable del lenguaje y de la ideología política del proletariado de la época. Nuestra intención es rescatar ese sustrato, el cual, justamente por ser la doxa del momento, no siempre está incluido en las reflexiones de los fundadores del socialismo maduro.

El retrato de los socialistas anteriores a Marx que perduró en el movimiento del proletariado fue, lógicamente, el que trazó Friedrich Engels en su opúsculo Del socialismo utópico al socialismo científico, publicado por primera vez en francés en 1878. Se trató, en su momento, de una de las obras más traducidas y vendidas del pensamiento marxista, la que seguramente educó a buena parte de un movimiento socialista que, superada la organización europea de la Asociación Internacional de Trabajadores, empezaba a crecer a pasos de gigante en el marco de partidos nacionales que pugnaban por una representación parlamentaria. En ese instante preciso, el texto de Engels otorgaba a los nuevos militantes una explicación histórica del origen y la situación presente del socialismo europeo. Su texto fijó para siempre la expresión “socialismo utópico” para designar al conjunto de pensadores previos a la revolución de 1848 aunque, para ser más precisos, sólo habla en esa obra de los tres ideólogos ya nombrados, que se convirtieron así, para el marxismo de todo el mundo, en los únicos representantes del socialismo inicial.

Pero el libro de Engels apenas le dedica un par de páginas a cada uno de ellos: su interés no era describir las ideas del socialismo originario (aunque figuraran en el título) sino dar paso a la exposición del “socialismo científico”. Sin ninguna duda, unas pocas líneas no pueden dar cuenta de la riqueza del pensamiento de los primeros socialistas de Francia y de Inglaterra. Por otra parte, en diversas partes de la obra de Engels y, sobre todo, en su correspondencia, exhibe una gran admiración por Fourier pero un desconocimiento bastante notorio de Saint-Simon. A este último apenas le dedicaba un párrafo en la edición original de Del socialismo utópico…, tal como reconoce en el prólogo a la cuarta edición alemana, a partir de la cual amplía la exposición unas líneas más (Engels, 1946 [1880]: 10).1 En un texto de 1843, “Progresos de la reforma social en el continente”, la exposición que realiza de la doctrina sansimoniana presenta serias equivocaciones y es reducida a una especie de “poesía social”, envuelta en el ropaje de un “misticismo ininteligible” (Engels, 1981: 146-147). En una carta a Marx del 7 de marzo de 1845, Engels le anuncia el plan de traducir a Fourier, “el mejor para comenzar” a publicar una biblioteca del socialismo francés (Engels, 1981: 732). En la carta siguiente, diez días después (p. 733), la biblioteca puede ampliarse a obras de “Fourier, Owen, los sansimonianos”, de lo que se desprende que Engels conoce más a los discípulos (los sansimonianos) que al propio Saint-Simon, pero siempre en primer lugar está el creador de los falansterios. Como afirma Gustav Mayer (1979: 145), el espíritu sarcástico de Fourier, sus críticas mordaces al comercio y su elogio del trabajo atractivo se acomodaban más a las ideas de Engels que una doctrina sansimoniana que sólo conocía, seguramente, en su versión religiosa.

En definitiva, el texto de Engels no fue un incentivo sino, al contrario, un impedimento para el conocimiento de los orígenes del socialismo. Su texto, que servía a los fines de otorgar una base sólida para los nuevos partidos socialistas que estaban surgiendo, por esa misma lógica hundía en un cono de sombra un pasado al que apenas se aludía y que en parte se ridiculizaba. Los aspectos económicos del socialismo científico, que perfeccionó Marx, y los aspectos filosóficos, que Engels conocía de primera mano, estaban jerarquizados y, por provenir de otras tradiciones vinculadas al liberalismo y más desarrolladas en su especificidad, tenían una coherencia y un despliegue que superaban claramente los balbuceos iniciales de los aspectos políticos del pensamiento socialista. Pero, a su vez, esta fuente y parte constitutiva del pensamiento de Marx y Engels tenía una enorme importancia para calibrar el desarrollo de una faceta que todos los comentaristas posteriores coinciden en señalar como la laguna más evidente de las obras de los dos revolucionarios alemanes: la política, no sólo en el aspecto práctico que indica qué actitudes tomar frente al resto de los actores de su época, sino también en el aspecto más ideológico de saber cómo está conformada una visión del mundo que va mucho más allá de un método filosófico y una comprensión de los mecanismos económicos de la sociedad capitalista.

Una elaboración más matizada, si se nos permite retroceder una vez más en el tiempo, la encontramos en el capítulo III del Manifiesto comunista, redactado sobre todo por Marx en 1848 (Marx y Engels, 2008: 63-67). Aquí estas corrientes son denominadas “socialismo crítico-utópico”, y el hecho de que se constate su carácter crítico, que desapareció en el posterior texto de Engels, ya permite anticipar que se reivindican ciertos aspectos del análisis social que realizaron los primeros socialistas. Un elemento clave de esta descripción es que Marx separa a los iniciadores de sus discípulos pero, por otra parte, no hay una distinción clara entre las diferentes corrientes “crítico-utópicas”. Esto lleva a asignar a cada una de ellas indistintamente características que sólo tienen las restantes y a realizar un balance injusto para todas. El Manifiesto comunista no fue un texto de historia del socialismo sino un manifiesto de batalla: su principal cometido era barrer con los restos de lo que quedaba de estas corrientes y enarbolar las nuevas ideas que por obra de Marx y de Engels habían encarnado en la Liga de los Justos, ahora Liga de los Comunistas. Es posible que a ese momento le correspondiera un texto político que extremara las diferencias con las ideologías rivales, pero ya hace mucho tiempo que esas confluencias pueden ser historizadas para balancear con mayor distancia los aportes y las dificultades de cada uno de los idearios con los que Marx y Engels se encontraron.

Marx criticó a Hegel por concebir al Estado solamente como sujeto (es decir, en su esencia) pero sin tener en cuenta que el desarrollo se encontraba en el predicado (es decir, en su historicidad). Podríamos trasladar aquí la crítica y decir que hemos querido superar la imagen congelada del socialismo originario, que sólo lo analiza como resto, y darle carnadura, historia, presencia. Establecer un hiato entre los primeros socialistas y Marx es caer en un intelectualismo que concibe la teoría marxista como un puro producto de una mente genial, y no como un producto social en el que Marx se inscribió como eslabón de una cadena.

Como ya se habrá podido sospechar, en este texto no nos satisface la denominación “socialismo utópico”. En primer lugar, porque es una denominación negativa (el no lugar) que trata de homogeneizar varias tendencias ideológicas disímiles, muchas de las cuales no tienen nada de utópicas. De algunas se podrá decir que son limitadas; de otras, que son unilaterales, y de algunas, como el sansimonismo, que muchos coinciden en señalar como el aporte fundamental en el pensamiento de Marx, que ni siquiera son socialistas. En todo caso las ideas de Saint-Simon podrían ser tildadas de “capitalismo utópico”, lo cual tampoco termina de aclarar las claves de su pensamiento.

Se piensa en el utopismo en dos sentidos: cuando se comienza por imaginar en detalle una sociedad perfecta en un futuro indeterminado, o cuando se proponen soluciones demasiado simples para problemas sociales complejos. En ambos sentidos, Charles Fourier es el ejemplo acabado de utopismo: describió una sociedad futura ideal con el nombre de Armonía, y concibió que se llegaría a ese estadio a través de la constitución de colonias de cooperación agrícola-industriales. Pero no se puede decir lo mismo de los sansimonianos, que delinearon la realidad del régimen político y social nacido en la Revolución Francesa y sentaron las bases para la comprensión de la “explotación del hombre por el hombre”. ¿Y cómo considerar utópica a Flora Tristán, que concibió la idea de unir a la clase obrera de Francia y de toda Europa a través de organizaciones que prefiguraban a la vez los sindicatos y el partido obrero? ¿Qué decir incluso de aquellos que tomaron las armas para enfrentar la explotación sin frenos que caracterizó al siglo XIX, sin tener apenas idea de qué sociedad reemplazaría a la que ellos combatían, como Auguste Blanqui?

También se ha propuesto la denominación general de “socialismo romántico”. Pero entre el romanticismo y el conjunto de corrientes del socialismo originario hay solamente un “aire” de época demasiado general, que no llega a delinear ninguna de sus características principales. Lo que se sugiere, pero no se dice, con esa denominación es que estaríamos en presencia de un socialismo “soñador”, bastante cercano a la idea de la “poesía social” que señalaba Engels en el artículo de 1843 ya citado. Pero el romanticismo es un movimiento artístico y cultural básicamente individualista y subjetivista, donde la protesta contra la anomia del mercado se realiza exacerbando las mismas tendencias individualistas que forman la base de la sociedad naciente.2 El socialismo originario, en cambio, nace como una impugnación a la sociedad individualista, atomizadora y desorganizada, y por eso busca contraponerle la idea de “asociación”, de la que deriva la palabra “socialismo”, creada en el transcurso de la década de 1830 y rápidamente adoptada por todas las corrientes que estudiamos. Algunos rasgos del romanticismo aparecen en ciertos pensadores del socialismo, pero sólo se trata de rasgos secundarios en ideólogos de segundo orden, marcas de época o influencias tardías de un poderoso movimiento cultural como el romanticismo que es prevaleciente en lo que el marxismo llamará la “pequeña burguesía”, en la intelectualidad y en el mundo artístico. El socialismo originario tendrá con esta cosmovisión una relación primero contradictoria y, más tarde, ambivalente, que casi en ningún caso puede considerarse el carácter central de su doctrina.

A partir de esto, llamar a estas corrientes socialistas “utópicas” o “románticas” es una elección significativa, donde se privilegia un aspecto sobre otros. Aquí entendemos que las corrientes que dieron origen al socialismo maduro son un conjunto heterogéneo, y la tendencia que más profundizó en la comprensión de la sociedad capitalista naciente, iniciada por Saint-Simon pero donde también incluimos a la mayoría de sus derivaciones, no fue utópica y, con certeza, no fue romántica. Por eso renunciamos a denominaciones que no harían más que confundir acerca de los objetivos de este trabajo, y hablaremos de “socialismo originario” o de “orígenes del socialismo”, prefiriendo la caracterización de cada corriente antes que la equiparación de doctrinas heterogéneas.

Si el lector se atreve entonces a internarse en el complejo mundo del socialismo anterior a Marx, podrá observar que muchos de los lemas o de los términos que utilizaron los revolucionarios alemanes tienen su origen directo en algunos de estos pensadores. Se verá también que el marxismo no fue sino el resultado de una serie de tanteos teóricos previos, que se enfrentaron a la realidad política de su época y que se fueron modificando a partir tanto de la práctica política como de las transformaciones que el mismo sistema capitalista iba experimentando. Si este socialismo originario hubiera sido un mero “esquema” racional, producido por una mente ajena a la realidad, como sugiere Engels, no habría experimentado la evolución que experimentó y habría sido totalmente incapaz de superar la prueba del tiempo. Sin embargo, el pensamiento socialista se fue amoldando y adaptando a los cambios y destiló, en pequeñas pero significativas gotas, lo que se transformó en las bases de un movimiento proletario que desde fines del siglo XIX conmueve al mundo. Y esto que planteamos no se observa solamente en el nivel de las ideas, sino también en el nivel de la organización y en las clases o grupos sociales que les dan sustento.

Por todo esto, utilizando las palabras de Jean-Paul Sartre en el prólogo a Frantz Fanon, puedo decir: marxistas, “abran este libro, penetren en él”. Si son pacientes, encontrarán allí la imagen de lo que son, aunque en germen. Se hablará de gente similar a ustedes en algunos aspectos, aunque les parecerá una fotografía en sepia. Verán actitudes, consignas, formas de organizarse, que en la mayor parte de los casos adjudicaban al genio de Marx, pero que nacieron al calor de otros problemas años antes de que el genio alemán naciera a la vida política.

Saber quiénes somos no sólo nos hace más grandes, sino que nos prepara mejor para saber cómo hablarle al mundo.

* * *

Debo agradecer enormemente los comentarios y las lecturas de mis amigos Eduardo Martínez y Mónica Urrestarazu, y de mi hijo Javier Díaz. También la contención permanente que encontré en el grupo de investigación sobre migraciones, dirigido por Nadia De Cristóforis. Nadia, en particular, me enseñó que antes de iniciar una obra de envergadura es imprescindible hacer un índice, lección que pude aplicar en este libro.

En 2011 dicté un seminario de grado en la Facultad de Filosofía y Letras sobre el socialismo y el movimiento obrero en Francia en el siglo XIX. Agradezco a todos los alumnos, que me enriquecieron con preguntas y comentarios.

Quiero destacar el respaldo colectivo y el ámbito de discusión permanente que significó desde 2012 la revista Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda y luego el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI). En el primer número de Archivos publiqué un trabajo sobre Flora Tristán, que conforma el núcleo principal del capítulo 4 de este libro.

Permítaseme también evocar la memoria de José Sazbón, fallecido en 2008, uno de los pocos historiadores de la Argentina que conocían la temática tratada en este libro. En 2004 aceptó ser mi director para realizar una tesis doctoral sobre Saint-Simon, pero al poco tiempo cuestiones laborales me hicieron desistir de la empresa y luego cambié de proyecto. Sazbón no estaría de acuerdo con gran parte de lo que se dice en este libro, pero su inagotable sabiduría y su enorme exigencia fueron un estímulo permanente para dar lo mejor de mí y para presentar una idea relativamente coherente de una época convulsionada y tan lejana, en el tiempo y en el espacio.

1. Para ver el agregado, se pueden comparar una edición francesa que mantiene la traducción original de Lafargue (por ejemplo, Engels, 1901: 101-102) con cualquier edición actual (la que consultamos: Engels, 1946 [1880]: 62-63).

2. Discutimos este punto con más detalle en el capítulo 5.

De Saint-Simon a Marx

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