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¿QUÉ SON LAS DEFENSAS?

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Las defensas son maniobras brillantes y creativas que la mente ejecuta para ahorrarnos el dolor y las sensaciones abrumadoras que pueden causar las emociones. Son todo lo que hacemos para evitar sentir emociones fundamentales o inhibitorias. En otras palabras, las defensas son protección emocional.

Existen infinitas maneras de protegernos para no sentir. Las defensas pueden ser desde saludables a destructivas. Algunas defensas son útiles y adaptativas, como elegir ver una película divertida cuando necesitamos descansar de algo estresante, o pensar en algo positivo para detener la ira o la tristeza cuando intentamos concentrarnos. Las defensas, sin embargo, pueden convertirse en destructivas cuando estamos tan desconectados de nuestros sentimientos que nuestro cuerpo y nuestra mente se ven afectados negativamente.

¿Eres consciente de cómo te defiendes de las emociones, las confrontaciones y los conflictos? Por definición, una defensa es cualquier pensamiento, acción o maniobra que hacemos que nos aleja de la incomodidad. Algunas defensas habituales son:

• bromear • sarcasmo • sonreír • evitar el contacto visual • hablar entre dientes • no hablar • hablar demasiado • no escuchar • desconectar • cansancio • criticar • perfeccionismo • dejar las cosas para más tarde • preocupación • irritabilidad • reír • preocuparse • reflexionar • pensamientos negativos • juzgar a los demás • juzgarse a sí mismo • prejuicios • racismo • arrogancia • misoginia • agresividad desenfocada (por ejemplo, enfadarnos con la pareja cuando en realidad estamos enfadados con nuestro jefe) • inconcreción • cambiar de tema • trabajar demasiado • insensibilización • impotencia • hacer demasiado ejercicio • comer demasiado • comer demasiado poco • ser reservado • cortarse • obsesionarse • adicciones • ideas suicidas

¿Puedes añadir algunas de tus propias defensas a la lista?

¿Puedes añadir defensas en la lista que hayas observado en otras personas?

Desviar la energía de las emociones hacia las defensas tiene muchos costes para nuestro bienestar. Las defensas requieren energía; nos adormecen gastando una energía vital que podríamos utilizar en las relaciones, en el trabajo o en nuestros intereses en el exterior. Las defensas hacen que nuestro verdadero Ser auténtico se oculte y se modere. Muchas personas no se sienten bien a largo plazo cuando se mantienen escondidas. Las defensas también nos hacen más rígidos, propiciando que seamos menos flexibles en pensamiento y en acción.

Por ejemplo, una mujer casada no puede tolerar las visitas de su hijastro porque alteran su «rutina». Su inflexibilidad le duele porque tensiona sus relaciones y le hacen sentir tensa. Su necesidad de controlar el entorno la protege de las emociones subyacentes evocadas por la presencia de su hijastro. Si pudiera hacer frente a las emociones que provocan las visitas de su hijastro, sería más flexible y más generosa. Podría seguir estableciendo los mismos límites para proteger su rutina, pero se sentiría menos tensa y enfadada. Sus relaciones saldrían beneficiadas, igual que ella. Las defensas pueden hacernos sentir atrapados, inhibidos, limitados e incapaces de alcanzar todo nuestro potencial. Las defensas nos fuerzan a vivir en extremos de blanco y negro, bueno o malo, donde la vida carece de matices. Demasiadas defensas hacen muy difícil nuestra implicación total en la vida.

Además, las defensas nos sitúan en el extremo de actuar de manera destructiva. Como las defensas bloquean el acceso a emociones importantes como el miedo, que nos dicen que seamos prudentes, depender demasiado de las defensas hace que mostremos comportamientos peligrosos como la búsqueda de adrenalina, el sexo sin protección y comportamientos sociales de riesgo. La defensa del «no me importa» nos impide saber a quién y qué valoramos. Cuando no somos conscientes de aquello que nos importa y de por qué nos importa, perdemos la capacidad de crear la vida que queremos y de sentirnos de la mejor manera posible independientemente de nuestras circunstancias vitales. Por ejemplo, un joven piensa que sólo le importan las mujeres por el sexo, pero cuando está solo bebe demasiado hasta quedarse dormido. No es feliz y se ha convencido a sí mismo de que no le importa. Los seres humanos siempre están mejor cuando están conectados emocionalmente con otras personas. La defensa del «no me importa» de este joven le protege de sus emociones y necesidades subyacentes de intimidad, pero con un alto coste para su satisfacción y su alegría.

Si alguien hiere mis sentimientos durante una reunión de trabajo, lo mejor para mí probablemente sería intentar no llorar. Una defensa —como pensar en algo divertido— mantendrá a raya las lágrimas. Las defensas pueden ser útiles cuando necesitamos un descanso de nuestras emociones. Hacer una pausa nos ayuda a calmarnos y a reactivarnos y proporciona un alivio temporal del dolor o de la incomodidad que conllevan algunas emociones. Es importante, sin embargo, volver a nuestra experiencia visceral y «comprobar» en algún momento si sentimos emociones que necesiten ser validadas y cuidadas. Teóricamente, utilizamos nuestras defensas sólo cuando las necesitamos, no habitualmente, y por supuesto no todo el tiempo.

No siempre es depresión

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