Читать книгу Miradas egipcias - Hélène Blocquaux - Страница 10
Mohamed
ОглавлениеEl edificio número 9 de la calle Sultán Hussein es el territorio asignado a Mohamed el bawab21 como lo había sido también el de su padre y su abuelo, un campesino desarraigado llegado de su Nubia22 natal para probar su suerte alejandrina medio siglo atrás. Cada mañana, Mohamed saca un banquito consolidado precariamente con pegamento para sentarse en la calle a escuchar los pájaros matutinos y saludar a los empleados madrugadores o a los niños de uniforme escolar. Cuando no se encuentra en la calle, Mohamed vigila la entrada del inmueble desde su diminuto cuarto ostentosamente llamado portería, ubicado del lado izquierdo del elevador. Adentro, un colchón desgastado ocupa casi la totalidad del lugar y se alcanza a ver hasta el fondo una puerta de acceso al patio interior para revisar de vez en cuando, los contenedores de basura. Aunque no se separe la basura, la mayoría de los desechos se recuperan e inician un nuevo ciclo de vida útil.
Los egipcios están acostumbrados a contar con la ayuda del indispensable bawab, enterado de la vida de todos y en particular del estado civil de cada uno de sus habitantes. Guardián sigiloso y salvador de la moral del lugar, Mohamed pide que la puerta no se cierre cuando Fuad visita a su prometida a solas, resuelve las compras de último momento en la tienda más cercana o lava el coche mediante un generoso bakshish23 cuyo monto queda a la apreciación del locatario solicitante. Mohamed sueña con regresar a vivir a la tierra de su abuelo y volverse labrador, sin embargo, Iman su esposa insiste en que la vida es más amena aquí en la nostálgica Alejandría, la segunda capital de Egipto, lugar aspiracional de un futuro más alentador.
Una noche, al llegar, no veo a Mohamed ni en la calle ni en la portería cuya puerta está abierta. Las paredes despintadas cubiertas de adornos y recuerdos resumen la vida de Mohamed: un calendario del año y otro de diez años atrás, la foto sus cinco varones escalonados y diversos papeles con apuntes y números sostenidos por tachuelas. Un discreto raspado de garganta me hace sobresaltar, Mohamed se encuentra detrás de mí. Le explico que probablemente he perdido mis llaves y que necesito llamar a un cerrajero. “Primero, hay que avisar a la policía”. Presiento que se avecina una larga noche de desvelo. Mohamed frunce el ceño y recoge un juego de llaves dejado seguramente por Imán. “¿No serán éstas sus llaves?”
Abrir la puerta de mi departamento unos minutos antes de la medianoche fue un momento de peculiar alegría.