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Primeras obras

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Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, pertenecía, como su título lo indica, a la rancia aristocracia francesa. Nacido en 1760, decía descender de Carlomagno (aparentemente por una falsa información histórica) y un pariente lejano suyo, el duque de Saint-Simon, frecuentó la corte de Luis XIV y redactó unas extensísimas memorias, publicadas después de su muerte, que retratan la vida bajo el absolutismo. No es infrecuente, incluso en el público informado, confundir a uno y otro miembro de la familia Saint-Simon. El conde fue educado en las ideas enciclopedistas y ya en su juventud, destinado a la carrera militar, abrazó la causa de la libertad de Estados Unidos, participando de la guerra de ese país contra los ingleses bajo el comando del marqués de Lafayette, otro aristócrata favorable a las nuevas ideas. Tomado prisionero por los ingleses, volvió a Francia a través de México y Jamaica, y en su viaje por el Caribe concibió la idea de un canal que uniera el océano Atlántico con el Pacífico. Los discípulos de Saint-Simon, en la década de 1830, idearon a su vez el canal de Suez, que finalmente fue llevado a cabo años después por Ferdinand de Lesseps, cónsul en la embajada francesa de El Cairo y testigo de la propuesta. El mismo Lesseps construyó también el canal de Panamá. Además, Saint-Simon propuso un canal que uniera Madrid con el Atlántico y canales que conectaran el Rin con el Danubio y con el mar Báltico. En una época en la que el único transporte a distancia era el barco, maestro y discípulos estuvieron obsesionados por ampliar el horizonte de los seres humanos.

Saint-Simon fue testigo de la Revolución Francesa, pero no participó políticamente en ella, fue un exitoso especulador con los bienes nacionales (con los cuales hizo una discreta fortuna) y declaró que abandonaba sus títulos nobiliarios. Con la Restauración, los recuperó o los volvió a utilizar, en un gesto no exento de oportunismo.

Hacia sus cuarenta años, con el cambio de siglo y el retroceso revolucionario que implicaba el consulado de Napoleón, dio comienzo a sus trabajos teóricos. Para ello había abierto un “salón”, donde convocó a los científicos y los sabios de la época, nutriéndose especialmente de la teoría de los idéologues, como los fisiólogos Pierre Cabanis y Xavier Bichat. En 1802 publicó su primera obra, Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos.1 Este opúsculo tiene una gran importancia, no por su repercusión inmediata sino porque prefigura muchos de los temas que estarán en el centro de sus preocupaciones posteriores. Se ha señalado la importancia de que la carta estuviera enunciada como escrita e impresa en Ginebra: en momentos en que Napoleón imponía grandes restricciones al pensamiento en Francia, la capital suiza aparecía como una ciudad libre, cuna de Rousseau y refugio de Madame de Staël y otros emigrados liberales franceses, círculo que también frecuentó Saint-Simon.

El motivo inicial de este primer texto es la propuesta de realizar una suscripción “frente a la tumba de Newton” para dar vida a un comité de sabios, elegidos por toda la población (incluso las mujeres), que pueda idear un nuevo modelo de sociedad basado precisamente en los conocimientos científicos: “El proyecto contiene una idea elemental que podrá servir de base para una organización general” (O.C., I: 108). Para defender esta idea incluye tres “cartas”: a los sabios, a los propietarios y a los no propietarios. Los sabios son los que tienen las luces, la inteligencia, y son los que deben actuar como guías de la sociedad. Los propietarios, a su vez, aunque desentendidos de la cosa pública, tienen un papel de dirección con respecto al pueblo llano (los no propietarios), por su inteligencia para la industria y el comercio. A los no propietarios les dice que apoyen este proyecto, porque allí donde son instruidos, como en Inglaterra, los obreros viven mejor que cuando son sometidos a la ignorancia, como en Rusia. Se hace eco de los reclamos de la mayoría social: “Somos”, afirma el autor, dándole la voz a estos no propietarios, “diez veces, veinte veces, cien veces más numerosos que los propietarios, y sin embargo los propietarios ejercen sobre nosotros un dominio que es mucho mayor que el que ejercemos sobre ellos” (p. 118). Saint-Simon los convoca a aceptar ese dominio, pues los propietarios actúan por el “bien general” y porque el día que los no propietarios gobernaron en Francia (alude al gobierno jacobino) provocaron el desabastecimiento y el hambre. Más importante que la convocatoria a la aceptación del dominio social (que será constante en las ideas sansimonianas) es la partición de la sociedad en “clases”, cada una con intereses diferentes de las otras, y que deben actuar en conjunto para el bienestar de toda la población. Estos grupos sociales, cada uno con su interés particular y sus percepciones, son denominados con la palabra “clase”, todavía en esta época en su acepción banal (Rosanvallon, 2015: 33), pero el término va tomando contornos claros cuando se vinculan las ideas a la propiedad.

Un elemento fundamental en las Cartas de un habitante de Ginebra es que se trata de una propuesta de cómo debe ser organizada la sociedad. Otro de los títulos que adoptará su propuesta es Ensayo de organización social (O.C., I: 187).2 También le dará el título L’Organisateur a una de sus múltiples publicaciones, en 1819. La preocupación por darle un nuevo ordenamiento, una nueva organización a la sociedad será un elemento central de su doctrina, y podríamos decir de los sansimonianos y del socialismo en general. Saint-Simon observa que, después de la convulsión revolucionaria, falta en la sociedad un eje ordenador, una perspectiva política que indique un objetivo a cumplir por el conjunto de la población. Sólo puede entenderse un “ensayo de organización social” cuando la sociedad se percibe como “desorganizada”. Los liberales se resistían a prescribir cómo debía ser organizada la sociedad: su única preocupación era que no hubiera trabas ni obstáculos para la actividad comercial o industrial. Esto los llevaba a abogar de manera abstracta por la “libertad” del individuo, rechazando cualquier programa concreto de construcción y organización social. Los ultras pretendían hacer girar hacia atrás la rueda de la historia para devolver una organización social férreamente establecida a partir de su centro, representado por el rey y la Iglesia Católica. En ese sentido, la propuesta de Saint-Simon, por parcial, fragmentaria e ignota que fuera en ese momento, empezaba a marcar una diferencia con el pensamiento liberal y con el pensamiento conservador. Los primeros se negaban a “organizar” la sociedad de cualquier manera: lo que más adelante se señalará como la anarquía del capital será para ellos la única premisa válida como perspectiva futura. Los ultras, en cambio, señalarán que la única manera coherente de organizar la sociedad ya estaba presente en el antiguo régimen y que cualquier otro tipo de organización llevaría a la pérdida de la autoridad, a la anarquía política y moral, a la disolución de los lazos sociales.

No cualquier proyecto de sociedad futura es una propuesta de organización social. Un proyecto ideal, como en cierta manera encontramos en Graco Babeuf y sobre todo en Charles Fourier o en Étienne Cabet, está concebido como un punto de llegada de una transformación, con un vínculo relativamente distante con la sociedad presente. El proyecto de Saint-Simon es diferente: no se distancia de la sociedad que tiene ante sus ojos, y en todo caso su diferenciación se expresará de manera paulatina. Afirma simplemente que la sociedad que está naciendo después de la gran revolución es una sociedad caótica, sin rumbo fijo, sin objetivos comunes, no se sabe qué aspectos deben ser estimulados y cuáles deben ser postergados. El individualismo, cuya única cara visible es el individualismo egoísta, atenta contra la misma sociedad que le da cobijo. La propuesta de Saint-Simon no parece todavía tener la envergadura de un proyecto social completo, apenas si establece la importancia que debieran tener los sabios en un comité elegido por el pueblo para asesorar y guiar a los poderes hacia una ruta futura. La importancia de este texto no está dada por su elaboración acabada de esa reorganización sino por la prefiguración de algunas de las ideas centrales de Saint-Simon que lo obsesionaron hasta su muerte y que le permitieron concebir una sociedad diferente (pero en el marco de los mismos parámetros de mercado inaugurados por la Revolución), para crear años después un movimiento de simpatía. Nótese que la idea de que un “comité de sabios” asesore al poder para organizar la sociedad es en cierta manera la tarea que se dio a sí mismo Saint-Simon en cuanto intelectual, aconsejando a la sociedad la manera más adecuada para organizar la producción y superar el atomismo social al que llevaba el individualismo del mercado.

Luego de la publicación de las Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, Saint-Simon se dedicó varios años a tratar de establecer un basamento científico a sus investigaciones. Su principal preocupación era construir una ciencia de la sociedad, una ciencia del hombre, que tenga el mismo rigor metodológico que las ciencias de la naturaleza y que permita predicciones en los sucesos sociales, así como la meteorología puede predecir hasta cierto punto los sucesos del clima.3 Todas las ciencias empezaron basándose en conjeturas, afirma, pues las observaciones directas eran escasas o se referían exclusivamente a hechos de la vida cotidiana. Las ciencias sólo especulaban. A partir de Galileo, Newton y el desarrollo de las ciencias en el siglo XVIII, éstas empezaron a basarse en la observación, a pensar la realidad y actuar sobre ella, es decir, a ser positivas. Y Saint-Simon inaugura con este término, “positivo”, una noción que tendrá una larga herencia a partir de sus escritos.4

La astronomía empezó siendo astrología, es decir, conjeturas acerca de los astros. Desde Galileo abandona su denominación primitiva y pasa a depender de la observación directa, a describir hechos “positivos”, es decir, a la vez, observables y progresivos. La física empezó siendo parte de las especulaciones filosóficas de los griegos para pasar a ser, con Newton, una ciencia dependiente de la observación y la medida matemática. La alquimia se transformó en química. La misma anatomía humana comenzó como una serie de inferencias indirectas hasta que la fisiología, pocas décadas antes de Saint-Simon, empezó a entender de manera positiva el funcionamiento de cada uno de los órganos del cuerpo humano y su interdependencia recíproca. Pero el estudio de la sociedad humana, afirma, todavía no ha salido del estado conjetural y está dominado por las consideraciones filosóficas propias de cada pensador. Al plantear que la “ciencia de la sociedad” debe ser observacional y positiva quiere destacar que la manera de describir la vida del hombre puede o debe ser desinteresada, objetiva, alejada de la teología y sus conjeturas indemostrables.5 La política del futuro, plantea Saint-Simon, será “científica”, y así como entre los científicos no hay partidos, en la política sólo habrá administradores. La realidad demostró posteriormente que no sólo en la política había “partidos” sino también en la ciencia, pero Saint-Simon parece aquí predecir una solución “tecnocrática” para una sociedad donde la racionalidad no está obturada por las diferencias de clase.

Hay que constituir entonces una ciencia positiva que analice la sociedad, cada una de sus partes, su constitución y su desarrollo, sin caer en conjeturas sino basándose en la observación y en un método similar al que desarrollaron las ciencias que estudiaron la naturaleza. Siendo la sociedad un ente complejo, compuesto de partes diferenciadas, cada una con una función distinta en el conjunto social, el mejor modelo científico para desarrollar tal ciencia es, en principio, la fisiología. Por eso llamará a la ciencia de la sociedad “fisiología social”.

Pero la idea no es trasladar metafóricamente cada parte del cuerpo humano a la comprensión de un conjunto tan complejo como la sociedad, ya que eso implicaría volver a una descripción conjetural que sólo puede ser ensayada para despreciar y discriminar a los sectores del trabajo. Una “fisiología social” sólo puede consistir en describir el funcionamiento recíproco de cada una de las partes del todo social. No se intenta hacer algún tipo de “biologismo” de la sociedad: lo que se intenta es reproducir en el conocimiento de la sociedad la metodología que llevó a la fisiología a desarrollarse como ciencia.6

Aunque aparentemente se observa un corte entre las obras epistemológicas de Saint-Simon de estos años y los libros que publica a partir de la primera caída de Napoleón, las reflexiones sobre la metodología de la ciencia que estudie la sociedad van a ser aplicadas al conocimiento directo del presente a partir de ese momento.

De Saint-Simon a Marx

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