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Yúsef y Nabila

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Son aproximadamente las cuatro de la tarde y en el cielo aún se advierte un azul declaradamente fuerte, pero dentro de media hora se verá teñido de pardo. Desde los tiempos del Egipto antiguo, el viento que recorre el desierto de Egipto a Israel marca la temporada del Khamsín,15 una serie de ráfagas de arena que acechan por cincuenta días seguidos varias ciudades egipcias en una carrera airosa desenfrenada. En cuestión de minutos, el cielo caerá sin remedio sobre Alejandría y la arena se introducirá por los mínimos espacios dejados abiertos en las habitaciones. Resistir será entonces inútil, el Khamsín seco y polvoroso se infiltrará en la boca, oprimiendo así la respiración, y en los ojos de los transeúntes que seguirán platicando por las calles. Más bien será preciso regresar a casa para encerrarse, esperando que el mensajero de arena haya cumplido con su tormentosa tarea estacional.

En este momento, Nabila llega su hogar después de haber limpiado el departamento del edificio de enfrente. La casa de Yúsef y de Nabila es una construcción armada provisionalmente arriba del techo de un edificio cuya vista da al mar. Habitar en medio de la profusión de las antenas parabólicas no ilustra ningún sueño, sino que más bien representa la única posibilidad para la pareja de vivir cerca de la costa. Nabila se apresura en recoger la ropa tendida antes de que el viento se encargue de repartirla por toda la ciudad. Todavía sentado en las rocas rompeolas que protegen la Corniche16 de los desbordes marítimos, Yúsef, con la paciencia innata de los pescadores, espera hasta el último momento para replegarse. Las palmeras envueltas en fundas lucen derechas como paraguas cerrados que quieren defenderse del viento violento cargado de polvo que amenaza con arrancarlas. Ahora es cuando la lluvia podría desatar su furia al instante. Al igual que todos los días, Yúsef había madrugado para escoger el mejor punto y aprovechar el momento cuando los peces suben a la superficie del agua para comer, pero hoy, inicio del calendario de las tormentas, era seguro que no habría pescado para cenar. ¡Ojalá Nabila tenga un poco de ful17 servido con esh18 para ofrecerle! Pensó Yúsef al recoger su mochila vacía.

Cierro mis ventanas, corro las cortinas y coloco trapos para tapar las aperturas por las que se podrían colar las partículas de arena. Prefiero no imaginar de qué manera podría desaparecer la casa improvisada en el techo durante los primeros días de la primavera.

Miradas egipcias

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