Читать книгу Miradas egipcias - Hélène Blocquaux - Страница 11
Mina
ОглавлениеMina apresura el paso para llegar puntualmente a la cena organizada por el grupo de arqueólogos internacionales con motivo del último gran descubrimiento submarino. Unos días atrás, las aguas azuladas y apacibles que esconden tesoros desde épocas milenarias entregaron a la búsqueda de los buceadores una estatua femenina cuya identidad seguía sin revelar. En descendencia directa de los faraones, Mina el copto24 siempre ha reivindicado su condición de egipcio auténtico al no celebrar ninguna celebración musulmana, ni siquiera la fiesta del Aíd El kebir25 en la que un tercio de la carne se regala a los pobres mientras que los demás alimentos se comparten durante la comida familiar. La ofrenda de los animales no es parte de sus tradiciones, al menos que despose una mujer de otra confesión y se convierta al islam. La hermosa Alejandría se encuentra envuelta en sutiles fragancias marinas mezcladas con el tabaco perfumado de las shishas que acostumbran fumar los egipcios a cualquier hora. Este aroma tan característico como inolvidable desaparece en estos días religiosos debido a la concentración de sangre de los corderos derramada en los patios de los edificios y en las calles. Una fetidez tan fuerte, que para caminar por las calles me tengo que tapar la boca y respirar sin parar el perfume impregnado en un pañuelo, procurando no voltear hacía las banquetas todavía maculadas. A lo lejos, sólo el silencio imponente del mar, aunque tengo la sensación de escuchar todavía los balidos desesperados de los borregos cautivos en los balcones, esperando la hora de su sacrificio. En el restaurante, los arqueólogos se deleitan con el pan árabe recién horneado que acompañan con una amplia variedad de salsas antes de decidirse por ordenar el platillo principal. Mina lee la carta y Jean pregunta si desean pedir una botella de vino. “No les puedo servir nada de alcohol, señores, durante Ramadán”,25 interviene categóricamente el mesero, “pero tengo un té delicioso”, agrega con un tono de complicidad. Sorprendido por su atrevimiento, Mina prefiere quedar callado. El hombre regresa unos instantes después. Un vino tinto de cuerpo oscuro escurre de la tetera para ser degustado por los comensales en tazas de porcelana blanca.
Desde la ventana de mi departamento en este día de asueto, contemplo la tranquilidad del Mediterráneo que ofrece la tarde. Pasarán días antes de que desaparezcan el olor y las huellas de la sangre expuesta por la cohorte de los corderos sacrificados.