Читать книгу No siempre es depresión - Hilary Jacobs Hendel - Страница 29
El pánico,
la ansiedad y la pena de Fran
ОглавлениеFran vino a terapia porque se sentía cada vez más sola. Estaba soltera. No tenía ningunas ganas de casarse ni de tener hijos. Trabajaba en publicidad y estaba muy centrada en su carrera. Decía de sí misma que estaba «casada con su trabajo», pero había empezado a sentir una sorprendente sensación de soledad.
Durante la primera sesión, me contó que sus padres habían fallecido en un accidente cuando ella tenía 16 años y que, desde entonces, había vivido con unos tíos suyos, cariñosos y buenos cuidadores. Dijo que ya no estaba de luto por sus padres, pero que empezaba a sentir cada vez más su ausencia. En esa primera sesión, admitió que no había estado especialmente unida a su madre o a su padre. Los describió como «los típicos protestantes anglosajones blancos —rígidos e insensibles—». Se había sentido querida por ellos, pero le costaba describir cómo le demostraban su amor hacia ella.
Hacia la mitad de la segunda sesión, Fran empezó a llorar al hablar de su incapacidad de mantener relaciones amorosas. Le pregunté si le importaba dedicar un momento a reconocer la emoción que estaba emergiendo. Me miró con cara de póker y luego, sin más, me dijo: «Recientemente he empezado a hacer punto porque me pareció que estaría bien tener un nuevo hobby… algo para ocupar mi tiempo cuando no estoy trabajando. Estoy intentando reducir el tiempo que paso en Facebook». «¿Cómo? —pensé—. ¿Me he perdido algo?». Fran acababa de lanzar una defensa —cambiar de tema— al verse confrontada con la emoción fundamental de la tristeza.19
Nuestras defensas frente a las emociones suelen ser inconscientes; forman parte de nuestra personalidad social. En ese breve instante antes de que Fran cambiara de tema, vi su emoción. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se le fruncieron los labios. Las emociones son contagiosas, un subproducto de unas células cerebrales especiales llamadas neuronas espejo.20 La empatía hizo que mi cuerpo respondiera a su estado emocional. Sentí un peso en el pecho. Reconocí que Fran había accedido a su experiencia emocional básica de tristeza alejándose casi inmediatamente de la emoción cambiando de tema.
TRIÁNGULO INICIAL DE FRAN
Fran cambió de tema cuando su tristeza (emoción fundamental) empezó a emerger. Así era como se protegía de sentirla. En ese punto, no estaba claro por qué necesitaba esa defensa, y no podía preguntárselo, porque ella no era consciente de que se estaba defendiendo contra sus emociones. Fran necesitaba primero ser consciente de su defensa. Ser consciente sería el primer paso para ayudar a Fran a reconectar con sus emociones fundamentales, sentirse mejor y tolerar una mayor intimidad.
Las defensas se desarrollan como protección. Suelen formarse cuando somos jóvenes para intentar salvarnos de sentimientos desbordantes. El principal trauma de Fran era la pérdida precoz de sus padres. Pero como describió a sus padres como fríos, yo sospechaba que su repertorio emocional podía ser limitado. Le pregunté en nuestra primera sesión qué emociones estaban «permitidas» en su casa cuando era pequeña y qué emociones se debían acallar y cómo. Algunos padres, sin darse cuenta, humillan a sus hijos por mostrar ciertas emociones. Se muestran desdeñosos, no responden o inmediatamente se ponen en modo «arréglalo» para detener la emoción. Vale la pena mencionar que los padres generalmente no quieren hacer ningún daño a sus hijos. Es simplemente que las emociones ponen nerviosos a los padres (nuestra cultura de «la mente por encima de la materia» lo permite) y su defensa es ayudar a sus hijos a desconectar. Desgraciadamente, el niño construirá una defensa ante una emoción si entiende que esa emoción es indeseada. Cuando un progenitor no acoge la emoción de un niño, éste lo vive como una interrupción o una ruptura momentánea de la conexión con el cuidador. Estas rupturas son dolorosas, y los niños construyen defensas para protegerse de futuras rupturas emocionales.
Los padres no sólo ejemplifican maneras de evitar y de acallar los sentimientos, sino que también son un ejemplo de cómo «hay» que ser. Fran me dijo que, en su casa, las conversaciones en torno a la mesa se centraban en los hechos y no en los sentimientos. Los acontecimientos que les ocurrían se podían comentar, pero no se hablaba de cómo se habían sentido con respecto a ellos. Por ejemplo, recordó una conversación en torno a la aventura del presidente Clinton con Monica Lewinsky, pero nadie en la mesa expresó enfado por la traición del presidente ni afecto hacia él a pesar de sus errores. La manera en la que sus padres expresaban las emociones, qué emociones se permitían o se fomentaban y qué emociones se acallaban dio forma al repertorio emocional de Fran, como pasa con todos los niños.
Pensé que podía ser difícil para Fran sentir tristeza sola o en mi presencia. Asimismo, sabiendo hasta qué punto las emociones del presente pueden desencadenar emociones del pasado, supuse que su tristeza asociada a sus relaciones amorosas podía desencadenar una tristeza mayor relacionada con su pasado, como la pena causada por la pérdida de sus padres. Las experiencias del presente que tienen cualidades emocionales similares a nuestras experiencias del pasado suelen estar conectadas en la mente. La pérdida se conecta a pérdidas anteriores a través de redes celulares cerebrales que guardan recuerdos, emociones, sensaciones físicas y creencias del pasado. En un segundo, podemos pasar de sentirnos como los adultos competentes que somos a sentirnos como niños pequeños volviendo a experimentar la pérdida. Subjetivamente, sentimos que el trauma está sucediendo de nuevo, aunque sólo sea un recuerdo.
En esa fracción de segundo, cuando Fran experimentó tristeza y salió de su cabeza para entrar en su cuerpo, donde viven las emociones, se habría sentido aliviada si hubiera podido experimentar profundamente su tristeza, incluso durante algunos segundos. Pero, ¡pam! Fran de repente se desconectó de su emoción y de mí —alguien que acogía su tristeza— cambiando de tema. Fran se defendió de la tristeza que estaba emergiendo naturalmente.
Como hacía muy poco tiempo que estábamos trabajando juntas y todavía nos estábamos conociendo, fui prudente. Sólo quería que Fran se diera cuenta de su movimiento para alejarse de la emoción.
La escuché hablar sobre hacer punto.
—Me he unido a un grupo principiante de punto. Una vez a la semana, nos reunimos en una cafetería cerca de mi piso, hacemos punto y nos damos consejos.
—Suena bien —dije—, y quiero que me cuentes más, pero me pregunto si te has dado cuenta de que estabas llena de sensibilidad hace un momento.
—¿En serio? No me he dado cuenta.
—Bueno, creo que percibí algo, pero puedo estar equivocada —dije—. Si rebobinamos un poco, me estabas diciendo que estabas segura de que nunca encontrarías una pareja, luego se te llenaron los ojos de lágrimas y parecías llena de sensibilidad. ¿Lo has notado?
Se quedó pensando un momento, una buena señal de que estaba abierta a observar su experiencia interna. Me sentí orgullosa de ella por su voluntad de implicarse.
—Sí, supongo que lo he notado —me dijo, y la emoción volvió enseguida.
Su rostro volvió a mostrar tristeza, los ojos se le llenaron de lágrimas y noté el cambio por segunda vez.
—¿Sabes qué emoción estás experimentando en este momento conmigo? —le pregunté.
Nombrar y validar las emociones es beneficioso. A algunas personas les cuesta menos identificarlas que a otras, pero vale la pena intentarlo y quería ayudarla guiándola. También quería que supiera que no estaba sola, yo también estaba sintiendo su tristeza. Quería que permaneciéramos conectadas. Mi intención era ofrecerle una manera nueva y más íntima de relacionarse con los demás, empezando por nuestra relación en la terapia.
—No, en realidad no, pero hacer punto es fantástico y me gustaría seguir contándotelo si te parece bien.
—Claro que sí.
Me alegré de que notara que estaba teniendo una sensación. Podría utilizar este momento como punto de referencia en futuras sesiones. Con el tiempo, también le enseñaría a reconocer y a nombrar todas sus emociones fundamentales. Pero primero le dije:
—Antes de que volvamos al tema del punto, sólo quiero decirte lo fantástico que ha sido que estuvieras dispuesta a notar que tenía una sensación. Sé que hace falta coraje. ¿Qué te ha parecido que yo lo notara?
—Me ha parecido bien.
—Quizás podamos monitorearlo juntas a partir de ahora y simplemente notar cuando aparezca una emoción —añadí—. Entonces, podemos decidir si nos quedamos en ella o si nos alejamos, dependiendo de lo que tú sientas que está bien.
Quería que su mente inconsciente supiera que podíamos manejar las emociones de un modo diferente. Tanto si Fran era consciente de ello como si no, la mente responde bien al hecho de ser vista.
A lo largo del tratamiento de Fran, nuestro trabajo avanzó bastante bien. Al cabo de seis meses, empezó a notar, antes que yo, cada vez que se defendía de alguna emoción. Cuando cambiaba de tema, primero anunciaba «Sé que estoy cambiando de tema, pero no quiero entrar allí». El hecho de que fuera consciente de ello y de que lo reconociera era un gran hito.
Un bonito día de verano, Fran y yo teníamos nuestra sesión programada. Al inicio de su visita, esperaba que Fran estuviera ya en la sala de espera como cada martes a las doce. Por eso, al abrir la puerta de la sala de espera, me sorprendió descubrir que no estaba.
Al final llegó diez minutos tarde. Tenía la cara hinchada y enrojecida, como si hubiera estado llorando.
—Siento llegar tarde —dijo deshaciéndose en disculpas, que yo ignoré.
—¿Estás bien? —le pregunté—. Parece que has estado llorando.
Nunca antes la había visto tan emocionada.
—Es una tontería —dijo—. Acabo de ver cómo una bicicleta atropellaba a un perro. He llegado tarde porque intenté ayudar. Era el perro de una adolescente. La bicicleta salió de la nada y atropelló al perro. El perro estaba echado gimiendo, con el pecho aplastado y su dueña estaba gritando. Vino un policía a ayudar. Creo que cuando me fui el perro ya estaba muerto.
—¡Qué horrible! —dije.
—Me sentía muy mal por la niña. Estaba gritando y llorando. Luego empecé a llorar yo. Me ha costado un rato recuperarme. Estoy realmente conmocionada.
—Claro que lo estás. Tiene que haber sido terrible.
Fran empezó a llorar otra vez.
—Me sabe muy mal que esa niña haya perdido a su perro tan de repente y justo ante sus ojos. Aún la escucho gritar. Es horrible.
—Absolutamente horrible —repetí.
—Bueno, ya basta —dijo, secándose las lágrimas.
—¿Ya basta de qué?
—De mi autocompasión. No era mi perro —dijo solemnemente.
Levantó la cabeza y me miró a los ojos. Parecía muy triste. De repente, me pareció muy joven.
—Lo sé —dije—, pero a tus sentimientos no les importa de quién era el perro. Simplemente te sientes triste, no hace falta justificarlo. —Hice una pausa—. Veo el sentimiento justo en tus ojos. Siento que estás intentando reprimir este sentimiento. Pero estas lágrimas son importantes. Hay algo más ahí.
Y con este reconocimiento, empezó a llorar de nuevo, esta vez más fuerte, y parecía asustada. Empezó a balancearse hacia atrás y hacia delante, con una respiración superficial. Abrió mucho los ojos. Empecé a pensar que estaba teniendo un ataque de pánico.
Pasé a un enfoque más activo y directivo para poder ayudarla a superar el ataque de pánico. Me mantuve en calma. Alterarse sólo empeora la ansiedad de la otra persona.
—¿Me sientes contigo en este momento? —le pregunté. Asintió con la cabeza y acerqué un poco mi silla—. Voy a ayudarte a sentirte mejor. ¿Puedes decirme qué está pasando dentro de tu cuerpo? Observa tu ritmo cardíaco.
—Está latiendo muy rápido —dijo jadeando.
Con calma y suavidad le dije:
—Es un ligero ataque de pánico.
Utilicé la palabra «ligero» para reducir su miedo. Lo último que quería hacer era asustarla aún más. Mi objetivo era calmar su mente y su sistema nervioso lo más rápidamente posible.
—Te vas a recuperar —le expliqué—. Hay algo que te ha asustado y ha entrado adrenalina en tu sistema, pero cuando se haya ido te sentirás mejor, aunque tardarás unos minutos. Veamos si podemos hacer que te sientas más cómoda. Mírame.
Nuestras miradas se cruzaron.
—¡Bien! Ahora siente tus pies firmes sobre el suelo y hagamos juntas unas cuantas respiraciones desde el abdomen. Inspira durante uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis. ¡Bien! Respira más profundamente llenando el abdomen. Aguanta un poco la respiración y ahora espira lentamente, como si estuvieras soplando una sopa para enfriarla. Está bien. Estoy aquí contigo. Pronto acabará.
Cosas que hay que saber sobre los ataques de pánico
• Se libera adrenalina en el flujo sanguíneo.
• Debido a la adrenalina, el corazón late más fuerte y la respiración se vuelve más superficial y difícil.
• Es una experiencia que asusta, así que si la persona no entiende qué está sucediendo, puede temer que sea un infarto y que va a morir.
• No es un infarto.
• No nos morimos por un ataque de pánico.
• El cuerpo vuelve a la normalidad una vez metabolizada la adrenalina, lo cual tarda varios minutos.
• Lo peor que puede pasar es que se desmaye, pero luego empezará a respirar otra vez con normalidad.
Al rato, su respiración se normalizó y fue capaz de inspirar profundamente.
—¿Cómo late tu corazón ahora?
—Más despacio —dijo.
—Bien. Quédate conmigo y sigamos respirando.
Fran sintió pánico porque la pena de ver morir a ese perro la conectó con su duelo del pasado por la muerte de sus padres. El flujo de emociones fue demasiado para ella. La asustó y provocó la liberación de adrenalina, lo que dio como resultado el pánico.
Una vez recuperada, le pregunté:
—¿Te había pasado esto antes?
—Solía tener ataques de pánico cuando era adolescente.
—¿Recuerda qué edad tenías cuando tuviste el primero?
—En realidad, no. Sólo recuerdo que estaba en la escuela y que me puse a llorar en clase por algún motivo. Lo siguiente que recuerdo es que terminé en la enfermería. La enfermera fue muy amable. —Hizo una pausa—. Debía de tener dieciséis años porque estaba en una nueva escuela en Florida. Fue después de la muerte de mis padres.
—Tuvo que ser una época muy difícil.
—Mucha gente pierde a sus padres —dijo.
—Sí, e imagino que fue duro para ti. —Noté que tenía dificultades con algo—. Puede que me equivoque, pero percibo un conflicto aquí, en el hecho de reconocer que fue duro.
Asintió con la cabeza.
—¿Podemos nombrar a todas las partes del conflicto?
Fran pensó durante un minuto, y luego dijo:
—Creo que a una parte de mí le gusta tu compasión y tu invitación a permitirme sentir el dolor que sufrí, pero siento cierto malestar al admitirlo. Otra parte de mí dice que no me regodee y que no hay para tanto y que simplemente debería seguir adelante.
—Esto tiene todo el sentido. Escucho al menos tres partes diferentes. Una parte de ti quiere mi compasión, otra parte siente cierto malestar y otra parte quiere avanzar e ignorar cualquier tristeza que sientas hacia ti misma en relación con lo que tuviste que pasar. A esta parte no le gusta mi compasión y dice «No fue tan duro, no hay para tanto».
Partes
Uso la palabra «parte» para referirme a un aspecto específico de la experiencia de una persona.
• Una parte se puede referir a cada parte en un conflicto: «Una parte de mí sentía esto y una parte de mí sentía aquello».
• Una parte se puede referir a una experiencia de la infancia que vive en el cerebro como recuerdo o como trauma: «Esta parte de mí siente que tiene 10 años».
• Una parte puede ser una emoción, una creencia, una imagen o un pensamiento: «Una parte de mí se sentía triste».
Fran asintió y se le iluminó la cara.
—Exactamente —dijo.
—¿Cómo te sientes al nombrar todos los aspectos de tu conflicto? —le pregunté.
—Me siento bien. Es cierto —dijo.
—¿Cómo es sentir que es «cierto» físicamente?
—Me siento calmada.
Nunca hay una única manera correcta de intervenir como terapeuta o como persona que explora la raíz de las defensas y de las emociones. En esa situación, sabía que tenía varias opciones. Todas implicaban ayudar a Fran a bajar por el triángulo del cambio calmando sus emociones inhibitorias, en este caso la ansiedad, y avanzar hacia experimentar la pena, la emoción fundamental. Habría podido llevarla al momento en el que tuvo el ataque de pánico, o habría podido llevarla a cuando tenía dieciséis años en aquella escuela nueva, o simplemente habría podido permanecer en el momento presente. Cada uno de estos momentos estaba cargado emocionalmente y cada uno de ellos nos habría brindado la oportunidad de hacer un trabajo importante. Tanto si estamos en el pasado lejano como en el presente, el objetivo siempre es el mismo: saber dónde estamos en el triángulo del cambio e ir bajando hasta saber qué emociones fundamentales estamos teniendo. En este caso con Fran, opté por centrarme en el momento presente.
—¿Qué sensación interna te indica que algo es cierto para ti? —le pregunté.
—No estoy segura de a qué te refieres. No creo que note nada.
—La sensación puede ser muy pequeña y sutil, casi imperceptible. Centra tu atención en el corazón, el abdomen, las extremidades, la espalda y la cabeza. Escanea todo tu cuerpo lentamente, muy muy lentamente, y observa si puede percibir y nombrar algunas sensaciones que estés experimentando.21
—Bueno, no siento ansiedad.
—¿Puedes ponerle lenguaje positivo? No sientes ansiedad. ¿Cómo te sientes por dentro?
—Supongo que me siento tranquila.
—¡Muy bien! ¿Qué más?
—Un poco más ligera.
—¿Dónde notas esta ligereza?
—Comienza más o menos aquí —señalando su estómago— y se irradia hacia arriba y hacia fuera.
Si nos observamos a nosotros mismos durante quince segundos más o menos, empiezan a emerger muchas sensaciones. Cuanto más observemos, más las iremos notando. La observación emocional tiene objetivos similares a la práctica meditativa. El observador busca percibir cosas en sí mismo sin juzgarlas. El único objetivo es estar abierto y ser consciente de la experiencia física. Esta habilidad, que todos podemos aprender con la práctica, es crucial para el bienestar psicológico.
Sabía que Fran y yo estábamos sentando las bases que deberían permitirle procesar cualquier trauma que tuviera por resolver desde que sus padres fallecieron, aunque no sabía exactamente cómo íbamos a llegar allí. Presenciando el ataque de pánico de Fran y ayudándola a superarlo —sin juzgarla—, Fran aprendió que yo podía manejar sus emociones intensas y apoyarla.
La semana siguiente, Fran me dijo que había pensado mucho en nuestra última sesión y en cómo había sufrido no sólo por la pérdida de sus padres, sino también por haber tenido que mudarse, cambiar de escuela y hacer nuevos amigos. Reconoció que esos cambios extremos no le dejaron mucho tiempo ni energía para hacer el duelo.
—¿Qué sientes al compartir esto conmigo ahora, Fran? —la invité a nombrar su experiencia emocional y, por primera vez, respondió a mi invitación.
TRIÁNGULO DE FRAN A LA MITAD DEL TRATAMIENTO
Fran tenía un conflicto inconsciente con experimentar su pena.
El miedo a su pena aumentaba su ansiedad. Sentía que tenía que evitar cualquier cosa que pudiera conectarla con su tristeza.
—Me siento triste, pero el mero hecho de decirlo hace que me empiece a latir muy rápido el corazón en el pecho.
—Pues bajemos el ritmo y detengámonos aquí. ¿Puedes dirigir toda tu atención a tu corazón?
La tristeza de nuevo había aumentado su ansiedad, había hecho que su corazón latiera muy rápido y su respiración se volviera superficial.
Cuando aparece una emoción inhibitoria como la ansiedad, el objetivo es reducirla inmediatamente. A la larga, el cerebro de Fran se resetearía permanentemente y dejaría de desencadenar la ansiedad y el pánico como respuesta a la tristeza. Fran necesitaba sentirse segura experimentando su pena. Le dije:
—Simplemente, dirige toda tu atención al sentimiento físico de la ansiedad en tu cuerpo. Quédate conmigo. Sigue respirando profundamente ¿Qué notas ahora?
—Se está calmando —me dijo—. Simplemente notar las sensaciones físicas de la ansiedad las calma.
—Buen trabajo. En una escala del 1 al 10, donde 10 es la peor ansiedad que hayas tenido y 1 es un estado de paz, ¿dónde está tu ansiedad ahora mismo?
—Diría que en un 3.
—Bastante bajo, pero veamos si podemos bajarlo todavía más. Permanece un poco más con el sentimiento de ansiedad, respirando bien. Al mismo tiempo, ¿puedes recordar un lugar donde hayas estado donde te hayas sentido muy tranquila y en paz?
—Me encanta mi cama. Es mi lugar seguro.
—Perfecto. Pues imagínate en tu cama. Siente las sábanas sobre tu piel. Observa la habitación a tu alrededor. Ahora, ¿qué notas?
Espiró profundamente.
—Me he calmado.
En ese momento Fran estaba preparada para acceder a su pena profunda.
Fran había pasado de su defensa en nuestra primera sesión (cambiando de tema), que está arriba a la izquierda del triángulo del cambio, a trabajar con la ansiedad arriba a la derecha del triángulo del cambio. Durante meses, Fran y yo trabajamos en enseñar a su cuerpo a no ser presa del pánico para que pudiera permanecer con las emociones fundamentales que emergían espontáneamente durante el transcurso de nuestras sesiones. El objetivo era que sintiera su tristeza a nivel físico y emocional en lugar de a un nivel puramente intelectual. Algunos de mis pacientes me dicen que «saben» que están tristes, pero cuando les pregunto «¿Cómo sabes que estás triste?» o «¿Qué te indica físicamente que estás triste?» no tienen ninguna respuesta. El trabajo experiencial ayuda a la persona a tener una experiencia emocional en el aquí y el ahora. Esto es más poderoso que simplemente hablar y reflexionar sobre una experiencia emocional anterior, que es un ejercicio intelectual emocionalmente más distante. Sólo teniendo una experiencia de tristeza podemos superar la pena. Experimentar así las emociones por completo nos hace confiar cada vez más en que podemos tolerar nuestras emociones fundamentales.
Cuando las sensaciones básicas (tristeza, ira, alegría, etc.) son reprimidas por las emociones inhibitorias (ansiedad, vergüenza, culpa) desarrollamos unos comportamientos defensivos, desde cambiar de tema a evitar el contacto íntimo, como una manera de evitar el malestar emocional y los conflictos emocionales. Pero evitar las emociones tiene un coste. Mantener comportamientos defensivos requiere una energía que, de otra forma, podría estar disponible para otras conductas vitales. En el caso de Fran, mantener sus defensas le quitaba energía de crear intimidad en su vida.
Cuando nuestro comportamiento defensivo se vuelve más dañino que útil, podemos elegir sentir nuestras emociones. ¿Por qué necesitamos experimentar nuestras emociones fundamentales físicamente? Centrar nuestra conciencia en una sensación estimula que las células nerviosas se enciendan, facilitando el flujo de emociones. Cuando aprendemos a dejar fluir nuestras emociones fundamentales, nuestra aflicción diaria causada por las emociones bloqueadas mejora, nos sentimos más calmados y más equilibrados y nuestro coraje y autoconfianza crecen.
Cuando llevábamos más o menos un año trabajando, Fran empezó la sesión con una gran frase:
—El domingo fue el aniversario de la muerte de mis padres.
—Esto es muy importante —dije.
Los aniversarios traen consigo recuerdos, algunos de los cuales pueden ser completamente inconscientes. Los recuerdos son conjuntos de sensaciones físicas, sonidos, olores, pensamientos, imágenes o incluso impulsos que nuestra mente ha almacenado.
—Nunca he hablado de esto con nadie antes, aunque pienso que en cierto modo siempre soy consciente de cuándo se está acercando el día.
—¿Qué sientes cuando te escuchas decir a ti misma que es el aniversario de su muerte en voz alta?
—En realidad es un alivio, y es triste. Me siento triste por ello. —Sus palabras quedaron suspendidas en el aire. Bajó la mirada y entornó los labios.
—Fran, percibo que sientes alivio y tristeza. Ambas cosas son muy importantes. ¿Con qué experiencia deberíamos estar primero? —Cuando están presentes dos o más emociones, es mejor percibir qué emoción es la principal en ese momento, y ésta es con la que debemos empezar.
—Siento la tristeza. Es como un peso en el pecho, pero también la noto como un agujero. —A medida que se centraba en la sensación física, se le llenaban los ojos de lágrimas.
—¿Puedes permanecer con esta tristeza y dejar que pase lo que vaya pasando? Estaré aquí contigo.
Asintió con la cabeza. Tuve una imagen espontánea de nuestros corazones conectados con una larga cuerda. Permanecí en silencio. El arco de su ceño se hizo más profundo y le temblaba el labio. Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas.
Fran se tapó la cara con las manos y se inclinó hacia delante, sobre su regazo, a medida que el llanto le convulsionaba el cuerpo. Su ola de pena finalmente se liberó.
—Hmm. Qué bien ver cómo se va toda esta tristeza —dije para que supiera que no estaba sola.
Derramó toda su pena, con el cuerpo roto de aflicción. Le expliqué, mientras lloraba, que esa pena era una forma de amor y de conexión con sus padres.
—Eso es… No lo retengas. Deja que surja —susurré.
Cuando su lloro se sosegó, Fran se enderezó. Me miró. Yo la miré a ella, mostrándole lo mejor posible el amor y el afecto que sentía por ella en ese momento. Respiró profundamente un par de veces. Una punzada de dolor le atravesó el rostro y noté que provocaba una nueva ola de pena.
—Queda más —dije—. Está bien, déjalo salir.
Y dicho esto, empezó a llorar de nuevo tapándose la cara, pero esta vez manteniéndose erguida. Al cabo de unos dos minutos, la ola había pasado. Fran de nuevo me miró a los ojos, asegurándose de que seguía allí y que seguía sin juzgarla. Y así era. La sensación que imperaba en la sala se aligeró.
Fran respiró profundamente, miró hacia arriba y espiró lentamente. Volvió a centrar su mirada en mí y nos quedamos sentadas en silencio durante un rato más. Espiró de nuevo profundamente. Finalmente, dijo:
—Me siento mejor. —Sonreí—. Siento que me he quitado un gran peso de encima —dijo.
—Dime —pregunté— ¿Cómo te sientes?
En los momentos que siguieron, Fran accedió al proceso de sanación biológico innato que se produce después de experimentar una ola completa de una emoción fundamental. Fran accedió a su proceso de sanación manteniéndose sintonizada con sus sensaciones físicas y permitiéndoles fluir hasta detenerse naturalmente. Lo que surge universalmente tras una liberación profunda de una emoción es oro. Fran y yo íbamos a extraerlo.
—¡Vaya! Ha sido intenso, pero me siento bien ahora, más ligera.
—¿Puedes mantenerte con esta experiencia de sentirse «más ligera» y conocerla mejor?»
Me senté relajada apoyándome en mi butaca para indicarle que no debía apresurarse. Quería que se diera todo el tiempo para notar todas las sutilezas de su experiencia. Me dijo:
—Me doy cuenta de que necesitaba hacerlo desde hacía tiempo. Siempre lo supe, pero al mismo tiempo no lo sabía.
—¿Y cómo te sientes por dentro al darte cuenta de ello? —le pregunté.
—Es como una sorpresa. Como que no puedo creer que finalmente lo haya soltado y me siento bien. Siento ligereza y que puedo respirar.
Estaba orgullosa de lo que había conseguido hacer con tanta valentía, y le pedí de nuevo que profundizara en su autoconocimiento.
—¿Cómo te sientes en tu cuerpo? Esto es muy importante.
Lenta y calmadamente respondió:
—Me siento ligera. Me siento calmada. Me siento cansada. Pero hay algo más. Siento cierto temblor y una especie de hormigueo en la nuca que sube hasta la cabeza.
Cuando dos personas bajan el ritmo y existen juntas, podemos observar mucha actividad física y mental. Tenemos toda una serie de sensaciones físicas importantes a las que nunca prestamos atención porque estamos demasiado ocupados moviéndonos y pensando para darnos cuenta. Estas sensaciones, sin embargo, marcan el cambio.22 Bajar el ritmo prepara el terreno para el cambio y la transformación, porque permite que estas sensaciones puedan fluir. Los zumbidos, la vorágine, las vibraciones, el hormigueo y las sensaciones de flujo son manifestaciones físicas habituales del procesamiento emocional básico y de la sanación. Fran estaba experimentando sensaciones de sanación.23 Nos abren la puerta al estado de corazón abierto donde tenemos acceso a nuestras C: calma, curiosidad, conexión, compasión, confianza, coraje y claridad.
—¿Podemos quedarnos juntas con este hormigueo? —dije, esperando que se sintiera segura para explorar esas nuevas y extrañas sensaciones.
Quería que se fijara en el hormigueo y que lo siguiera.
Fran se centró en su interior. Al cabo de unos treinta segundos, dijo que estaba remitiendo. Le pedí que observara qué dejaba tras de sí.
—Me siento calmada —dijo.
—Quedémonos con la calma. ¿Cómo es? No estoy buscando nada concreto, pero observemos todo lo que podamos
El 90 % de las veces, cuando pregunto «¿Cómo es?» o «¿Qué más notas?», mis pacientes perciben más emociones, más sensaciones lo que da como resultado más conocimiento. Cuanto más observamos, mejor podemos conocer los matices de nuestras experiencias emocionales y más confianza ganamos para poder repetir el proceso nosotros solos. El bienestar es un subproducto de nuestra capacidad de tolerar nuestras experiencias internas.
Fran estaba en silencio. Estaba prestando atención deliberadamente a su experiencia interna. Me miró de nuevo llorando, pero estas lágrimas eran muy diferentes. Tenía el rostro en paz y relajado.
—Gracias —murmuró con ternura.
—Háblame del «gracias», Fran.
La gratitud es una emoción sanadora. Como todas las emociones, es muy útil saber cómo nos hace sentir y sentirla profundamente. Conecta a las personas de una manera muy positiva. Puede parecer extraño que yo quisiera animarla a expresar su gratitud hacia mí, pero cada emoción era una oportunidad para Fran de experimentarla y conocerla. Luego, cuando sintiera esta emoción en el futuro, la reconocería más fácilmente.
—Nadie ha estado conmigo del modo en que tú lo ha estado. Me siento segura y querida. Muchas gracias.
—Me emociona mucho lo que dices, Fran —respondí. Luego le pregunté—: ¿Podemos poner una palabra a la emoción que sientes?
Pensó durante un momento.
—Me siento agradecida.
—¿Podemos permanecer con la gratitud un poco más? Has trabajado muy duro hoy, y estoy segura de que estás cansada, pero esto también es muy importante. Te estoy preguntando si ya has tenido suficiente por hoy, puedes decírmelo con total libertad.
—Podemos permanecer aquí. Estoy bien.
—Perfecto. Entonces, ¿cómo sientes la gratitud físicamente? Escanea tu cuerpo de la cabeza a los pies y observa todo lo que puedas.
Volvió a centrarse en su interior.
—Me siento calmada. —Pausa—. Siento calidez aquí. —Señalando su corazón—. Me siento anclada, como si fuera más alta y me sentara más erguida.
—Qué bien que lo percibas —afirmé—. Permanece con toda esta sensación durante un momento, conócela de verdad Éste es el oro por el que has trabajado tan duramente.
Al cabo de un rato, me miró y compartió conmigo otros pensamientos emergentes.
—Tras la muerte de mis padres, vivía enterrada. Actuaba como si fuera la misma, pero no lo era. Me doy cuenta de que me he estado protegiendo a mí misma para no volver a sufrir todos estos años. Me ha aterrado que alguien a quien amo muera. La vida entraña riesgos, pero hay que correrlos para vivir. —Suspiró profundamente.
TRIÁNGULO DE FRAN AL FINAL DE LA SESIÓN MOSTRANDO EL PASO DE LAS DEFENSAS AL ESTADO DE CORAZÓN ABIERTO
Fran tenía menos defensas y su ansiedad se había calmado, de manera que podía experimentar por completo la pena que había quedado bloqueada en su sistema nervioso. Experimentar por completo su pena le permitió entrar en el estado de corazón abierto. En el estado de corazón abierto, Fran se sentía calmada y espontáneamente logró entender mejor cómo le había afectado su trauma.
—¡Vaya! ¡Qué maravilla! Y este suspiro que acabas exhalar si se conecta con este gran suspiro, ¿qué nos está diciendo?
—Que puedo respirar. Estoy bien —no aseguró Fran a ambas.
Fran estaba en el estado de corazón abierto de su Ser auténtico.
En los meses siguientes a esta importante sesión, Fran empezó a salir con alguien. Por primera vez en su vida, quería enamorarse y tener una relación íntima. Aprovechaba nuestras sesiones para hablar de todos los sentimientos que le generaba el hecho de salir con gente, incluyendo su mayor miedo: enamorarse de alguien y que luego ese alguien falleciera.
A las buenas personas también les pasan cosas malas, como Fran sabía de primera mano, pero trabajamos para ayudarle a tolerar los riesgos de amar y de vivir con el corazón abierto. Le ayudé a conocer su miedo profundamente. Con el tiempo, logró distanciarse reflexivamente de su miedo y de su preocupación. Fran estaba aprendiendo, a un nivel profundo, que aunque la pérdida era extremadamente dolorosa, podía sobrevivir —y sobrevivió— a ese dolor.